El mapa de los anhelos(101)
El final de la velada lo marca Henry cuando se despide para irse a casa a descansar. Entonces, los padres de Grace aseguran que se ocuparán de recoger los restos de la cena y yo me inclino y le digo al oído que me encantaría ver su habitación, porque es cierto, quiero saber cómo es ese rincón tan suyo, pero también disponer de un poco de intimidad.
Subo las escaleras tras ella.
Cierra la puerta a mi espalda cuando entramos. Ahí está, un lugar bastante parecido a lo que había imaginado. La cama con la colcha de un lila claro, la lamparita con la base de madera que parece hecha por manos artesanas, probablemente las de su abuelo, el escritorio caótico lleno de trastos, libros apilados aquí y allá, ropa encima de la silla y, más allá, una pared abarrotada de peque?os papeles, postales con fotografías y obras de arte, un rincón repleto de belleza y enigmas en el que destaca un papel donde pone ??POR QUé?? en letras mayúsculas. Tengo la sensación de que cada pieza es una parada en el camino para llegar hasta el alma de Grace. Tomo aire y desvío la vista hacia su mesilla de noche. Veo la postal con la obra de Klimt, ese beso que duerme en Viena, y también, junto a algunos anillos y caramelos mentolados, descansa el libro que está leyendo.
Lo cojo y lo levanto hacia ella.
—Expiación —digo.
—Deberías leerlo, Will.
—?Es una indirecta?
La veo sonreír despacio.
—?Quién sabe?
—Para tu información, ya lo hice. —Lo dejo en su sitio—. No estuvo mal, pero me resultó un poco pretencioso y aburrido.
—?No! ?Cómo puedes pensar eso? Es una de mis novelas favoritas. Es la segunda vez que la leo, de hecho. Hay algo profundamente vulnerable entre sus páginas.
—Si tú lo dices…
Grace me deja observar su mundo a mis anchas, sin restricciones. Me fijo en cada detalle insignificante como solo puede ocurrir cuando estás tan deslumbrado por una persona que todo lo que la rodea te parece trascendental.
—Ha sido raro, ?sabes? Lo de invitarte a cenar. Es la primera vez que pasa. También es la primera vez que un chico sube a mi habitación.
—?Lo dices en serio? —Me acerco a ella.
—?Por qué te sorprende tanto?
—Tienes un lado rebelde. Imaginaba que fuiste de las que en la adolescencia acababan sacando a algún chico por la ventana de la habitación y obligándolo a saltar desde el tejado.
—Es más probable que eso te ocurriese a ti.
—Culpable. —Sonrío y le rozo la mejilla.
—Aunque admito que he estado en el otro lado.
—?Saltando por una ventana?
—Sí. En bragas. Nada que quieras saber.
—Oh, créeme, sí quiero saberlo.
—Pues será otro día. La cuestión, Will, es que este es mi reino. Y me cuesta dejar que cualquiera entre en mi territorio, ya te lo dije.
—Pero no soy cualquiera.
—Exacto. Así que no rompas nada.
—No lo haré. Caminaré de puntillas si hace falta.
Grace curva los labios despacio y yo le robo la sonrisa con un beso lento y suave que no consigue borrar lo que sea que la inquieta durante esta noche.
—?Vas a contarme qué es lo que te pasa?
—Es que no sé… —Se aparta y suspira mientras abre la ventana—. A veces ni siquiera me entiendo a mí misma, así que ?cómo podrías hacerlo tú?
—Déjame intentarlo.
Pone un pie en el alféizar de la ventana y me mira por encima del hombro. A pesar de la oscuridad de la noche, el aire que penetra en la habitación es cálido.
—?Sales conmigo?
—Claro.
La sigo. La seguiría donde fuese. Hay un hueco entre la ventana y las tejas que se inclinan hacia abajo. Nos sentamos muy juntos porque el espacio es tan reducido que no sobra ni un centímetro. Cojo su mano derecha y le acaricio los dedos despacio, me fijo en sus u?as rectas y cortas, en el anillo con una piedrecita morada que lleva en el dedo anular y en la forma del hueso de su mu?eca. Nunca había sentido la necesidad de estudiar así a alguien. Creo que lo hacemos mutuamente. Cualquiera pensaría que somos los primeros seres humanos recién llegados a la Tierra y que estamos reconociéndonos como iguales.
—?Algún problema con tu madre?
—No, qué va. Se lo ha tomado genial. Ha dicho: ?Mi Lucy, siempre brillando hasta el final? y me ha abrazado. Ni siquiera ha preguntado como papá si le había dejado alguna carta.
—?Y entonces?
—Cuando hablaba con ella, le he dicho que tan solo quedan dos casillas…
—Ya. —Tomo aire.
—No quiero que se acabe.
—Lo sé, Grace.
—Cuando termine…
—Ella ya no estará. No de esa manera, al menos. Pero sí de otras.
—Lucy tenía razón, la necesito. ?Qué haré sin ella?
—Yo creo que te ha abierto el camino.
—Sí.
—Y que sabrás seguir andando…
—Es posible. Aunque me encantaría que ?El mapa de los anhelos? durase para siempre, hasta el fin de mis días, que nunca acabase y que la vida fuese un juego. ?Te he hablado alguna vez de lo poco que me gustan los finales?