Cuando no queden más estrellas que contar(98)



—El muy cabrón ha sido una tumba. —Me reí y Antoine acabó riendo conmigo—. Sí que querías perderme de vista.

—En realidad, no me fui por ti.

De nuevo esa mirada de sorpresa mezclada con decepción. Otro ba?o de realidad para alguien que siempre se sintió un poco el centro del universo. Algo de él que había odiado y querido a partes iguales.

—?Y por qué te fuiste?

—Porque...

Y sin darme cuenta, las palabras se me escaparon, fluyeron de mi interior y él las recogió sin apenas moverse, como si temiese romper el momento. Guardó silencio, con toda su atención puesta en mí, y creo que fue la primera vez que de verdad me escuchó. Que trató de entenderme. Que le interesaba lo que yo pudiera decir. Como Lucas había hecho desde el primer instante.

Pensé en él y sentí un profundo vacío. Le eché un vistazo a mi teléfono y descubrí que lo tenía silenciado, por eso no había oído las llamadas ni los mensajes. Le respondí con otro mensaje. No tardó en llegar su respuesta. Ya había salido del hospital, pero iba a acompa?ar a su madre a la casa familiar para recoger unos documentos que necesitaba al día siguiente. Me pidió que disfrutara del cumplea?os de mi amigo y ahí terminó la conversación.

Me quedé una hora más. Después, tras despedirme de todos y prometerles a Matías y Rodrigo que nos llamaríamos pronto para quedar, cogí un taxi de vuelta a la casa de Lucas.

Me di una ducha nada más entrar y me metí en la cama. Sentí las sábanas frías en contacto con mi piel. La llegada del oto?o había traído consigo un descenso de la temperatura, aunque ese no era el motivo por el que yo las notaba tan heladas.

Lucas llegó poco después. Lo oí trastear en la cocina y luego entró al ba?o. El agua de la ducha comenzó a caer. Minutos más tarde, la puerta del dormitorio se abrió. Solo llevaba una toalla alrededor de las caderas, que dejó caer al suelo antes de meterse en la cama. Contuve el aliento y no me moví, aunque mi cuerpo se moría por darse la vuelta y trepar al suyo, calentarse con su piel. Y es que seguía enfadada. Muy enfadada. Tuviera sentido o no.

—Lo siento —dijo de repente.

El corazón empezó a latirme con tanta fuerza que solo oía mis propias palpitaciones. Me di la vuelta y lo encontré tumbado de espaldas, mirándome.

—?Qué sientes?

—Todo esto. No estar contigo, dejarte sola, no tener tiempo para nosotros... —Se colocó de lado y me rozó la mejilla con los dedos—. Solo serán unos días, te lo prometo. Mi padre se está recuperando.

Se inclinó y posó sus labios sobre los míos. Húmedos, calientes, dulces... No quería devolverle el beso, pero mi voluntad se quebró en cuanto noté su lengua abriéndose paso en mi boca. Gemí con una mezcla de amor y dolor. De enfado y necesidad. Me aparté y él me miró con tanto deseo que temblé ante la intensidad codiciosa que brillaba en sus ojos.

Hundí los dedos en su pelo y apresé sus labios con los dientes. Lo besé, y lo hice con rabia. Necesitaba dar rienda suelta a lo que me quemaba por dentro. A todas esas emociones que bullían en mi interior y que me ahogaban. Sentimientos que me costaba distinguir, separar, nombrar... Que ni yo misma entendía. Solo sentía, y sentía, y no sabía cómo parar. Cómo acallar las voces que repetían en mi cabeza lo que yo no era capaz de pronunciar.

La poca ropa que llevaba puesta desapareció. Lo empujé con las manos en el pecho y lo obligué a tumbarse de espaldas. No dejó de observarme mientras me colocaba sobre él y lo acogía muy despacio en mi interior. Mis músculos, en tensión. Sus dedos, clavándose en mis caderas, guiándome. Lo vi apretar los dientes y contener el aliento cuando comencé a moverme sobre él. Por mí. Para mí. Porque era lo que necesitaba, y Lucas parecía saberlo, porque me cedió el control sin dudar. Entregado, expuesto, dejándome ver cada uno de sus gestos. Dándomelo todo, molécula a molécula. Diciéndome tantas cosas sin necesidad de palabras que yo no supe oír...

Me moví más rápido, más profundo. Busqué su boca en medio de aquel torbellino de sensaciones y un gemido ronco se abrió paso a través de mi garganta cuando comencé a temblar. Noté cómo él se estremecía un instante después y yo me derrumbé sobre su pecho.

Permanecimos en silencio, abrazados. Sus dedos, dibujando formas en mi espalda. Provocándome escalofríos. Cerré los ojos con fuerza y so?é. Imaginé que estábamos en otro lugar, en otra habitación, en otra cama. Allí olía a limón y a sal.





52




Mónica me había escrito.

?Ya están aquí! Te presento a Ezio y Velia. Me encuentro como si me hubiera atropellado un camión, pero los miro y sé que volvería a hacerlo otra vez. Ahora sí que debéis volver pronto, aquí hay dos personitas que están deseando conoceros. Os echamos de menos.

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