Yerba Buena(27)
—Me vuelve loco el hecho de tenerte aquí y fingir no conocerte.
—Pero es que no me conoces —replicó ella, sonriente—. Solo soy la chica que te arregla las flores.
—Cierto —admitió él. Se pasó el pulgar por los labios y la volvió a besar—. La chica que me arregla las flores.
Emilie pensó que su voz sonaba triste, pero no quería tristeza en ese momento. No después de que le hubiera enviado regalos a la mesa. No después de que le hubiera dado secretos que guardar, tan feroces y brillantes que la hacían relucir. Así que se apretó más contra él, lo sintió con fuerza contra ella, y le preguntó:
—?Puedes pasar esta noche?
—Joder, claro que sí —respondió él.
—Tengo que volver.
—?Ya?
—Sospecharán algo.
—Me estás matando —murmuró—. Ahora mismo estoy muriendo.
Emilie se retocó el pintalabios en el ba?o, algo nada fácil de hacer cuando no puedes dejar de sonreír. Intentó forzar su rostro para que tuviera una expresión neutral al volver a la mesa.
—?Había cola? —preguntó Colette.
—Sí —mintió.
—No dejan de traernos comida gratis.
Comieron entre historias de Bas sobre la oferta de conversión de un condominio que había ganado e historias de Lauren sobre los últimos errores que había cometido su socio en el bufete y sobre el trato que acababan de cerrar. Bas pidió otra botella de vino y Emilie deseó tomar un Yerba Buena, aunque no lo pidió. También rechazó más vino cuando lo trajeron. No entendía por qué sus padres, siempre obsesionados con la sobriedad de Colette, nunca dejaban de beber cuando estaban con ella. Emilie bebía una copa o dos, pero después optaba por el agua con gas, aunque Colette dijera que no le importaba.
Bas mostró una foto de los planos del condominio en su móvil y a Claire no le preocupó la presentación sino el cómo. ?Cómo llegan esas imágenes a la pantalla del móvil? ?Podían intentar explicarle otra vez cómo funcionaba internet? Pero Emilie no dejaba de reproducir el momento que había vivido en el despacho de Jacob en su cabeza: primero una ráfaga de lujuria y después, vacío y más vacío. La desesperación la tomó por sorpresa. La apartó y repitió la primera parte. Ráfaga de lujuria tras ráfaga de lujuria. Llegaron los postres y gimieron ante la decadencia, antes de terminar el último bocado.
—La abuela parece más fuerte, ?no? —preguntó Colette después de que les hubieran dado besos de despedida a sus padres y a su abuela, y de subir sola en el coche de Emilie.
—Sí —respondió Emilie, aunque no estaba segura. Claire había pasado por muchas rondas de quimioterapia a lo largo de los a?os y era difícil saber si su fragilidad se debía al tratamiento o simplemente a la vejez—. Al menos, se la veía feliz.
Colette asintió, bajó la ventanilla, se recostó en su asiento y se volvió hacia Emilie.
—Y bien… —empezó sonriendo con satisfacción—. ?A qué ha venido todo eso?
—?El qué?
—El champagne. Las aceitunas, la polenta y los postres extra.
Emilie se encogió de hombros.
—Y todos los trabajadores te conocían —insistió Colette—, aunque fingían no hacerlo.
—Hago los arreglos florales, tú misma lo has dicho.
—Venga ya, había alguna conspiración.
—No tengo ni idea de qué hablas —contestó Emilie, pero no pudo evitar sonreír.
—Es evidente que te acuestas con alguien de allí.
—Vaya conclusión.
—La única pregunta es por qué es un secreto. Tienes veinticinco a?os, puedes acostarte con gente.
—No es tan sencillo —replicó, e inmediatamente se dio cuenta de que había hablado de más.
Colette arqueó una ceja, pero no preguntó nada más, y Emilie subió el volumen de la música durante lo que quedaba del trayecto.
Era principios de octubre. Un par de semanas después, la casa de Jacob apareció en un blog de dise?o que Emilie leía a diario. Se deleitaba con las visitas a las casas, las pilas de platos expuestas en los estantes de la cocina, los estampados del papel de pared, las oscuras colecciones de los propietarios. Era todo fascinante. Las granjas vinícolas, los lofts urbanos, las caba?as en la playa con tablas de surf apoyadas contra los guijarros blanqueados por el sol…
Pero aquella tarde, hizo clic en el titular ?Un chef de familia artesano de Los ángeles? y vio su nombre en la primera frase, junto con el nombre de su esposa. La visión de Emilie se oscureció… y entonces la pantalla volvió a aparecer y siguió leyendo.
La habían comprado hacía diez a?os y, desde entonces, no habían dejado de hacerle mejoras. La mayoría de las obras de arte (pinturas a gran escala y algunos bocetos enmarcados) habían sido creadas por amigos.