Yerba Buena(30)



—Estará bien —le dijo Margie a George con la boca apretada. George quitó el hielo un momento y Emilie consiguió atisbar una roncha roja y ardiente antes de darse la vuelta.



Más tarde, aquella misma noche en su estudio, no podía dejar de pensar en ello. El pobre Jasper extendiendo la manita. ?Ten cuidado, cari?o?. Había sido peor que moderada, había sido poco entusiasta. Como si el peligro no existiera realmente, o como si la vida solo fuera algo de paso. Como si fueran actores repasando sus frases. Como si la sala de estar fueran tres paredes, luces de escenario y un teatro oscuro. Como si la comida fuera de plástico. Como si el vino fuera zumo de uva. Como si el fuego fuera papel de celofán rojo y naranja azotado por un ventilador.

Ella existía fuera de esa vida y lo sabía. Cuando se enfrentaba con el peligro ni siquiera era capaz de gritar. Apenas oía una palabra de lo que la gente decía, estaba demasiado ocupada intentado parecer entusiasta, asintiendo con la cabeza y diciendo ?qué interesante?.



A principios de a?o, Emilie entró a un establecimiento de bocadillos de Echo Park y se encontró con Colette. Se decepcionó al ver que estaba con un amigo. Pensó que tal vez tardarían solo un momento, pero el bocadillo de Colette estaba entero, lo que significaba que acababan de llegar, y entonces pensó que tal vez podría unirse a ellos. Llevaba un libro consigo y había pensado en comerse un sándwich y tomarse una cerveza en un rincón porque ya había pasado la hora del almuerzo pero era demasiado pronto para cenar, y sabía que habría muchas mesas libres. Pero tal vez se sentaría con ellos, en lugar de eso.

Le puso la mano en la espalda a su hermana y Colette se estremeció. Luego vio quién era.

—Ah, tú. —Tenía el pelo graso y la mirada cansada. Sollozó y se frotó la nariz, y Emilie lo supo.

—Solo voy a pedir para llevar —contestó Emilie.

—Siéntate con nosotros. Este es Kyle.

—Tengo que irme. —Quería que Jacob le preparara la comida. Quería apoyarse en el hueco de su hombro—. En realidad, ni siquiera tendría que estar aquí. No me había dado cuenta de lo tarde que es.

Colette puso los ojos en blanco.

—No quería asustarte.

Se preguntó cuánto tendría que esforzarse Colette para hacer que su voz sonara tan ligera, para fingir que no era nada importante.

Intentó darle un voto de confianza. Pensó que tal vez estuviera sobria. O a lo mejor solo estaba incubando algo.

—No, es cosa mía. Es que estoy… tan dispersa como siempre.

—Espero poder pasar un rato en otra ocasión —dijo Kyle.

??Quién cojones eres tú??, quiso gritarle Emilie a la cara.

Dirigió la mirada al reservado de la esquina, donde se habría tomado la cerveza y el bocadillo.

—Sí —contestó—. Estaría bien.



Después de eso, Emilie solo pudo pensar en una noche en la que tenía diecinueve a?os y vivía con Alice en su primer piso. Dividían las facturas del agua y de la luz entre las dos. Hacían la lista de la compra y cocinaban grandes cantidades de chile los domingos por la noche para los otros universitarios del edificio. Emilie se sentía capaz y segura, motivada por la responsabilidad de un adulto, cuando Colette volvió de su tercer periodo de rehabilitación.

Con Alice pensaron que sería divertido tenerla en casa, beber té y sentarse en su desastroso sofá. Pasar el rato, simplemente. Pero hacía a?os que Emilie y Colette no pasaban el rato juntas por elección, y eso se notó desde el momento en que Emilie había abierto la puerta y había invitado a su hermana a su apartamento. Solo podía pensar en que Colette estaba viviendo en casa otra vez, en la habitación de su infancia, mientras la habitación de Emily al lado de la suya estaba vacía.

Alice había traído galletas y las había puesto sobre la mesa de café manchada que habían encontrado en la calle. Emilie era consciente de las imperfecciones de su piso, de su sencillez y de cuán descuidados estaban los muebles que habían rescatado. Pero, por primera vez, se alegraba de ello. Era como si las marcas de clavos en las paredes, la pintura agrietada del techo y la tela gastada del sofá pudieran suavizar la terrible sensación de haber superado a su hermana mayor.

Sentada en el sofá, Colette estaba guapísima envuelta en su jersey, pese a que no hacía nada de frío. A Emilie siempre le había parecido guapa, incluso en sus peores momentos. Sin embargo, después de la rehabilitación, llenaba mejor la ropa, el blanco de sus ojos era más blanco, tenía la piel de un hermoso color marrón claro y el rosa volvía a te?ir sus mejillas.

En medio de la exuberancia de las tareas del hogar, Emilie había plantado hierbas en una maceta rectangular que dejaba en el alféizar de la ventana de la cocina. Le ofreció a Colette verbena de limón, menta verde o una combinación de ambas.

—Están muy buenas juntas —había aconsejado Alice—. Sobre todo con un poco de miel.

—Claro —había aceptado Colette—. Lo probaré.

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