Ciudades de humo (Fuego #1)(91)



—Sé que llego tarde —empezó dubitativa.

—Sí, exacto. Y espero que tengas una buena excusa.

Ella levantó la mano en forma de buena excusa.

Rhett, que seguía mirándola como si hubiera hecho todo mal, cambió completamente su expresión al verle la venda.

—?Qué demonios has hecho?

—Ir a clase de Deane.

—?Qué...? —Frunció profundamente el ce?o—. ?Deane te ha hecho esto?

—Bueno, no exactamente... Ha sido en el circuito.

—En las cuerdas —dedujo él.

Alice asintió. Rhett se quedó mirándola unos segundos, pero no comentó nada al respecto.

—No puedo usar la mano —explicó ella—. Ni siquiera puedo doblar los dedos.

él seguía pensativo, y un Rhett pensativo nunca aventuraba nada bueno.

—Muy bien, te has librado de esta clase —dijo al final, sorprendiendo a Alice—. Pero te quiero ver aquí a la hora de la lección extra.

—Pero... ?y ahora qué hago?

—Aprovecha para comer algo. Siempre te quejas de que no te dejo hacerlo, ?no?

Se volvió y dio una palmada en el aire, provocando que todos los alumnos —que los estaban mirando— dieran un respingo.

—?Se puede saber por qué demonios no escucho ningún disparo? —preguntó Rhett bruscamente, y su voz reverberó en la sala.

Alice salió cuando todo el mundo se puso a disparar a sus respectivos mu?ecos como si sus vidas dependieran de ello.



*



Alice había aprovechado esas dos horas libres para comer y visitar la habitación de los principiantes, que en esos momentos no tenían clase. Les contó a Dean, Saud y Trisha lo que le había pasado a su pobre mano mientras Jake repartía las cartas.

—Pero... ?tú estás bien? —preguntó Dean preocupado—. ?No te duele?

—No mucho, la verdad.

—La magia de Tina —murmuró Saud, asintiendo con la cabeza.

Trisha negó con la cabeza, recogiendo sus cartas.

—Siempre me he preguntado qué clase de pacto con el maligno ha hecho para ser capaz de curar todo tipo de heridas.

—?El maligno? —preguntó Alice confusa.

—Max —aclaró Trisha, pero parecía extra?amente divertida.

—?Max es el maligno? —repitió Alice sin entender.

Cuando vio que los cuatro empezaban a reírse de ella, puso una mueca, molesta.

—?No os riais de mí, estoy malherida y sensible!

Al final, no se enteró de quién era el maligno, pero se lo pasó bien con ellos. Igual que siempre.

Era una relación curiosa. Trisha se metía con Jake y, aunque él se enfadaba, luego terminaba olvidándose del tema como si no hubiera sucedido. Y lo mismo pasaba con Saud y Dean. Y parecían quererse mucho todos.

Alice seguía sin entender muchas cosas de los humanos, pero había dejado de formularse tantas preguntas. Un poco de misterio tampoco estaba mal. Además, según Rhett, eso de indagar tanto la hacía sospechosa. Y probablemente tuviera razón.

Cuando pensó en él, recordó que tenía su clase extra. Faltaba un rato para que empezara, así que se sentó en el campo de entrenamiento con los auriculares puestos y pasó un rato allí, en la hierba, con el sol calentándole la piel y la música mejorando su humor.

Podría pasarse horas así.

Justo cuando iba por la décima canción, notó que alguien se colocaba delante de ella, tapándole el sol, y abrió los ojos. Rhett la miraba con una peque?a sonrisa.

—?Disfrutando de tu rato libre?

Alice asintió felizmente.

—Sería agradable hacer esto más a menudo.

Se esperaba que la ri?era o que le dijera que escondiera el iPod, pero se limitó a dejarse caer a su lado, con la espalda también apoyada en las gradas.

—?Qué estás escuchando?

Alice le ofreció uno de los auriculares. Al ponérselo, Rhett enarcó una ceja, sorprendido.

—?Es que me gustan mucho! —exclamó ella, y buscó una canción—. Esta es mi preferida. Es alegre.

—Algunas canciones tristes también son bonitas.

—Mmm..., a mí me gustan las que me inspiran.

Eso pareció captar su interés.

—?Como cuál?

Alice sonrió, entusiasmada por poder hablar de esa música con alguien, y puso la canción que tenía en mente. La había escuchado en bucle muchas noches seguidas. Le encantaba.

Rhett la escuchó, mirando el campo distraídamente.

—Definitivamente, a ti te van los clásicos.

—No puedo creer que me regalaras tu iPod.

—No, ese no era mío.—Rhett ladeó la cabeza, pensativo, y su expresión decayó un poco—. Bueno, fue un regalo.

Alice dudó visiblemente antes de preguntar. Estaba claro que no se sentía del todo bien con el tema.

—?De quién? —preguntó al final, suavemente.

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