Cuando no queden más estrellas que contar(66)
—Fiodora...
Me dio unas palmaditas en la rodilla para tranquilizarme.
—Tengo que contarte algo, pero no me mates, ?vale? —Tomó aliento y me miró a los ojos—. Tengo una amiga que trabaja en la escuela del American Ballet, y hace un par de semanas me comentó que estaban buscando nuevos bailarines. Las audiciones no se iban a convocar, serían por invitación, así que presenté una solicitud por ti e incluí un vídeo.
—?Que hiciste qué?
Sacó un sobre de su bolso y me lo entregó.
—Te han seleccionado. La audición será dentro de tres semanas en Nueva York.
Me recorrió un escalofrío, y no porque las temperaturas se hubieran desplomado los últimos días. Mi sue?o siempre había sido trabajar para Alexei Ratmansky y, desde hacía unos a?os, él coreografiaba para el ABT.
—?Estás de broma?
—No, Maya. Te han elegido. Tienes una oportunidad, cari?o.
Abrí el sobre y saqué la carta. Era cierto. La apreté contra mi pecho y entonces pensé en la compa?ía. Iban a ascenderme a bailarina profesional y había trabajado muy duro para conseguirlo. También pensé en Antoine, y en las pocas posibilidades que una relación como la nuestra tendría con tanta distancia de por medio.
Y pensé en mi abuela...
No, ella no me lo permitiría. Jamás me dejaría marchar.
—No puedo, Fiodora.
—Puedes, Maya. Y debes. Supera esa audición y vete a Nueva York. Vuela, cari?o.
—?Y cómo voy a costearlo todo?
—No te preocupes por eso.
La miré a los ojos, sin disimular la desesperación que se apoderaba de mí al enfrentarme a esa indecisión. Al quiero y no puedo. Al puedo y no sé si quiero. Me aterraba la sensación de caminar pendiendo de un hilo, porque así me sentía ante la simple idea de cambiar algo en mi vida. Y esta vez no se trataba solo de algo. Cambiaría mi futuro y mi vida en su totalidad.
—Pero...
—Pero nada, eso ya está solucionado. ?Tienes el pasaporte en regla?
—Sí.
—Pues ahora solo queda preparar las coreografías que vas a interpretar.
Tres semanas después.
—Lo estás arruinando todo —gritó Olga.
—Solo es una audición, y es casi imposible que me cojan.
—?Y para qué perder el tiempo entonces? Aún podrías ir con la compa?ía a Sevilla. Tu primera actuación como primera bailarina. Por Dios, Maya, recapacita.
Negué con un gesto, suplicándole con la mirada que me entendiera. Que por una sola vez se pusiera de mi parte.
—Natalia está de acuerdo con que haga esto. Se alegra por mí y me apoya.
—Por supuesto, a ella qué más le da. Si no eres tú, encontrará a otra.
—No voy a perder mi trabajo si no sale bien.
Me taladró con sus fríos ojos.
—?Y si sale bien?
No me atreví a responder. No podía decirle que, si me aceptaban en el ABT, me marcharía de Madrid sin mirar atrás. Desaparecería de su vida para siempre y por fin tendría la mía. Solo mía.
Agarré la maleta y me dirigí a la puerta.
—Maya, te prohíbo que salgas de esta casa.
No me volví.
—No se te ocurra marcharte. Lo estás echando todo a perder.
Giré el pomo y abrí.
—Maya, no puedes hacerme esto. Ahora no. Me lo debes.
Cerré la puerta a mi espalda y no me detuve.
Esta vez iba a ser valiente.
Un mes más tarde.
Tres días antes de Nochebuena.
—Acaba de traerla el cartero —dijo Matías al teléfono.
El corazón se me disparó. Me ajusté el auricular. El tráfico a esas horas era muy intenso y casi no podía oír nada.
—?Te refieres a...?
—La respuesta del ABT.
Empecé a hiperventilar.
—?La has abierto?
—Claro que no. Debes hacerlo tú.
—?Por qué no envían un e-mail como todo el mundo? —gimoteé.
—Pues a mí me gustan estas tonterías tan formales. Las cartas, los membretes... Quedan bien.
Esquivé a un tío en bicicleta que se había subido a la acera, y le mostré mi dedo corazón cuando me increpó por cortarle el paso.
—Gilipollas.
—?Acabas de insultarme? —inquirió Matías.
—?A ti no! A un imbécil que casi me atropella. —Doblé la esquina y continué zigzagueando entre la gente—. Estoy muy nerviosa, Matías.
—?Y crees que yo no? Vamos, nena, mueve ese culazo y ven ya. Hoy vamos a abrir ese puto champán que guardo desde la Prehistoria.
Rompí a reír.
—?Vas a abrir tu Mo?t por mí?
—Solo por ti. Eres mi mejor amiga.
Se me encogió el corazón. ?Cómo quería a ese idiota engreído!