El mapa de los anhelos(97)



Mi padre asiente y se adelanta. Hay más de treinta tipos de cereales, y no me pregunto cómo es posible que el hombre haya llegado a la Luna o inventado el televisor, sino cómo demonios hemos conseguido ser tan creativos en algo tan básico como los cereales. En el fondo, lo agradezco. Meto en el carro dos cajas, una de estrellitas de maíz ba?adas en chocolate y otra de arroz inflado. Después, retomo mi camino.

Distingo a papá al fondo del pasillo de los lácteos. Está hablando con una mujer más joven que él que rondará los treinta y pocos. La expresión de él es cautelosa, pero la mira a los ojos de esa manera que las vecinas solían comentar tiempo atrás.

—Hola —digo al llegar hasta ellos.

—Ah, Grace. —Papá da un paso hacia atrás—. ?Ya has cogido los cereales? Bien. Aquí está el queso. Será mejor que no nos entretengamos demasiado.

Hay algo frágil en el semblante de ella cuando lo mira.

—Me llamo Allison —dice—. Trabajo con tu padre.

—Encantada de conocerte. Y sí, tengo los cereales.

—Perfecto. Nos vemos en la oficina —se despide él.

Mi padre me rodea los hombros y me invita a seguir caminando pasillo abajo. Buscamos un par de cosas más que nos faltan antes de acercarnos a la caja, pagar y guardar la compra en el maletero del coche. Luego, cuando subimos delante y él arranca, caigo en la cuenta de que llevamos un buen rato sin hablar.

—Esa tal Allison parecía simpática.

—Sí, lo es. —él pone el intermitente y el tac, tac, tac se escucha en el interior del vehículo de una forma extra?a, aunque sé que es el mismo sonido de siempre.

—Creo que nunca la habías nombrado.

—Hace poco que llegó —comenta.

—?Un mes, dos…? —insisto y, a estas alturas, creo que ambos somos conscientes de que la conversación no es completamente trivial.

—Un a?o y medio. ?Qué es lo que te pasa?

Sí, eso, ?qué es lo que me pasa? No lo sé. Sacudo la cabeza y ya no digo nada más hasta que llegamos a casa. Hoy es un día especial, no quiero estropearlo con mis fantasías. La idea de que Will venga a cenar esta noche me pone nerviosa. Nunca he invitado a ningún chico a casa ni tampoco ha sido algo que echase en falta, pero con él… quiero que lo conozcan y que les guste tanto como a mí, que les parezca igual de interesante.

No protesto cuando papá asegura que él se ocupa de guardar la compra y subo las escaleras. Llamo a la puerta del dormitorio principal porque quiero asegurarme de que mi madre recuerda que esta tarde tenemos que ir a la terapia grupal, razón por la que papá se encargará de los preparativos de la cena.

—?Estoy despierta, entra! —contesta.

Hace ya unas semanas que no se mete en la cama en pleno día. La encuentro sentada delante de su tocador mirándose al espejo. Está extra?amente seria.

—?Qué haces, mamá?

—Nada, tan solo me miraba… Hacía mucho tiempo que no me miraba.

Me acomodo en la butaca de estampado floreado que hay en el rincón de al lado. La observo. Lleva un vestido suelto de color gris perla que no se ponía desde hace a?os, su rostro está un poco envejecido por la edad y el dolor; no sé qué es lo que ha hecho más mella en los surcos de su piel. Y el pelo cae suelto y sin forma por su espalda.

—Está bien mirarse a veces —le digo.

—Supongo que sí. Estoy distinta, ?no crees?

??Distinta a cuándo?? me gustaría preguntarle, pero probablemente la respuesta sea algo que ninguna de las dos queremos oír, como ?distinta a cuando conocí a tu padre?, ?distinta a cuando era la mejor de la empresa? o ?distinta a cuando Lucy todavía vivía?.

—Estás muy guapa.

—No estoy segura…

—Sí. —Sonrío y me levanto—. Aunque no te iría mal un corte de pelo para sanear las puntas. Yo podría hacerlo, si te animas. Se me da bien.

No es mentira. Me arreglo el flequillo a menudo y, en alguna ocasión, Olivia me dejó trastear con su pelo, no sé muy bien por qué, la verdad. Hasta Lucy accedió a pasar una vez por mis manos y eso que era demasiado presumida como para arriesgarse en algo así.

—Estaría bien. Ma?ana tengo una reunión.

—?Y sobre qué es esa reunión?

—El proyecto de Anne. Me ha convencido. Es interesante. Las casas son perfectas, no demasiado grandes, las calidades son buenas…, solo necesitan unos cuantos arreglos. Un día me gustaría llevarte para que puedas verlas.

—Me encantaría. Entonces, ?cojo tijeras?

—?Ahora?

—?Sí! ?Por qué no?

Se deja contagiar por mi entusiasmo y colocamos un taburete delante del lavabo del cuarto de ba?o. Le humedezco el pelo con un difusor y se lo desenredo. Después, no me lo pienso demasiado antes de empezar a dar tijeretazos aquí y allá. Me sorprende que mi madre confíe en mis habilidades sin tener garantías, pero se muestra serena mientras los mechones de cabello van ensuciando el suelo del ba?o; en ocasiones, incluso cierra los ojos y no puedo evitar preguntarme en qué estará pensando.

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