Yerba Buena(28)



Hizo clic en la presentación de fotografías. Vio la cocina, las estanterías y la cama. Vio el ba?o principal con peque?os azulejos hexagonales y la ba?era con patas. Vio el porche delantero con un columpio y el trasero con una cama elástica. Vio cuatro pares de botas alineados en la entrada. Vio una nota escrita a mano por su esposa: ?Lo que más me gusta de mi casa es compartirla con la gente a la que amo?.

Y, por último, una foto de los cuatro con el perro. Todos sonrientes, todos encantadores. él tenía el brazo alrededor de la cintura de su esposa.

Emilie volvió a empezar desde el principio, pasando las fotos primero con velocidad y después lentamente, para analizar los detalles. Se preguntó si de verdad las habitaciones tendrían ese aspecto, cuánto las habrían despejado y si realmente podían ser tan perfectos. Buscó pistas en las imágenes. Amplió sus rostros en busca de se?ales de tensión o desesperación. Estudió las botas de monta?a para verificar si de verdad las usaban. Se obligó a ir a la cocina, pero cuando tuvo el té en las manos, volvió a la mesa y siguió mirando.

Se hizo de noche, pero no cenó. Le dolía la cabeza, aunque apenas lo notó.

Siguió leyendo libros y escribiendo. Continuó arreglando las flores y desayunando con Jacob. Le contestó cada vez que la llamaba por teléfono y estuvo en casa cada vez que él quiso pasar. De vez en cuando, volvía a la página web y observaba las fotos. A veces porque estaba segura de que lo encontraría (algún detalle que los delatara), y otras solo por el dolor que le causaba hacerlo.



Llegó noviembre y en Los ángeles se hizo todo lo posible por crear un ambiente festivo con manga corta y sol. Emilie llenó los arreglos florales de tonalidades rojas, naranjas y blancas. Vio menos a Jacob fuera del restaurante y supo que era por las Navidades y las obligaciones familiares, aunque era demasiado delicado con ella como para mencionarlo.

Si no fuera por el blog de dise?o y el hecho de que siempre que iba a su casa se marchaba antes de la ma?ana, casi podría fingir que su relación era como cualquier otra. Incluso había conocido a Pablo y a Alice una noche a principios de oto?o, después de que Emilie hubiera reunido el coraje para pedírselo.

—Conozco a Pablo desde que era peque?a. Y a Alice desde el primer curso de la universidad. No son parte de la escena gastronómica ni nada.

Se lo había comentado tirando de los hilos de sus vaqueros rotos, preocupada por estar pidiendo demasiado. Cuando le había pedido a Olivia que la acompa?ara a una fiesta familiar, había sido el principio del final. ??Y cómo vas a presentarme? ?Como tu exprofesora? No quiero ser esa persona?.

Emilie era consciente de lo que estaba en juego, pero no podía seguir dividiendo su vida entre Jacob y no-Jacob. Anhelaba una vida, una vida entera.

Cuando había levantado la vista del agujero de la rodilla del pantalón, se lo había encontrado sonriendo.

—Me encantaría conocerlos. Les cocinaremos algo.

Solo tenía una peque?a mesa redonda y dos sillas, así que había ido a una tienda de artículos para el hogar cuyo catálogo recibía cada mes por correo y disfrutaba hojeando lentamente, página a página, imaginando que tenía una casa por decorar en algún lugar. Había elegido dos sillas de nogal que se plegaban cuando no las necesitaba y luego había ido a la sección de cocina para ver si tenían los manteles individuales y las servilletas que le gustaban. Los tenían, y también ensaladeras y platos, un juego de cubiertos para seis, y copas de vino de boca ancha y tallo delgado. Nunca gastaba dinero en esas cosas, siempre pensaba que esperaría hasta tener un piso de verdad, un motivo para tener cosas bonitas; pero se le había pasado por la cabeza, mientras paseaba por la tienda, que tal vez eso fuera todo. Que era razón suficiente. Tal vez ella ya estaba ahí, en medio de algo, y no se había dado cuenta.

Se había gastado más de setecientos dólares aquella tarde y su mesa tenía un aspecto perfecto. Intentó no compararla con el resto del estudio, que tenía el mismo aspecto de siempre: monótono y cansado. Un lugar de descanso temporal antes de empezar su vida.

Jacob había llevado una trucha entera y dos bolsas llenas de diferentes productos: pasta fresca, tres botellas de vino y una tibia barra de pan de masa fermentada. Cuando llegaron sus amigos, el estudio olía a vino blanco y a ajo en los fogones. Tenía un aspecto tan cálido y feliz que había temido que Pablo y Alice la avergonzaran intencionalmente, que delataran el fraude que era. Nunca había organizado una fiesta ni había tenido cubiertos o servilletas a juego.

Pero habían sido amables, ellos también habían dado lo mejor de sí mismos. Pablo tenía buenas noticias, iba a exponer en febrero en una galería de Culver City. Y Alice había tenido una cita desastrosa que les contó con todo lujo de dolorosos y divertidos detalles.

Al final de la velada, estaban todos tirados en el sofá, con las velas de té parpadeando, los estómagos llenos y los labios de color púrpura debido al vino. Todos estaban exactamente donde querían estar, y ese lugar era con ella, en su estudio de mierda, que de repente se había vuelto bonito gracias a sus amigos. Ni siquiera les habían importado los cubiertos ni las copas, Emilie era consciente de ello. Simplemente les había gustado que su casa fuera un lugar en el que podían quitarse los zapatos, estirarse en la cama y contar historias humillantes o esperanzadoras, y emborracharse un poco. Quería que se quedaran para siempre.

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