El mapa de los anhelos(94)
—Y comprar comida a domicilio pidiendo que la dejen en la puerta de la caravana; raviolis con medio kilo de queso, eso es justo lo que comería ahora mismo. El tema de la ducha no sería un problema, créeme. —Sonríe travieso—. En cuanto a lo demás…
—Bah. Detalles. —Me río.
Will me mira muy serio y dice:
—Me encanta oírte reír así.
—Es que me siento como si estuviese borracha.
—?Borracha de nosotros?
—Sí. —Le acaricio la mejilla.
Y nos quedamos entre el revoltijo de sábanas un rato más, hasta que Will necesita ir al servicio. El frío me invade cuando se levanta y desaparece. Entonces vuelven todas las dudas que había dejado atrás. Me gustaría que mi forma de procesar los pensamientos fuese secuencial, siguiendo una línea recta, pero la mayoría del tiempo es arborescente. Es decir, que las ideas se ramifican de forma infinita sin orden ni concierto. Cuando él regresa y se tumba a mi lado, apenas tarda un minuto en percibir que algo ha cambiado.
—?Qué ocurre, Grace?
—Nada.
—No más mentiras.
—Tienes razón —digo, y él entrelaza sus piernas con las mías—. Es que no sé qué me da más miedo cuando se trata de nosotros: si acercarme demasiado a riesgo de que me rompas el corazón o alejarme y rompértelo a ti.
—?Solo se te ocurren esos dos caminos?
—?Conoces un tercero?
—Nos ponemos un par de tiritas y seguimos adelante juntos.
—Juntos —repito saboreando la palabra.
Y Will se la lleva con la lengua cuando vuelve a besarme.
39
Will
En apenas media hora empezará a amanecer y Grace sigue entre mis brazos, desnuda y con los labios enrojecidos. En la vida hay momentos que son perfectos en su sencillez y este es uno de ellos. No tocaría nada. No cambiaría nada. Ni el techo deslucido que nos acoge ni esta cama que debe de ser el antónimo de la de una suite.
—Will.
—Dime.
—?Recuerdas el día que me ense?aste a conducir?
—Sí —murmuro contra su pelo.
—Esa granja en la que paramos… —Me tenso al instante y sé que ella ya conoce la respuesta que busca, pero aun así continúa—. ?Era tu hogar?
—Sí. Lo fue.
—?Y la fotografía?
Me levanto. Entre las pilas de libros, busco Aullido, de Allen Ginsberg, lo abro y saco la foto amarillenta que encontré al fondo de uno de los armarios. Vuelvo a la cama junto a Grace y dejo que la contemple.
—Esta era mi abuela, aunque la recuerdo mucho mayor. Mis padres también han envejecido, pero, en cierto modo, a pesar de todo lo que ha cambiado en sus vidas, siguen siendo los mismos. Todavía se quieren. Ella colecciona dedales y él le regala uno especial cada San Valentín. Nunca se le olvida.
—Qué bonito. ?Y este eres tú?
—El mismo, un poco más rollizo.
—Igual de adorable —dice ella.
Se queda mirándola un rato más, los dos lo hacemos; luego, coge el libro y lo abre para volver a guardarla. Le agradezco que la trate con delicadeza. En realidad, en casa de mis padres hay varios álbumes de fotografías y muchos de ellos contienen instantáneas de la época que vivimos en la granja, pero esta la conservo con especial mimo porque últimamente me siento lejos de ellos, porque no esperaba encontrarla allí después de décadas y porque me resulta simbólico que todavía quedasen restos materiales, algo palpable, de la persona que fui en ese lugar.
—?Vas a menudo a la granja?
—No. La primera y la última vez fue contigo.
—No lo entiendo… —Frunce el ce?o y me clava una de esas miradas persistentes que parecen querer bucear en las profundidades.
—Fue un poco casual. Conocía ese camino, sabía que por allí apenas pasaban coches. Pero no esperaba que llegásemos tan lejos; después, bueno…, tú siempre consigues distraerme y fue como si apareciese de la nada.
—Así que decidiste entrar.
—Y tú me acompa?aste.
—?Y si no hubiese ido?
—Probablemente no lo habría hecho —confieso, y la abrazo con más fuerza mientras tomo aire—. De todas formas, no pasó nada. No tuve una revelación. No encontré lo que estaba buscando. Allí tan solo había escombros y nostalgia.
—?Qué era lo que buscabas?
—Quién soy —susurro—. ?No es de lo que se trata todo al final, Grace? ?No te das cuenta de que ?El mapa de los anhelos? tiene esa misma meta?
—Es posible, pero…
—Es la clave. Lo es.
Grace se remueve un poco y se incorpora. Me gusta que no se moleste en coger la sábana ni se sonroje con facilidad. Quiero volver a hundirme en ella, pero después de varios asaltos durante la noche noto el cuerpo laxo, tan relajado que no recuerdo la última vez que me sentí así. La luz del amanecer ya empieza a colarse en la caravana.
—?Tienes algo para comer? Me muero de hambre.