El mapa de los anhelos(96)



Demasiada información. Cuando Grace habla desde el corazón, cuando escupe las palabras una detrás de otra con esa sinceridad apabullante, siempre siento que me desbordo y me preocupa no estar a la altura.

—No vas a diluirte. Créeme. Te tengo justo entre mis manos y eres la persona más sólida que conozco. En cuanto a lo otro… —Le aparto el pelo de la cara porque quiero verla—. Creo que es la prueba de que algo ha empezado a cambiar en ti.

—Lo sé.

—Bien.

—Pero…

—Dime.

—Es la peor solicitud que se ha escrito jamás.

—Seguro que no. ?Para qué era?

—Historia del Arte.

—Debería haberlo imaginado.

—?Por qué?

—Has hablado de ello en alguna ocasión; pero, además, te pega el hecho de estudiar algo del pasado que perdure en la actualidad. No me mires así, es más bien un concepto, ?entiendes? Como la gente que dedica su vida a aprender latín o griego, hay personas que no lo comprenden porque lo consideran poco provechoso. Y el arte es un poco así, algo estático, algo que otro ser humano pudo crear hace cientos de a?os y que todavía hoy, tanto tiempo después, nos resulte…

—Bello —concluye ella.

—Sí. Es una forma de conservarlo.

—En cualquier caso… —Traza espirales en mi brazo—. No importa, porque es evidente que nadie en su sano juicio me admitiría basándose en esa carta y no tengo nada más. Mi media del instituto no era demasiado brillante.

Trago saliva y después cojo aire.

—?Dónde está la universidad?

—En San Francisco.

—?Y por qué allí?

—No lo sé. Quizá por el clima más agradable o porque fue la ciudad a la que iba a viajar con mi familia antes de que se cancelasen los planes. No lo pensé mucho.

Cuando me besa, creo que los dos somos conscientes de que esa ciudad, San Francisco, acaba de convertirse en un paréntesis, no por la distancia que nos separaría si se marchase, sino por el hecho de que Grace está empezando a trazar su camino, aunque en ocasiones dé dos pasos adelante y retroceda otro, pero yo…, yo estoy mucho más atrás.





40


Grace


La razón por la que ahora mismo estoy con mi padre en un supermercado tiene que ver con lo que ocurrió hace cuatro días cuando aparecí en casa por la ma?ana y me encontré a los dos en la cocina esperándome. Mi madre tenía una taza humeante de café en las manos y había preocupación en su semblante cuando me preguntó: —?Se puede saber dónde has pasado la noche?

—Mmm, ?por ahí? —No estoy acostumbrada a dar explicaciones, tampoco es que tenga edad para estar haciéndolo, pero supongo que es una de las consecuencias de vivir todavía en casa de mis padres—. Fui a ver a Will.

—Y te marchas en mitad de la noche…

—Sí. Fue una urgencia —puntualicé.

Mamá no se mostró especialmente satisfecha. Me dirigió una larga mirada que me hizo pensar que, a pesar de todo, de esa distancia que en ocasiones ha existido entre nosotras, las madres tienen el superpoder de intuir cosas que el resto ignoran.

Después, giró la cabeza hacia mi padre.

—?Tú qué opinas, Jacob?

él lanzó un suspiro y sacó la leche de la nevera.

—Opino que quizá deberías invitarlo a cenar.

—?A Will? —pregunté aún perpleja.

—?Acaso hay más? —Mamá alzó una ceja.

—No.

—Entonces sí, nos referimos a Will.

—?Sales con ese chico? —intervino papá.

—Supongo —logré decir.

—?Lo supones o lo sabes? —insistió ella.

—Lo sé. —Puse los ojos en blanco.

—Nos gustaría conocerlo, ?verdad, Rosie?

—Así es —concluyó mi madre.

Todavía no sé si acepté porque estaba demasiado desconcertada y me pillaron desprevenida o porque es la primera vez que mis padres se preocupan por mí de esa manera tan típica y, en el fondo, quizá me guste, quizá deseé durante a?os que me pusiesen límites y toques de queda; quizá encontrar a mis padres desayunando juntos en la cocina como un matrimonio común y corriente sea todo lo que necesite para sentir que todavía hay esperanza y que, pese a todo, la vida sigue adelante.

—Así que quieres hacer tu salsa especial para lucirte —le digo a papá mientras lo sigo por uno de los pasillos del supermercado—. Creo que a Will le gustará.

—?Tiene alguna otra preferencia?

—Le encanta el queso —recuerdo.

—Vale, pues compremos un poco.

Dejamos atrás el pasillo de las salsas y nos dirigimos hacia el de los lácteos. Mientras empujo el carro entre las estanterías de comida decido desviarme un momento.

—Voy a coger cereales, ahora te busco por la zona del queso —le digo.

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