Ciudades de humo (Fuego #1)(146)
—?Crees que se dirigen a la cafetería? —Solo con decirlo, Jake palideció—. Alice..., todo el mundo está allí.
Ella se quedó mirando el suelo, pensando a toda velocidad. Tenía que hacer algo, lo que fuera. Y debía actuar rápido.
Un ruido en la parte trasera del hospital hizo que se encogiera. Jake se quedó paralizado. Los dos se agacharon tras una de las camas a la vez, aterrorizados, cuando escucharon pasos acercándose.
Alice miró a Jake, que estaba en cuclillas, temblando. Ella también estaba atemorizada, pero se atrevió a asomarse un poco, solo lo suficiente para ver qué ocurría.
Había dos hombres, estaban hurgando en los frascos de medicinas de Tina e iban armados hasta los dientes. Por no hablar de su ropa: gris ceniza.
Como Giulia.
Como la gente que había invadido su antigua zona. Los que la buscaban.
Alice se echó hacia atrás inconscientemente, aterrorizada, y ese fue su mayor error, porque chocó con la otra cama, moviéndola lo suficiente como para que un ruido sordo resonara en toda la sala.
Los dos hombres los vieron al instante.
25
Las consecuencias
de los actos
Jake ahogó un grito cuando uno de los hombres les apuntó con la pistola. Alice, por su parte, se quedó inmóvil.
—?Mierda! —soltó el otro, sacando también su pistola y apuntándoles—. ?Salid! ?Vamos!
Jake miró a Alice, esperando que ella decidiera qué hacer. Tras unos segundos, ella se puso de pie lentamente. El chico la imitó. No sabía cuál de los dos tenía más miedo.
—?Estáis solos? —preguntó el mismo hombre—. ?Levantad las manos!?Los dos!
Alice lo hizo al instante y miró significativamente a Jake, que se había quedado paralizado, para que él también lo hiciera.
—?Responde! —le gritó el hombre a Alice.
—Sí —le dijo ella enseguida—. E-estamos solos.
Había bajado la pistola para acercarse, pero su compa?ero seguía apuntándoles. Alice tragó saliva, tensa, cuando notó que le pasaba las manos por las piernas, los brazos y el torso en busca de armas. Le entraron ganas de clavarle un rodillazo en la cara y sospechó que Jake había pensado lo mismo cuando se lo hizo a él.
Pareció quedarse satisfecho al comprobar que no llevaban nada encima.
—Están limpios —informó en voz baja.
—Bien. —El tipo que todavía les apuntaba les hizo un gesto brusco—. Acercaos. Y hacedlo muy lentamente.
Obedecieron enseguida. Alice estaba intentando pensar una forma de escapar, pero su mente se había quedado en blanco. Quizá, si Jake no hubiera estado allí, habría sido diferente. Pero no podía permitir que le ocurriera nada a su amigo, así que no iba a arriesgarse a actuar de manera impulsiva o precipitada.
—?Qué hacemos? —dijo el otro hombre, sin dejar de apuntarles.
—Pregúntale a Giulia. Ella sabrá.
?Giulia? ?Ella también estaba allí?
Oh, no.
El aludido se llevó una mano a la cabeza y apretó un botón de algo que llevaba en la oreja. Parecía un dispositivo de comunicación que le cubría el tímpano. Sin dejar de pulsarlo, empezó a hablar.
—Tenemos a dos extraviados. Una chica de unos diecisiete y un ni?o de doce.
—Trece —susurró Jake.
—Y diecinueve —susurró Alice.
—?Es que queréis morir? —preguntó el otro.
Los dos se callaron al instante.
El que estaba hablando con Giulia escuchó unos instantes. Después, se quedó mirándola a ella.
—Ella dice que diecinueve. Creo que un poco más de un metro setenta. Sí, delgada. Pelo oscuro, ojos azules... —Silencio—. Muy bien.
Asintió con la cabeza a su amigo, que se acercó a ellos.
Alice dio un paso adelante cuando vio que uno agarraba a Jake por el brazo y lo empujaba hacia la puerta, apuntándole con una pistola a la cabeza.
—?Alice! —exclamó el chico aterrorizado, antes de desaparecer fuera.
Ella intentó acercarse a ellos al instante, aterrada también, pero el hombre que hablaba con Giulia la agarró por el cuello y la estampó contra la pared con una facilidad casi ridícula. Alice lo agarró de la mu?eca, intentando liberarse, pero ya podía sentir el aire frío sobre su estómago. Le había levantado la camiseta. El número.
—Joder —masculló él, abriendo mucho los ojos.
Ella bajó la mirada y vio el enorme 43 en su estómago. El hombre se quedó mirándola unos segundos, incrédulo, y después se llevó la mano a la oreja.
—?Giulia? Tengo a...
Alice, por puro impulso, se abalanzó sobre él, le arrancó el dispositivo de la oreja y lo lanzó al otro lado de la habitación. Durante unos segundos, se quedaron mirándose, ambos sorprendidos por lo que Alice acababa de hacer.