Ciudades de humo (Fuego #1)(81)
—Sí, pero contigo es diferente. —Jake suspiró, como si no supiera cómo explicarlo—. Me refiero a la forma como se comporta. ?Una vez incluso lo vi sonriendo mientras hablaba contigo!
—?Y qué? —preguntó ella confusa.
—?Que es un milagro que Rhett sonría si no está ocurriendo una desgracia! Bueno, da igual. —Jake negó con la cabeza, claramente incómodo—. Es solo que creo que deberías decírselo.
—?Y si se lo cuenta a Max?
Mientras lo decía, se dio cuenta de que no creía que Rhett fuera a delatarla.
—Sabes que no lo hará —aseguró Jake—. Se lo confiaría antes a él que a cualquier otra persona de la ciudad. Y no nos iría mal un poco de ayuda.
Alice se quedó en silencio un momento.
—Sí, quizá tengas razón.
*
Erik ya no estaba dentro del coche con ella. Estaba apoyado en la parte trasera, fumando un cigarrillo distraídamente.
Ella seguía tumbada en el asiento. Le temblaban las manos.
Se quedó allí un momento más antes de incorporarse lentamente. Sus bragas estaban alrededor de uno de sus tobillos. De pronto, la ropa que llevaba le dio asco. Se las subió. No debería haber escogido esa ropa. Esa falda era horrible. Y esa camisa demasiado... simplemente demasiado. Le entraron ganas de quitársela, de quemarla, pero no allí. En su casa.
Quería volver a casa.
Abrió la puerta del coche y salió lentamente. Le dolía mucho entre las piernas. Erik le echó una ojeada con una ceja enarcada.
—?Dónde vas?
Ella lo miró por encima del hombro.
—A casa.
—?A tu casa? ?Ya? —él hizo una pausa—. ?Quieres que te lleve?
?Volver a subir al coche? Alicia sintió ganas de vomitar.
—No.
—?Como que no?
Escuchó que decía su nombre unas cuantas veces mientras ella se alejaba, pero en ningún momento miró atrás.
*
Alice abrió los ojos. Estaba en su habitación, en su litera, no alejándose del coche del tal Erik.
Se llevó las manos a la cabeza y volvió a notar esa sensación de malestar que había sentido en el último sue?o. Se frotó la cara con las manos, frustrada, y decidió intentar dormirse otra vez, aunque sabía perfectamente que no lo conseguiría en un buen rato. Pensó en ir a ver a Rhett, pero al recordar la conversación con Jake se le quitaron las ganas.
No quería decírselo, y no porque no confiara en él ni porque creyera que sería capaz de contárselo a alguien, sino porque no le apetecía que la relación entre ellos cambiara. Le gustaba tal como era.
?Y si hacía como Shana y le pedía que se alejara de él? La recorrió un escalofrío solo de imaginarlo.
No, no quería decírselo. Al menos, no de momento.
Así que apoyó la cabeza en la almohada y, con el iPod en la mano, cerró los ojos.
16
El campo de minas
Deane estaba insoportable.
Es decir, más que de costumbre, que era todo un logro.
A Alice le dio la sensación de que estaba más pendiente de ella que de los demás, como siempre. Odiaba la presión a la que la sometía. Y odiaba aún más el hecho de que solo fuera contra ella. ?Es que le había hecho algo a esa mujer para que la tratara tan mal?
Tenía alumnos —entre ellos Kenneth, por supuesto— a los que adulaba continuamente, otros a los que directamente ignoraba —como Davy, Tom y Shana— y después estaba la pobre Alice, sola en la última categoría, la de los odiados.
Lo peor no era que estuviera todo el tiempo criticando lo que hacía —que también—, sino que, con la presión, a Alice las cosas le salían todavía peor.
Como en ese momento, en el que estaba subiendo la red del circuito tan rápido como podía, rasgándose las palmas de las manos y tratando de ignorar el dolor. Deane se puso a gritarle tanto que Alice terminó resbalando y su tobillo quedó enredado en la red, haciendo que quedara colgada boca abajo.
Sí, echaba de menos las clases de Rhett.
Cerró los ojos, tratando de no ponerse a gritar, especialmente cuando escuchó risitas a su alrededor.
Maldita Deane.
Intentó incorporar el torso para liberar el tobillo, pero era incapaz de alcanzarlo. Volvió a intentarlo. Era inútil. No llegaba. Las risas aumentaron.
Le entraron ganas de llorar de rabia. ?Ni siquiera sabía que se pudiera llorar de rabia!
—?Piensas quedarte ahí colgada todo el día? —preguntó Deane con una peque?a sonrisa.
—No puedo —admitió.
—Claro que no puedes. —La instructora se acercó a ella, hablándole en tono condescendiente—. Por mucho que entrenes, nunca estarás al nivel de los demás. Por mí, puedes quedarte ahí colgando el resto del día.