El mapa de los anhelos(100)



—?Ocurre algo? —pregunta.

—Rosie está a punto de descubrir que existe ?El mapa de los anhelos? —masculla Henry—. Y yo necesito una copa de vino para sobrellevar mejor esta llegada triunfal.

—Estaba a punto de abrir una botella —dice Jacob. Después la descorcha, sirve dos vasos y me mira—. ?Prefieres beberlo en copa?

—No, gracias. Tomaré agua.

—Buen chico —dice Henry.

La inquietud reina en la cocina. Imagino que Jacob y el abuelo Henry temen que Rosie no encaje bien la existencia del juego, aunque Grace ha dejado caer en varias ocasiones que su madre se muestra más serena. Yo me siento un poco fuera de lugar. Hace mucho tiempo que no asisto a una reunión familiar, ni siquiera cuando se trata de mi propia familia. El último a?o decidí pasar las navidades aquí y, cuando mis padres se rindieron y dejaron de insistir, se marcharon a Canadá para celebrar las fiestas con mis tíos y el resto de la familia. Pero, cuando Grace me invitó, y a pesar de tener que pedirle a Paul que me diese la noche libre, no pude negarme. Sin embargo, no estoy seguro de qué esperan de mí los Peterson, y la idea de tener que cumplir unas expectativas me paraliza un poco porque me recuerda a esa versión de mí mismo que intento dejar atrás.

—Grace me contó que estudiaste Derecho —dice Jacob, imagino que para romper el incómodo silencio y sacar algún tema de conversación.

—Sí. —Bebo agua.

—Pero no ejerces.

—No.

Jacob inspecciona la carne para asegurarse de que está en el punto perfecto de cocción y después se limpia las manos en el delantal que lleva puesto.

—?Has pensado hacerlo? Porque si tienes nociones de Derecho inmobiliario, creo que en la empresa estaban buscando personal…

—Aún no sé bien qué voy a hacer.

—Ah, comprendo. ?Estás en uno de esos a?os sabáticos? Yo lo viví cuando terminé la universidad. Menuda época. Estuvo genial, no me arrepiento.

Jacob empieza a machacar unas almendras y Henry me mira tras darle un sorbo a su copa de vino. Creo que el abuelo es capaz de percibir que no, no estamos hablando exactamente de lo mismo, pero no saco de su error al padre de Grace. Tampoco parece muy prometedor admitir delante de ellos que no tengo ni idea de qué voy a hacer con mi vida y que siento un nudo en la garganta tan solo al pensar que en algún momento deberé tomar una dirección, porque me aterra volver a equivocarme.

Esperamos otros quince minutos hablando de trivialidades. En realidad, Jacob se empe?a en romper el silencio y a Henry, por el contrario, no parece molestarle en absoluto. Está ahí tranquilo y pensativo con el vaso de vino en la mano cuando Grace aparece en la cocina con los ojos brillantes y el rostro pálido.

—?Cómo ha ido? —pregunto.

—Bien, muy bien. Ya está sentada a la mesa esperando que se sirva la cena.

Grace esquiva a su abuelo y coge un manojo de servilletas y los cubiertos. Me adelanto para ayudarla y hacerme cargo de vasos y platos. No sé por qué parece tan afectada si se supone que todo ha ido bien, algo que confirmo en cuanto entro en el salón y veo a la se?ora Peterson. No hay signos de debilidad en su rostro.

Cuando todos nos acomodamos, me mira fijamente.

—Gracias por los momentos que pasaste junto a Lucy en el hospital. Por lo poco que mi hija me contaba sobre ese chico con el que jugaba, sé que eras importante para ella. Valoraba mucho tu amistad.

—Yo también la suya —le aseguro.

—Bien. Pues brindemos todos. —Alza la copa que Jacob acaba de llenar y sonríe mirándonos—. Por Lucy. Brindemos por ella.

El suave tintineo llena el salón antes de que empecemos a cenar. La comida está deliciosa, eso o me sabe así de bien porque hacía mucho que no comía un plato caliente elaborado, con la carne tan suave que se deshace en la boca y la salsa y la guarnición perfectas. Pero, mientras los platos se van vaciando, mientras Rosie intenta arrancarle palabras a su padre sobre el viaje y mientras Jacob se rellena demasiado a menudo la copa de vino, me inquieta la actitud de Grace, que permanece callada.

—Entonces, ?no piensas contarnos nada más sobre tu estancia en Florida? ?Vas a ser tan escueto como durante las llamadas telefónicas?

—Mmm. —Henry mastica y traga—. Los mosquitos eran un incordio.

—?Y eso es todo? —Su hija alza las cejas—. Espero que lo pongan en los programas turísticos de Florida. ?Algo que destacar: los mosquitos?.

—Rosie, ?qué quieres saber? Tan solo me levantaba, iba a pescar, comía, paseaba y dormía. Unas vacaciones reales, de esas que la gente hacía antiguamente, cuando no había que ver y probar todo lo imaginable en el menor espacio de tiempo posible.

—Suena reparador —opina Jacob.

Y Grace no interviene en la conversación, algo raro en ella. La miro. Está removiendo las verduritas asadas de su plato, pero cuando nota que la observo me sonríe y pincha una zanahoria.

Al contrario de lo que esperaba, al final la cena resulta amena. Jacob se esfuerza por hacerme sentir cómodo, a pesar de que debido a ello pregunta demasiado, y Rosie es muy amable. Los silencios del abuelo Henry, lejos de molestarme, son de agradecer. Les cuento que nací allí y que luego mi familia se mudó a Lincoln, pero no recuerdan haber tenido relación con ningunos Tucker que tuviesen una granja a las afueras. Vuelven a preguntarme por mis estudios y yo salvo la situación sin entrar en demasiados detalles. Cuando termino de comerme el postre, siento que la tensión del acontecimiento da paso al cansancio. A eso y a una nostalgia inesperada, porque estar ahí con esa familia me recuerda a la mía, a las veces que mamá preparaba una desorbitada cantidad de comida y nos reuníamos a la mesa y nos poníamos al día. Recuerdo las miradas orgullosas de mis padres cuando les contaba qué estaba haciendo o qué planes tenía, unas miradas que fueron espaciándose cada vez más, ya antes del accidente, conforme empezaron a intuir que el hijo que creían conocer no existía.

Alice Kellen's Books