El mapa de los anhelos(102)



—Creo que no.

—Pues los odio, pero solo cuando algo me gusta mucho, muchísimo. Y cuando no es así, me ocurre todo lo contrario, casi que ni me acuerdo de lo que sea que pasó por mi vida. Tienes delante de ti al ser humano más contradictorio del mundo.

—Ven aquí. —La abrazo y pego mi mejilla a la suya antes de suspirar—. Te irá bien, Grace. Lo sé.

Estoy completamente seguro de ello y no deja de ser irónico que pueda darle consejos que no me aplico, creer en ellos a pies juntillas y ver su futuro tan claro.

En fin, ?quién no es contradictorio?





42


Grace


—Coge un ba?ador, una toalla y ya compraremos algo para comer durante el camino. —Esas fueron las palabras exactas de Will cuando apareció el sábado por la ma?ana de improviso delante de la puerta de casa.

—?De camino adónde? —pregunté.

—Eso es lo de menos. Venga, vamos.

Y después de más de dos horas de trayecto, ahora estamos delante de un río de agua cristalina bajo el resplandeciente cielo azul y rodeados de naturaleza.

—Tú primero —repito.

—No me convence la idea.

—Elegiste el sitio. Es lo justo.

Will lanza un suspiro resignado. Resulta que el agua está helada, lo sé porque hemos metido dentro los pies y, en lugar de seguir adelante, ambos hemos dado un paso atrás. Y ahí seguimos, teniendo una charla de lo más estúpida sobre quién debería lanzarse en primer lugar.

—De acuerdo —accede él.

—Me encanta cuando te muestras razonable.

—Pero…

—?Sí?

—Odio sentirme solo.

—?Qué demonios…? —Y no termino la frase porque me coge y me carga sobre su hombro izquierdo—. ?Will! ?WILL! ?NO!

Pero es demasiado tarde. Salta. Y volamos, casi parece que nos quedamos suspendidos en el aire unos segundos, y luego caemos. El frío me deja sin respiración. Es agudo e intenso. Me aferro a su cuerpo cuando salimos a la superficie del agua gélida. Quiero golpearlo y besarlo, todo a la vez. Al decírselo, Will tose mientras intenta en vano no reírse. Lo suelto y doy un par de brazadas a contracorriente.

—?Qué pretendes hacer?

—Entrar en calor —digo.

él sonríe mientras me sigue.

—Se me ocurren formas más divertidas de conseguirlo.

Me giro hacia él con los brazos extendidos y el agua se escurre a mi alrededor siguiendo la trayectoria del río, siempre abajo. A diferencia de nosotros y del resto del mundo, tiene una dirección fija. Me muerdo el labio y sonrío.

—Hablas mucho, Will, pero…

Me alcanza por detrás y me abraza contra su pecho. Besa mi hombro derecho y sube hacia la nuca hasta rozar mi oído y detenerse justo ahí: —?Ibas a decir que hablo mucho y demuestro poco?

—Es posible. —Tengo los ojos cerrados.

—?Y sigues pensándolo?

Mueve las caderas y siento su excitación contra mi trasero. El calor irrumpe con fuerza porque hay algo en él, en su manera de moverse, en su voz profunda, en su forma de tocarme, que consigue derretirme. La visión de la mantequilla fundiéndose en una sartén viene a mi mente y recuerdo cuando le dije que me gustaba aquello la noche que nos quedamos juntos a cerrar el local. Me siento exactamente así. él es la sartén, esa que siempre he sabido que quemaba. Y yo soy la inconsciente mantequilla.

—Solo un poco —digo para molestarlo.

—?En serio? —Su mano se cuela bajo la braguita del biquini y alcanza con facilidad el lugar exacto, exactísimo, que provoca que las piernas me tiemblen—. ?Y ahora? —Continúa mientras se aprieta más contra mi espalda.

—Mmm, bueno…

Para de golpe. Sus dedos permanecen dentro del biquini, pero no los mueve. Me roza el lóbulo de la oreja con los dientes. Quiero matarlo lentamente.

—Medítalo, Grace —murmura.

—Eres idiota. —Tengo un nudo en el estómago de anticipación, de ganas y de emoción contenida—. Un idiota que habla tan bien como demuestra las cosas.

—Eso está mucho mejor.

Me besa el cuello mientras sus dedos vuelven a moverse en círculos despacio, muy despacio. No puedo creer que el agua que fluye entre nosotros siga estando helada, porque estoy ardiendo. Apoyo la cabeza en su pecho cuando el placer se vuelve más agudo y termina atravesándome. Gimo bajito y noto su sonrisa en mi mejilla.

Abro los ojos. El cielo sigue siendo azul celeste.

Me giro hacia él con una sonrisa traviesa.

—?Y ahora qué hacemos contigo?

—Lo dejo a tu elección. Soy tuyo.

—Gracias, pero ya tengo suficiente conmigo misma. Menuda carga sería tener que tirar de los dos con lo que nos gusta complicarnos la vida. Sin embargo…

—Continúa. —Tiene la mirada brillante.

—Se me ocurre que podrías quitarte el ba?ador. Si te atreves. O si te da igual que en cualquier momento aparezca por aquí una feliz familia para disfrutar de un pícnic y te toque salir del agua tal como llegaste al mundo.

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