Ciudades de humo (Fuego #1)(95)



Rhett la seguía, andando a su lado. Observaba cada movimiento con suma atención. Alice se puso de pie y pasó las barras de la escalera horizontal con algo de lentitud, pero al menos las superó. Al terminar, subió la rampa corriendo, se agarró al borde y se impulsó hacia arriba.

Y ya estaba delante de las dichosas cuerdas.

Miró a Rhett, insegura.

—Oye, no sé si...

—Sigue el recorrido, Alice.

Ella hizo una mueca, dubitativa, y saltó hacia delante. Se aferró con brazos y piernas a la primera cuerda y se tambaleó peligrosamente. Acercó la mano a la siguiente, pero el chasquido de lengua de Rhett le indicó que ya estaba haciendo algo mal.

—Esta pierna —le sujetó el tobillo y lo movió— tiene que pisar la cuerda. Rodéala con la punta de la bota.

Ella lo hizo, sintiendo cómo le caía una gota de sudor por el cuello.

—Cuando estés segura —murmuró Rhett—, pasa a la siguiente y haz lo mismo.

—Entonces, tardaré una eternidad.

—No es cuestión de hacerlo rápido —le indicó Rhett—, sino de llegar al otro lado.

Era cierto que era mucho más lento pero más sencillo así. Estiró el brazo e hizo lo mismo con la otra cuerda. Sí, ?era fácil!

Entonces siguió así y, un minuto más tarde, por primera vez desde que había llegado allí, consiguió llegar a la cuarta cuerda. Rhett estaba debajo de ella y Alice sospechó que era porque la veía con posibilidades de caerse. No estaba del todo equivocada.

Cuando intentó llegar a la siguiente cuerda, notó que se le resbalaba la bota y contuvo la respiración, asustada. Sin embargo, la mano de Rhett le rodeó el tobillo al instante y volvió a colocarla.

—Concéntrate, Alice.

Ella tragó saliva y continuó. Casi lloró de felicidad cuando llegó a la última plataforma. La bajó de un salto, emocionada, y miró atrás. ?Era la primera vez que conseguía terminar el recorrido!

Deseó que Deane estuviera allí para restregárselo, pero seguía prefiriendo a Rhett.

Se volvió hacia él, entusiasmada.

—?Lo he terminado!

—Sí, no está mal para una rarita como tú.

—Bah, déjame en paz. Estoy emocionada. ?Quiero volver a hacerlo!

Y lo hizo. Cuatro veces más. El pobre Rhett acabó harto.

Las cuerdas siempre eran lo más complicado, pero terminó atravesándolas sola. Y sin comentarios de Rhett, cosa que le indicaba que lo hacía bien.

Al cabo de un rato, tomó un descanso y se sentó al borde de la última plataforma. El guardián estaba apoyado con la espalda junto a sus piernas, de pie, mirando distraídamente a su alrededor.

—?Se te daba bien esto cuando eras alumno? —quiso saber ella.

Rhett, que estaba ocupado frunciendo el ce?o a unos principiantes que se perseguían entre ellos en el campo de entrenamiento, asintió con la cabeza.

—Cuando te dije que era el mejor de mi clase no estaba bromeando.

—Y ?cómo sé que no exageras?

Rhett la miró con una ceja enarcada, ligeramente divertido.

—Porque te lo digo yo.

—?Y si no me lo creo?

—Pues me temo que te quedarás con la duda.

—?Por qué no haces tú el recorrido?

Rhett sonrió, negando con la cabeza.

—Primero, porque me da pereza —aclaró, volviéndose de nuevo hacia los principiantes—. Segundo, porque los instructores tenemos prohibido usar el material de clase.

—?Y las pistolas?

—Solo las toco cuando estamos a solas. —Le puso mala cara—. Así que no seas bocazas y no se lo cuentes a nadie.

Alice intentó no protestar. Con lo que le había gustado lo primero, ?por qué siempre tenía que arruinar las cosas bonitas con un comentario hostil?

—Malditos críos —masculló Rhett antes de dar un paso hacia los chicos que jugaban—. ?Eh, vosotros!

Los principiantes se detuvieron al instante. Alice vio que se habían estado lanzando hierba arrancada del suelo. Parecieron aterrados al ver a Rhett.

Podía dar verdadero miedo si se lo proponía.

—?El próximo que arranque una sola maldita hebra de hierba se la comerá! —espetó irritado—. ?Lo habéis entendido?

Todos asintieron frenéticamente a la vez.

En cuanto se alejaron corriendo hacia los dormitorios, Rhett se apoyó de nuevo en la plataforma con los brazos cruzados.

—No sé qué haríamos sin tu amor en esta ciudad —murmuró Alice, mirándolo.

él esbozó media sonrisa.

—?Quién te ha ense?ado a usar tan bien el sarcasmo?

—Jake.

—?Y no te ha ense?ado a cerrar la boca?

Alice puso los ojos en blanco descaradamente, para que lo viera. él estaba sonriendo, también. Ella ya se había acostumbrado a esas formas que tenía de irritarla.

Joana Marcus's Books