Ciudades de humo (Fuego #1)(83)
Por un momento, no reaccionó. Pero entonces se olvidó del alumno al que había estado torturando y se acercó a Kenneth.
—?Se puede saber por qué sigues aquí? —preguntó, quizá un poco más brusco de lo necesario—. ?No me has oído?
Este dio un respingo y volvió a centrarse.
—Ah, sí... Vengo a buscar a Alice.
—?Para qué? —Rhett enarcó una ceja.
—Bueno... Deane me ha pedido que viniera a buscarla. Y aquí estoy.
Genial. Lo que le faltaba a Alice. Otra charla con Deane.
—?Y por qué no manda a un mensajero, como de costumbre?
Alice había aprendido que había muy pocos mensajeros en la ciudad. Entre ellos estaba Jake, que solía ser el encargado de esas cosas. Era el único al que no le importaba ir de un lado a otro para decir algo a alguien. Solo lo hacía para enterarse de los cotilleos, pero al menos lo hacía.
—No lo sé —admitió él—. Yo solo soy un alumno suyo, Kenneth. Me debes de haber visto, pero jamás hemos hablado... Cuando estaba con los novatos tú todavía eras explorador, así que nunca coincidimos. En fin, es un placer.
Alice estuvo a punto de analizar lo que había dicho, pero en ese momento la vida del pesado de Kenneth parecía ser bastante más importante. Acababa de decirle su nombre a Rhett, el muy estúpido.
Su última esperanza era que este no se acordara.
Pero, cuando vio que su mirada se volvía helada, supo que sí se acordaba. Y muy bien.
—?Kenneth? —repitió el instructor en voz baja.
—Sí. —él lo miró, confuso—. Bueno, ?puedo llevarme a...?
—?Te parece que interrumpir mi clase está bien, Kenneth?
Alice vio algunas sonrisas burlonas en las caras de los demás. El chico no era muy querido por sus compa?eros, especialmente porque solía burlarse de ellos. No estaba mal ver que, por una vez, eran ellos quienes se reían de él.
Aun así, Alice no le deseaba ningún mal. Solo quería poder decirle que se fuera corriendo.
—Yo... —Kenneth miró a su alrededor, algo confuso—. Bueno, no quería interrumpir... Solo venía a buscar a Alice.
—?Y qué te hace pensar que puedes entrar en mi clase así como así? Va contra las normas de la ciudad.
—Ya... Bueno... Es que Deane...
—La segunda, de hecho. No asistir a clases que no sean las tuyas, y mucho menos interrumpirlas. ?No te sabes las normas, Kenneth?
El chico estaba empezando a acobardarse, dio un paso hacia atrás.
—Eeeh... Creo... Deane nos hizo memorizarlas y...
—Son diez —le espetó Rhett, provocando más sonrisas—. ?No eres capaz aprenderte diez normas?
Alice se puso de pie cuando vio que Kenneth empezaba a ruborizarse. Intentó frenar el peque?o conflicto yendo con él, pero en cuanto pasó al lado de Rhett, este la sujetó del brazo y la detuvo.
—?Quién te ha dicho que vayas con él? —preguntó enfadado.
—Si Deane me busca... —empezó ella, dudando.
—De eso nada. —Miró a Kenneth—. Puedes decirle a Deane que si quiere hablar con uno de mis alumnos lo haga durante sus clases, no durante las mías.
—Pero...
Rhett soltó a Alice y se acercó a él.
—?Algo más que a?adir?
—Es que... Deane se enfadará conmigo y no...
—?Prefieres que se enfade ella o que me enfade yo?
Kenneth se quedó mirándolo unos segundos.
—Deane —dijo al final con un hilo de voz.
—Bien. Pues ya puedes largarte de aquí.
Kenneth se dio la vuelta, indignado, para dirigirse a la salida. Hubo unos instantes de silencio. Rhett todavía tenía la mirada clavada en la puerta cuando habló en voz baja a Alice.
—Y tú vuelve a tu lugar, principiante.
Ah, ya volvía a ser una principiante.
Perfecto.
Volvió a su mesa sin decir nada y siguió intentando limpiar el arma. No pudo evitar preguntarse qué querría Deane. Seguro que nada bueno. En el fondo, se sentía aliviada de que Rhett la hubiera librado de averiguarlo.
él, por cierto, estuvo de mal humor el resto de la clase. De hecho, se detuvo a su lado para decirle, textualmente, que se diera prisa ?en limpiar la dichosa arma, que no es tan difícil?.
Alice no se habría enfadado de no ser porque eso se repitió diez veces durante la clase, y, sumándolo a que Deane siempre le hacía lo mismo en la suya, agotó su paciencia.
Al finalizar, tuvo que ir al cuarto de ba?o a toda velocidad para que no la ri?eran de nuevo. De lo único que tenía ganas era de lanzarle algo a la cabeza a alguien. Al volver, vio que todo el mundo se había ido a comer, pero ella se tenía que quedar con Rhett. El Rhett hostil, además.
Lo conocía desde hacía pocos meses, pero ya había aprendido qué hacer en algunas situaciones: no hablar con el Rhett profesor, no preguntar nada al Rhett irritado, aprovechar para interrogar al Rhett agradable —que tampoco es que lo fuera mucho—. Pero el Rhett hostil era terreno desconocido.