Ciudades de humo (Fuego #1)(92)



Rhett le dedicó media sonrisa amarga.

—De Max.

?De Max? Pero ?no se llevaban mal?

No obstante, Alice no siguió preguntando. Solo se quedó allí sentada, disfrutando del sol en su piel y de la calidez del brazo de Rhett pegado al suyo mientras la canción sonaba por los auriculares.

Cuando terminó, abrió los ojos y miró a Rhett. él sonrió un poco.

—Sí, creo que a mí también me inspira.

Alice sonrió, entusiasmada.

—?Puedo ponerte otra, como por ejemplo...!

—No, para. —La detuvo, se?alando su mano—. Quiero saber qué demonios te ha hecho Deane.

—No me ha hecho nada, ya te lo he dicho. —Ella recogió los auriculares, algo avergonzada—. Me lo he hecho yo sola.

—Es tu instructora, Alice, una de sus responsabilidades es impedir que te hagas da?o.

—Te recuerdo que tú dejabas que me dieran palizas.

—Pero nunca permití que te hirieran de verdad. No tanto como para llevar vendas o no poder mover alguna parte de tu cuerpo.

Bueno, eso era cierto.

—Quería que cruzara esas... cuerdas de pesadilla —murmuró ella de mala gana—. Y me he resbalado por el barro. Porque soy torpe. Cuando he intentado agarrarme, no ha servido de mucho.

Rhett la observaba con aire pensativo, como antes.

—Así que el problema es que no te ha ense?ado a cruzar las cuerdas correctamente —dedujo.

—Podrías preguntarme si estoy bien, ?no?

—Se ve que estás bien.

—?Eso no lo sabes!

—Alice, si no estuvieras bien, Deane ahora mismo no estaría comiendo tranquilamente en la cafetería, créeme.

Ella no supo qué responder porque no terminó de entenderlo, pero frunció el ce?o igual.

—Podrías mostrar un poco de preocupación, entonces.

—Que te golpees no me preocupa mucho, es imposible que no pase —sonrió él—. Y cada fallo entrenando significa uno menos en una batalla real.

—Entonces, yo nunca tendré un fallo en una batalla real.

Rhett empezó a reírse.

Espera, ?se había reído alguna vez?

Estaba muy guapo cuando se reía. Se le iluminaba la cara. Y se le achinaban un poco los ojos. Alice sonrió disimuladamente, mientras disfrutaba de las vistas.

él negó con la cabeza, ahora solo sonriendo, y le ofreció una mano.

—Ensé?amela.

Alice lo hizo al instante, tendiendo su mano más herida hacia él. Vio que Rhett la sujetaba con cuidado y revisaba el vendaje con los ojos. Intentó que doblara los dedos y Alice se sorprendió al notar que podía hacerlo mucho mejor que una hora antes.

Para su confusión, Rhett parecía satisfecho con el resultado.

—?No deberías estar quejándote de que no puedo disparar?

—No. Esto es perfecto.

—Creo que no te entiendo.

—Vas a aprender a disparar y recargar con una sola mano. ?Es genial!

—?Eh...?

Estuvo a punto de reírse con la esperanza de que fuera una broma, pero no lo era.

—Ya se me da mal con ambas manos —le recordó.

—No se te da mal. —Rhett enarcó una ceja—. Eres mi mejor alumna.

?Ella era...?

Se distrajo cuando vio que Rhett se ponía de pie y se dirigía a la sala de tiro. Se apresuró a seguirlo, guardando el iPod en el bolsillo.

—Vete a la pared del fondo —le ordenó él.

Lo esperó allí. Había mu?ecos pintados, era en la que habían practicado con el fusil de francotirador. Rhett no tardó en aparecer con dos pistolas, una para cada uno.

—Es más fácil de lo que parece —le aseguró—. Y, teniendo en cuenta que ya te han disparado una vez en el brazo...

—Me pilló desprevenida, ?vale?

—No te vendría mal aprender a disparar solo con una mano. Solo por si sucede otra vez.

—Te noto muy preocupado por mi seguridad.

—Digamos que... no quiero que mueras.

—Es un alivio.

—Por algún extra?o motivo, me gustas más cuando eres sarcástica conmigo.

Espera.

?Acababa de decir que le gust...?

—Imítame —Rhett interrumpió el inicio de sus pensamientos frenéticos.

Alice trató de volver a centrarse y observó lo que hacía. Rhett clavó una rodilla en el suelo y ella lo imitó. Por supuesto, tuvo mucha menos gracilidad que él.

—Se supone que llevarás la munición en el cinturón —le dijo Rhett, mirándola—. Ayúdate con la pierna y el suelo para apoyar la pistola así.

Alice observó sus movimientos y los imitó torpemente. Su otra mano se sentía inútil al estar, simplemente, apoyada en la rodilla.

—Cargador fuera —indicó él, haciéndolo—, munición, apoyas el arma en el suelo...

Iba demasiado rápido, pero Alice ya había aprendido a seguirle el ritmo. Haber pasado tantas horas con él tenía ventajas.

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