El mapa de los anhelos(99)
—Pues… inteligente.
—Eso se agradece.
—Y divertido. Me hace reír.
—Que no es nada fácil.
—Cierto. —Giro el volante. Me apetecía conducir de regreso a casa. El cielo es de un suave tono rosado con toques naranjas—. Y, aunque suene frívolo, es muy atractivo. Además, es capaz de seguirme el ritmo en una conversación, tiene réplicas para todo y no siento que esté hablando sola como me ocurre con la mayoría de la gente.
—Solo por eso ya tiene mi admiración —bromea.
—Qué graciosa. —Pero no puedo dejar de sonreír.
—Me gusta verte enamorada, Grace. Todo el mundo debería enamorarse al menos una vez en la vida —a?ade, y yo me pregunto si está pensando en Lucy y en las cosas que no vivió y no vivirá—. Me recuerdas un poco a mí…
—?A cuando conociste a papá?
—Mmm, sí. Pero también a antes.
—?Antes? —Desvío la mirada.
—Tu padre no fue el primer hombre del que me enamoré. Salí durante un a?o y medio con otro chico, un inglés al que conocí en la universidad. Fue muy intenso.
—Tampoco hace falta que entres en detalles.
—Lo que intento decirte, Grace, es que incluso los amores que son fugaces, esos que duran meses o a?os, vale la pena vivirlos apasionadamente. A veces parece que solo se valoran los ?para siempre?, pero, en mi opinión, eso es una tontería.
Sé que tiene razón, pero me limito a continuar conduciendo.
Nunca me han gustado los finales. Cuando termino un libro, siempre noto un hormigueo en la punta de los dedos porque deseo seguir pasando unas páginas que no existen. Me pregunto qué ocurrirá después, qué será de esos personajes, y me parece injusto ser testigo tan solo de un peque?o tramo de sus vidas. En las películas, no me muevo mientras aparecen las líneas de crédito y, en ocasiones, la rebobino una y otra vez para disfrutar esa última escena y pienso en que ojalá pudiera hacerlo en la vida real. Y cuando una canción me gusta mucho la escucho tantas veces que termino por aborrecerla, pero incluso entonces me aferro a ella. No, no me gustan los finales.
Dejo el coche delante del garaje sin meterlo porque llegamos un poco tarde y no quiero perder el tiempo. La casa huele a carne recién hecha y a miel y a hierbas aromáticas. Encontramos a papá delante de los fogones de la cocina.
—Hola. Qué bien huele todo —le digo.
Me mira por encima del hombro y sonríe.
—Saltamontes, tienes una sorpresa en el comedor. O dos, mejor dicho. Ve.
Giro sobre mis talones y me dirijo hacia allí. Oigo las voces antes de abrir la puerta y encontrarme a Will sentado en el sofá junto a un hombre de mejillas arrugadas, ojos de un gris que recuerda al acero y cabello de nieve.
—?Abuelo! —Me lanzo hacia él.
41
Will
Tan solo necesito ser testigo de este abrazo para entender que el lazo que une a Grace con Henry va mucho más allá de la sangre. Ella cierra los ojos cuando envuelve su cuerpo porque se siente segura y respira hondo en busca del olor familiar. él se ríe y le da unas palmaditas en la espalda con aparente incomodidad, pero en realidad está emocionado.
—?Qué estás haciendo aquí?
—Ya iba siendo hora de volver y parece ser que lo hice en el momento perfecto, aunque nadie me mandó una invitación para cenar —dice burlón, y luego se?ala la maleta que descansa en la entrada—. Vengo directo del aeropuerto.
—Ya conoces a Will, por lo que veo.
—Sí. Ya lo he interrogado —bromea.
—Solo me ha amenazado con una pistola eléctrica, nada grave —intervengo apretando los labios para evitar echarme a reír—. Aún conservo todos los miembros.
—De momento —a?ade él.
—?Abuelo!
Le dirijo a Grace una mirada tranquilizadora porque, en realidad, la charla ha sido todo lo contrario: reconfortante. Hemos hablado de su viaje a Florida y de su trabajo en el taller, de la cajita que dise?ó para el juego de Lucy y de los días que yo pasé junto a ella en aquella sala de café del hospital.
Pero esa calma se desvanece en cuanto la se?ora Peterson entra en el salón. Primero saluda a su padre y después sus ojos se clavan en mí. En el instante en el que lo hace, sé que me reconoce. Frunce el ce?o, visiblemente confundida.
—?Tú eres Will?
—Sí —contesto.
—Nos hemos visto antes.
—Lo sé.
La se?ora Peterson mira a su hija.
—?Qué está ocurriendo aquí?
El abuelo Henry lanza un suspiro y mira a su nieta dubitativo pero sereno, quizá porque sabe que es el momento y que ya no hay vuelta atrás.
—?Todavía no se lo has contado, Grace?
—No —responde ella bajito.
—?Qué tienes que contarme?
No hace falta nada más para que Henry y yo salgamos del salón y las dejemos a solas. Vamos a la cocina y Jacob nos dirige una mirada interrogante tras apagar el horno.