Ciudades de humo (Fuego #1)(147)
Entonces, el hombre le apuntó con la pistola. Aunque sabía que no moriría, ella se apartó por instinto y el ruido del disparo tan cerca de su cabeza hizo que en su oído solo se escuchara un pitido insoportable durante unos segundos.
Consiguió alejarse de él, al tiempo que le lanzaba cualquier objeto que se encontraba. Un bote lleno de un líquido rosa que no tenía muy buena pinta salió dirigido hacia él, que lo esquivó antes de volver a disparar. Esta vez, la bala casi le rozó el hombro.
Alice, que se había tirado al suelo para esquivar el proyectil, se puso en pie de nuevo y agarró otro bote de cristal. Esta vez apuntó al estómago. Jadeaba, trató de moverse lo más rápido posible y acertó. El bote estalló en el objetivo y algunos fragmentos de cristal quedaron clavados en la piel de su enemigo.
Mientras el hombre se doblaba de dolor, Alice se lanzó sobre él e intentó quitarle la pistola. Pero él, con una sola mano, forcejeó con ella durante unos segundos. La lucha se volvió más encarnizada, ambos intentaban que el ca?ón de la pistola apuntara al otro. En cuanto uno lo consiguiera, el gatillo se apretaría y habría un ganador y un muerto.
Alice soltó un gru?ido entre dientes, sentía todos sus músculos doloridos. Pero, por fin, consiguió girar la pistola hacia él. El momento de felicidad duró muy poco. Al instante, el hombre se apartó. Toda la fuerza que Alice había puesto sobre él encontró el vacío y ella cayó al suelo, golpeándose con dureza.
Notó el segundo exacto en que la bala le rozó el brazo. Lo sintió incluso antes de escuchar el sonido del disparo.
Se quedó tumbada en el suelo apenas un segundo, en el que su visión se quedó blanca y no pudo oír ni sentir nada que no fuera una oleada de dolor punzante que iba en un aumento vertiginoso.
—Siempre en el mismo brazo —masculló mareada.
Se sujetó la herida con la otra mano y miró al hombre, que ya estaba de pie encima de ella, apuntándole a la cabeza. Alice apretó los labios. Ya no había nada que hacer. Iban a llevársela otra vez. Era un hecho. La desconectarían.
Y quién sabía lo que les harían a los demás.
Solo pensar en eso le dolió más que cincuenta balazos.
Y, justo cuando cerró los ojos para no ver lo que estaba a punto de ocurrir, notó que algo le agitaba el pelo. Un movimiento rápido. Abrió los ojos. El hombre estaba tirado en el suelo gru?endo de dolor.
No entendió nada hasta que vio que Trisha estaba sobre él, intentando neutralizarlo con todas sus fuerzas. Alice se puso de pie torpemente, mirando la situación aún mareada.
—?Alice, la pistola! —gritó su amiga con urgencia.
Frenéticamente, Alice buscó el arma, que el hombre había soltado cuando Trisha lo había atacado. La cogió con la mano que no tenía herida, su izquierda, y apuntó al tipo, que seguía forcejeando con Trisha. ?Cómo iba a disparar sin herirla? ?Era imposible!
—?Dispara! —gritó ella, jadeando del esfuerzo.
—Pero...
—?DISPARA DE UNA VEZ!
Alice apuntó y apretó el gatillo. Aterrada al oír el disparo, cerró los ojos con fuerza.
Los abrió despacio y soltó todo el aire del cuerpo al ver al hombre en el suelo sujetándose la pierna, donde la bala había impactado, y a Trisha estampándole un envase de color verde en la cabeza. El de gris quedó inconsciente al instante.
—?Está... muerto? —preguntó Alice, respirando agitadamente.
Trisha se agachó y le puso dos dedos en el cuello.
—No, pero no va a despertar de la siesta en un buen rato. —Se puso de pie—. Vámonos de aquí.
—?Cómo has sabido...?
—No lo he sabido. Os estaba buscando y escuché los disparos. Me alegra haber llegado a tiempo.
Alice le dedicó una peque?a sonrisa de agradecimiento.
Entonces guardó la pistola detrás de su espalda, sujeta a la falda, y siguió a Trisha, que la condujo hacia la puerta principal del hospital. Nada más salir, alguien chocó con ellas. Un habitante de la ciudad que, al recuperar el equilibrio, salió corriendo de nuevo como alma que persigue el diablo. Y no era el único: una muchedumbre de ciudadanos huía, asustada.
—Sigámoslos —dijo Trisha ofreciéndole la mano.
Alice la agarró para no perderse entre la marabunta. Fue entonces cuando escucharon disparos a lo lejos, en el campo de entrenamiento. La gente empezó a correr más rápido, a empujar con más fuerza, y Alice se soltó de Trisha y la perdió. Con los golpes y empujones que le daba la multitud, el brazo empezó a dolerle con más intensidad. Un hilillo de sangre resbaló hasta llegar a sus dedos, ya medio dormidos.
Se estaba mareando. No podía desmayarse ahora.
Alguien la empujó por el hombro con fuerza al pasar por su lado y el dolor hizo que soltara bruscamente la pistola y se encogiera sobre sí misma. Volvieron a empujarla y esta vez cayó al suelo. Apoyó la mano para sujetarse y gotas de sangre salpicaron la calzada.