Ciudades de humo (Fuego #1)(35)
Como siempre, tenía una peque?a sonrisa burlona, esa que la hacía sentir como una idiota. Parecía permanente. Y supuso que ahora era a causa de que ella se había atragantado con el puré de la impresión.
Si alguna vez aprendía a dar un pu?etazo, esa sonrisita sería uno de sus primeros objetivos.
—Tú. —Rhett la se?aló—. Sígueme.
—No he terminado de comer —gimoteó.
El profesor enarcó una ceja.
—?Tengo cara de que eso me importe?
Jake sonrió ampliamente cuando Alice le pasó la bandeja y se puso de pie para seguir a Rhett, que salió de la cafetería. No estaba segura de si era bueno que hubiera ido a buscarla, porque el comedor en pleno se había quedado mirándola como si acabara de matar a alguien.
Se apresuró a mantener su ritmo. Rhett andaba a grandes zancadas, sin preocuparse de si iba tras él o no. Menos mal que el moretón de su rodilla ya había desaparecido o no habría podido seguirlo.
—?Dónde vamos? —preguntó ella.
Rhett la miró por encima del hombro de forma significativa. Captó la indirecta y se calló. Había miradas que incluso una androide podía entender.
Continuaron en silencio y no se detuvieron hasta llegar al campo de fútbol. Mientras lo cruzaban, Alice volvió a ver que el instructor sacaba la llave de la sala de tiro del bolsillo trasero de sus pantalones. ?Qué iban a hacer allí?
él abrió la puerta y dejó pasar a Alice. Nada más entrar, el guardián lanzó las llaves a una de las mesas de las cabinas y Alice las miró durante unos peque?os instantes.
Si quería escapar, quizá un arma fuera una buena opción. Y allí estaban las llaves. Si las conseguía y, por la noche, robaba una pistola... Bueno, sería un punto a su favor.
—Toma. —Rhett apareció de la nada, distrayéndola, y le lanzó un arma larga y pesada. Alice la atrapó como pudo, dando un paso atrás. él puso los cartuchos en la mesa que tenía delante—. ?Sabes lo que es?
Alice miró lo que sujetaba entre sus manos. Era como una pistola, pero mucho más larga y muchísimo más pesada. Necesitaba sujetarla con ambas manos. Negó con la cabeza.
—Es una escopeta. Está descargada. Si te cabreo, no quiero que me dispares. Me matarías de un tiro. —Sonrió pese a la cara de horror absoluto de Alice—. Las hay de varios tipos. Te he dado la más sencilla; un solo ca?ón y calibre 16. Básicamente, para que no te rompas los dientes con el retroceso.
Alice se preguntó de qué demonios estaba hablando, pero no dijo nada. Bastante idiota se sentía ya.
—Apunta.
Alice le apuntó.
—Pero ??qué haces?! —Rhett apartó el ca?ón de un manotazo, alarmado.
—?Me has dicho que apuntara!
—Pero ?no a mí!
él cerró los ojos, implorando paciencia, y le indicó que apuntara al objetivo. Ella lo hizo y vio que la observaba con atención, asegurándose de que estaba bien colocada.
—Sujétala un poco más arriba —le dijo, al final.
Le temblaron los brazos cuando la levantó un poco más. Enseguida, él se colocó a sus espaldas y observó con atención la postura.
—Junta un poco los pies. Tienen que estar a la altura de los hombros, ya lo sabes. Eso es. A ver...
Rhett dio la vuelta completa y chasqueó la lengua. Alice había aprendido que eso significaba que estaba haciendo algo mal. Ahora solo necesitaba saber qué era exactamente.
Y, de pronto, horror. él le tomó la mano y la movió más cerca de la culata.
Pero ??qué se creía que estaba haciendo?!
Alice dio un salto y se apartó bruscamente de él, alarmada. Por consiguiente, el arma cayó al suelo entre los dos con un estrepitoso sonido, y abrió un incómodo silencio que perduró unos larguísimos segundos.
La chica tenía el corazón acelerado, al igual que su respiración. La había tocado. ?La había tocado de verdad! ?Eso estaba prohibido!
Se agarró la mano afectada de forma protectora, como si intentara salvarla de cualquier otro intento de invasión. Todavía podía notar los dedos de Rhett sobre su piel. Era una sensación extra?a.
Ah, y él la miraba como si estuviera loca, para variar.
—?Qué demonios te pasa ahora? —preguntó, frunciendo el ce?o.
?A ella? ?El problema era él!
—?No puedes tocarme! —casi le gritó.
Fue la primera vez que Rhett le pareció perdido.
—Solo te he intentado colocar la mano.
—Pero ?no puedes hacerlo! ?Está prohibido!
Y, entonces, pareció entenderlo.
—No me digas que en tu estúpida zona teníais normas en contra del contacto físico. —Negó con la cabeza—. No se puede ser más rarito.
—A mí me parecéis más extra?os vosotros —se?aló Alice, a la defensiva.
—Y ?cómo es la norma? Un chico no puede tocar a una chica, ?no?