Ciudades de humo (Fuego #1)(36)



—Nadie puede tocar a nadie, independientemente de lo que seas. Solo en caso de que necesites ayuda o algo así, pero eso son solo excepciones.

—Ya. —Rhett sonrió, burlón—. Seguro que algunos se tocaban...

—?Nadie! Todos seguíamos las normas.

—Tú seguías las normas.

—Todos lo hacíamos.

—Que tú no te enteraras, no significa que los demás no se las saltaran.

—?éramos muy responsables!

—Seguro. —Se inclinó para recuperar la escopeta y la miró—. Yo las incumpliría.

—Pues te cortarían una mano.

—Bueno, ya me han cortado media cara, no sería para tanto.

Alice, para asombro de ambos, soltó una risita divertida. En cuanto él la miró, sorprendido, la chica se cortó de golpe y sintió que se le calentaba la cara. De nuevo, se formó un silencio bastante incómodo.

—Suerte que no vivo allí. —Rhett retomó la conversación como si no hubiera pasado nada—. Harías bien en olvidarte de sus costumbres de idiotas. Ahora estás con nosotros.

—?Os podéis tocar las manos aquí? —Alice abrió los ojos como platos, recuperando su escopeta.

—Las manos, la cara... y otras partes —sonrió él—. Pero eso lo dejaremos para otra clase.

—?Qué otras partes? —preguntó ella con curiosidad.

él la miró, sorprendido y divertido a la vez.

—No creo que estés preparada mentalmente para hablar de eso.

—Ensé?amelo —se ofreció, se?alándose a sí misma.

?Tenía que aprender a vivir como ellos!

Rhett abrió la boca y la volvió a cerrar. Era la primera vez que lo dejaba sin palabras.

Definitivamente, podía acostumbrarse a que estuviera calladito. De hecho, cuando no decía tonterías era incluso guapo. Lástima que las dijera continuamente.

—Teniendo en cuenta que sujetas una escopeta —Rhett negó con la cabeza—, prefiero no hacerlo.

—Pero ?a qué te referías? ?Qué partes?

él la observó un momento, y Alice casi pudo sentir su incomodidad. Al final, se aclaró la garganta y se puso serio.

—Se acabó la charla. Colócate. Y, a ser posible, no des un salto cada vez que me acerco. Cuando cargues la escopeta, se volverá menos divertido.

Alice respiró hondo y volvió a situarse. Se sintió incómoda cuando notó sus manos —más bien sus dedos, porque tenía las palmas y los nudillos cubiertos por guantes de cuero— colocando las suyas, pero no dijo nada.

—Pega la culata a tu hombro con fuerza —le indicó—. Ten en cuenta el retroceso. Si no, saldrás volando. Bien, ahora, apoya la... Ya lo tienes. El cargador está junto a tu mano.

Rhett alcanzó los cartuchos y se los pasó. Mientras cargaba el arma, Alice vio que él movía una palanca y el objetivo se acercaba un poco más a ella. Quitó el seguro y volvió a ponerse en posición.

—Hará bastante ruido cuando dispares —advirtió él—. No te asustes otra vez, por favor. Quiero vivir al menos un día más.

Alice apuntó como le había ense?ado y, al apretar el gatillo, entendió a lo que se refería con eso de salir volando.

El arma dio una sacudida que hizo que su cuerpo retrocediera bruscamente. Alice chocó contra Rhett, asustada, y él, agarrándola por los hombros, la devolvió a su lugar.

Abrió los ojos —ni siquiera se había dado cuenta de que los había cerrado— y vio que la bala no había impactado en el mu?eco.

—No cierres los ojos —le dijo él, como si pudiera saber qué pensaba—. Y aprieta con más fuerza el arma. Vuelve a empezar.

Durante los siguientes veinte minutos, Alice lo intentó varias veces más y le sorprendió notar que el ambiente entre ellos dejaba de ser tan tenso como de costumbre. O más bien fue ella quien dejó de sentirse tan tensa.

De hecho, ?Rhett no se metió con ella durante casi diez minutos seguidos! Quizá fuera porque no se le daba tan mal. No había acertado en los puntos clave en ninguna ocasión, pero al menos daba en el mu?eco. Algo era algo.

—No me puedo creer que no os dejen tocaros —murmuró Rhett en voz baja cuando empezaron a recoger las cosas, un rato más tarde.

Alice lo miró de reojo, curiosa.

—No lo consideran una necesidad básica. —Se encogió de hombros.

—Sigo sin creérmelo.

Alice se quedó mirándolo un momento mientras él seguía colocando los cartuchos en la caja, concentrado. Y, sin saber muy bien por qué, se encontró a sí misma soltando lo que tenía en la cabeza sin siquiera pensarlo dos veces: —Eso que has dicho..., que tú romperías las normas..., ?es en serio?

—Supongo.

—Pero... ?realmente lo harías?

Rhett levantó la cabeza para mirarla con desconfianza.

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