Cuando no queden más estrellas que contar(79)
Lucas le dijo algo a su compa?ero y se?aló a la chica.
Luego abandonó la barra y vino hacia mí.
—Hola, Giulio ha aparecido por casa y me ha...
Las palabras enmudecieron en sus labios. Su lengua rozó la mía y el resto del mundo se desdibujó alrededor. Mis sentimientos por él crecían como las olas de un mar enfurecido y me atrapaban, me engullían y me dejaban sin fuerzas para resistirme a su corriente. Lo miré mientras recuperaba la respiración.
Se inclinó y su boca rozó mi oreja mientras me tomaba de la mano.
—Ven, te llevaré con los demás.
Lo seguí hasta la balaustrada del mirador, junto a la que habían colocado una mesa. Todos los habitantes de la villa se encontraban allí, incluso los sobrinos de Julia. Catalina me saludó con la mano nada más verme y me pidió que me sentara a su lado.
—?Tienes hambre? —me preguntó Lucas. Asentí. El aire olía a comida y mi estómago gru?ó—. Voy a traerte algo.
El tiempo voló entre risas y conversaciones.
Giulio apareció con una bandeja de pasteles y se unió a nosotros. Poco después, Lucas se sentó a mi lado y me rodeó los hombros con el brazo. Me atrajo hacia él y me dio un beso en los labios. Era la primera vez que nos comportábamos con esa intimidad delante de todos. Como algo más que compa?eros. Como algo más que amigos. Sentía sus miradas sobre nosotros, las risitas de los más peque?os y el codazo que Julia le dio a Roi en las costillas.
—Te lo dije —le espetó en un tono orgulloso.
Me reí, no pude evitarlo, y en ese momento comprendí mejor que nunca las palabras que Lucas me dijo aquel primer día: ?La gente que vive en esta villa es como una gran familia. No son de esa clase de personas que se saluda por educación o compromiso al cruzarse en el rellano. Aquí se convive y se comparten los días?.
Y yo me sentía muy agradecida de tenerlos a todos en mi vida.
Dante apareció cuando apenas quedaban unos minutos para la medianoche y se sentó junto a Giulio. Los observé con disimulo. Cómo se miraban, cómo se sonreían, cómo parecían fundirse el uno con el otro cada vez que se tocaban. Era bonito verlos juntos. Ser testigo del amor que se profesaban, tan real y verdadero.
Aparté la vista y contemplé la luna, que brillaba sobre el agua cálida de ese mar que tanta tranquilidad me daba. El cielo estaba plagado de estrellas y el ambiente olía a flores y a sal. Todo era precioso.
Casi sin darme cuenta, mi atención volvió de nuevo a Giulio. Dante y él conversaban en voz baja. Dante dijo algo y la expresión de Giulio cambió. Intercambiaron unas palabras, sus gestos reflejaban tensión. Giulio comenzó a negar con la cabeza y retiró su mano de entre las de Dante. Este levantó la vista y me pilló observándolos.
Percibí cómo su cuerpo se tensaba y sus ojos se volvían fríos.
Los sentí sobre la piel. Bajo ella. Y una sensación muy incómoda se apoderó de mí.
Rompí el contacto y me incliné por puro instinto hacia Lucas. Su brazo me rodeó con más fuerza y noté la presión de sus labios sobre mi pelo. Solté el aire que había estado conteniendo.
De repente, un agudo siseo rompió la noche. Una estela luminosa ascendió y explotó sobre nuestras cabezas. El cielo se iluminó con los primeros fuegos artificiales y yo silencié la ansiedad que ese momento me había provocado.
Me dejé envolver por mi olor favorito.
Por el abrazo perfecto.
Por el chico que estaba haciendo realidad todos mis imposibles.
40
Las semanas siguientes se convirtieron en un borrón.
Al igual que en Espa?a, el 15 de agosto es fiesta nacional en Italia. La llaman el Ferragosto, una festividad muy tradicional que coincide con el Día de la Asunción y que los italianos festejan por todo lo alto. Suele haber procesiones, desfiles, conciertos...
Lucas no trabajaba ese día y me propuso visitar Positano, a solo cuarenta minutos en coche desde Sorrento. A Positano lo llaman ?el pueblo de las escaleras?, y mis rodillas no tardaron en descubrir que el nombre se lo había ganado a pulso. Aun así, es un lugar precioso entre el mar y el cielo. Construido en vertical, las casas cuelgan de la monta?a sobre el golfo de Salerno y dan la sensación de estar posadas unas encima de otras.
Una postal inolvidable. Un lugar de ensue?o.
Comimos risotto de curry en un restaurante situado en la terraza de un hotel, con unas vistas increíbles a la costa. Después dedicamos la tarde a pasear por el laberinto de callejuelas, arcos y plazoletas, repletas de tiendas de artesanía, jabones y limoncello, que se extendían por los distintos barrios.
Al caer la noche, cuando el sol se puso y todas las luces se encendieron, tuve la sensación de encontrarme en un lugar diferente. Como en un escenario de película. Descubrimos patios escondidos, balcones sombreados por higueras y escaleras secretas. Siempre bajo la mirada atenta de decenas de gatos que correteaban por los muros.
Decidimos cenar en un bar llamado Franco y en su terraza aguardamos el comienzo de los fuegos artificiales. Sentada en el regazo de Lucas, con sus brazos alrededor de mi cintura, vi el cielo iluminarse y sentí que la soledad que me había embargado durante la mayor parte de mi vida desaparecía. Así de simple. Así de fácil.