Ciudades de humo (Fuego #1)(96)


—Bueno, yo tengo clase —murmuró Rhett, centrándose de nuevo—. Y tú deberías aprovechar tu tiempo libre haciendo algo más productivo que estar sentada en una plataforma, ?no crees?

—La plataforma es cómoda.

—Pero no te ayudará a pasar bien por las cuerdas, así que levanta el culo de ahí.

—Mi culo está perfecto justo donde está, gracias.

—?Quieres que me acerque y te baje yo?

Alice suspiró y se bajó de la plataforma. Rhett, por su parte, se marchó a su clase.





18


    La maldición

de la pintura


Durante los días siguientes, Alice se pegó más a Davy en las clases de la loca de Deane que, desde ese entrenamiento en el que habían discutido, la miraba como si quisiera darle un pu?etazo en la nariz. O unos cuantos.

Davy no era especialmente simpático, pero al menos no la miraba con hostilidad, cosa que era un avance. Era el punto perfecto entre el rechazo de Shana y Tom y la excesiva simpatía —por no llamarlo de otra forma— del pesado de Kenneth.

Por otro lado, por las noches, le daba la sensación de que, aunque muy poquito a poco, Rhett le contaba cada vez más cosas de sí mismo. Especialmente de su vida antes de la guerra. Una de las confesiones que más le había llamado la atención fue cuando le habló de su padre. No lo había hecho hasta entonces. Y lo hizo justo cuando terminaron una película cuyos protagonistas estaban en el ejército.

—Esta película me recuerda a mi padre —murmuró, negando con la cabeza—. También era militar.

Alice lo miró de reojo, sin saber muy bien si preguntar o no.

—?Y gritaba tanto como ese hombre? —bromeó finalmente.

—No. —Rhett sonrió—. Gritaba aún más.

—Imposible.

—Lo juro.

—Bueno, ya sé de dónde has sacado el mal humor.

Rhett empezó a reírse, pero no dijo nada más.

De hecho, era difícil conseguir que se abriera. Cuando lo hacía, era solo en peque?as dosis. Y después se quedaba un momento en silencio, como si no estuviera muy seguro de si se arrepentía o no.

—?Gritaba como Max? —sugirió Alice con una sonrisita, rodando para quedarse apoyada en los codos, mirándolo.

Rhett ladeó la cabeza hacia ella, tumbado boca arriba.

—Max es un angelito a su lado.

—Lo siento, pero no me lo creo.

—Pues es verdad. —Su sonrisa se apagó un poco—. Era un cabrón.

Alice se quedó confusa con esa última palabra. Y también por su forma de pronunciarla.

—?Qué es eso?

—Es... —Negó con la cabeza—. Da igual, no necesitas saberlo.

—Anda, dímelo.

él suspiró.

—Es un insulto —aclaró, mirándola—. No hace falta que vayas repitiéndolo.

—Lo reservaré para cuando alguien se porte mal conmigo, entonces.

—?Eso quiere decir que vas a empezar a llamarme cabrón en cada clase?

—Si tú me llamas principiante, puedes estar seguro de que lo haré.

Rhett sonrió un poco, pero dejó de hacerlo para mirarla intrigado cuando vio que Alice se había quedado pensativa.

—?Qué? —preguntó él.

—Tu padre... ?no era bueno contigo?

—?Bueno? —Rhett alzó las cejas—. No era ni bueno ni malo. Nunca me trató especialmente mal, pero es que tampoco estaba mucho en casa. Para él solo existía su trabajo. Algo bueno saqué.

—?El qué?

—Bueno, me ense?ó todo lo que sé de entrenamiento militar, armas, disciplina... —Se encogió de hombros—. Pero esa fue toda su función. Nunca lo percibí como un padre. En casa, siempre estábamos mi madre y yo. Y no...

Se cortó a sí mismo cuando se dio cuenta de lo que estaba diciendo. Sí, lo hacía mucho, y cambiaba de tema disimuladamente. Cuando lo hacía, Alice se contenía para no seguir preguntando. Por mucha curiosidad que tuviera, no quería forzarlo a contarle cosas que no quisiera revelar realmente.

Como él se había quedado en blanco, Alice decidió hacerle un favor y cambiar de tema.

—?Puedo preguntarte algo?

Rhett enarcó una ceja, curioso.

—Claro que sí.

—?Tú y Deane...? ?Alguna vez...?

Dejó la pregunta en el aire, sintiendo que sus mejillas se calentaban.

Rhett, por su parte, se limitó a mirarla fijamente unos segundos, como si no terminara de entender a qué se refería. Sin embargo, cuando lo comprendió, hizo una mueca y se incorporó sobre los codos.

—?Qué...? Pues claro que no. —Casi se estaba riendo, incrédulo—. ?Quién te ha dicho eso?

—Nadie —le aseguró.

—?Y por qué me lo preguntas? —quiso saber confuso.

—El otro día discutí un poco con ella. —Alice jugó con un hilo suelto de su camiseta, algo nerviosa—. Puede que..., mmm, puede que le insinuara que estaba celosa.

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