El mapa de los anhelos(98)
Lo corto un poco más escalonado por delante y necesito varios intentos para igualarlo. Cuando termino, las puntas del pelo apenas le rozan los hombros y las hebras plateadas le quedan bien; el cambio le da sensación de ligereza.
Sigo tras ella cuando nos quedamos mirándonos unos segundos a través del espejo. He tardado muchos a?os en entender a mi madre. Es fácil dejarse llevar por el primer impulso, pensar que siempre quiso más a mi hermana que a mí, porque el hecho de que Lucy y ella estuviesen más unidas era algo tan evidente que me dolía como si me estrujasen los pulmones. Pero, en el fondo, la comprendo. Puedo comprender que nos amase de manera diferente. Y la admiro por haber sido capaz de elegir entre su carrera laboral y el cuidado de los suyos, por dar tanto a los demás que hasta se olvidó de darse a ella misma y por enfrentarse a la situación más dura que existe: perder a una hija.
Me coge la mano que tengo apoyada en su hombro y sonríe. Es una sonrisa muy triste y está llena de palabras no dichas, pero es esperanzadora.
—Estás estupenda —digo.
—Muchas gracias, Grace.
Más tarde, cuando acudimos a la terapia grupal, todos le aseguran que el corte le favorece y ella parece más que satisfecha de recibir los halagos. Comemos rosquillas con un toque a naranja que ha traído Jane y tomamos café recién hecho hasta que Faith comienza la sesión. Adrien dice algo que nos sorprende a todos: —He conocido a alguien.
Hay un silencio prolongado.
—Vaya, eso es maravilloso. —Faith le dirige una de sus miradas amabilísimas, pero tan solo consigue que Adrien se hunda más en su silla.
—No puedo salir con ella. Me siento…
—Fatal —interviene Matilda, la mujer que se quedó viuda y tiene un hijo peque?o—. Tan solo imaginarlo me hace sentir culpable.
—?Quieres contar los detalles? —pregunta Faith.
—Sucedió en el aparcamiento del centro comercial. Una se?orita había perdido su ticket y vi que estaba buscándolo, así que le eché una mano. Recorrimos juntos todo el parking para asegurarnos de que no se le había caído al suelo y, mientras tanto, hablamos. Después, antes de despedirnos, Rita me apuntó su teléfono y me aseguró que le encantaría salir un día a tomar algo.
—?Y? —Lo miro impaciente.
Adrien se gira hacia mí frunciendo el ce?o.
—Y nada. No puedo llamarla. No puedo.
—?No puedes, pero quieres? ?O no puedes porque te horroriza la idea? —insisto.
—Grace, deja que Adrien se explique.
Guardo silencio, aunque en realidad lo que quiero decirle es que salte al vacío sin pensar, que llame a esa tal Rita y la invite a tomar tacos en algún mexicano y que la lleve a bailar, porque la vida son dos días, ?qué digo?, ?medio día! Pero, por experiencia, sé que, aunque parezca fácil visto desde fuera, no es tan sencillo.
—Me gustaría salir con ella, fue agradable poder pasar un rato divertido con una mujer, pero no puedo hacerlo. Siento que estoy traicionando a mi Kate.
—Te entiendo. —Matilda asiente.
—Yo sigo guardándole luto a mi marido desde que falleció y ya han pasado más de treinta a?os —interviene Jane con la voz temblorosa—. ?Y me permites decirte algo, querido? —Se gira hacia Adrien, que está sentado a su lado.
—Pues claro.
—Deberías llamarla.
—Pero si acabas de decir que tú…
—Precisamente por eso. Sé de lo que hablo. La vida… La vida puede hacerse muy larga si no tienes amigos y amores con los que compartirla.
Me entran ganas de levantarme y abrazar a esa mujer, pero no lo hago porque la siguiente persona del grupo que se anima a hablar es mi madre.
—Jane tiene razón, aunque es comprensible tu miedo —a?ade con tiento—. Yo también me he sentido así en algún momento, a pesar de lo diferente que es mi situación. A veces la idea de hacer algo con Grace, de compartir un momento con la hija que me queda, se vuelve más difícil de lo que debería ser porque me hace pensar que nunca podré hacer eso mismo con Lucy…
No digo nada mientras el resto del grupo continúa hablando sobre la culpa y la traición. Nunca me había planteado que mi madre se sentiría así con respecto a nosotras, a Lucy a mí, y me reconforta que haya querido compartirlo conmigo.
Regresamos a casa al terminar la sesión.
Mi madre nota que estoy nerviosa por la inminente cena con Will y eso parece hacerle gracia, ya que la veo sonreír un poco antes de decir: —Así que ese chico te gusta de verdad.
—Sí. Un poco. Mucho. Muchísimo.
—Veo que lo tienes claro.
—Nunca he tenido dudas en lo referente al corazón. —Lo suelto sin pensar porque es la verdad. No recuerdo haber confundido el sexo sin compromiso con algo más, o haber imaginado lo que no era al liarme con alguien, ni tampoco haber sentido por nadie lo mismo que por Will. Siempre he tenido las cosas claras porque no creo en la tibieza de las emociones.
—?Y cómo es?
—Si vas a conocerlo en menos de una hora…
—Ya. Pero quiero saber cómo lo ves tú.