Yerba Buena(31)
Emilie se había sentido orgullosa al servirle un té en una taza azul oscuro que había comprado ella misma en un apartamento con su propio nombre en el contrato de alquiler. Pero también había sentido culpa, como si los simples hechos de su vida fueran actos de traición. No podía entender cómo encajaban estos dos sentimientos.
Se centraría en lo que tenían por delante, eso haría que se sintiera mejor.
—?Cuáles son tus planes? —le había preguntado a Colette—. ?Estás buscando trabajo?
Colette se había envuelto todavía más con el jersey.
—En Portfolio buscan camareros, hacen la formación allí. He rellenado la solicitud.
—Eso sería genial —había comentado Alice—. A veces vamos a estudiar, podrías prepararnos los cafés.
—Bueno, ni siquiera me han hecho la entrevista todavía —había replicado Colette—. Pero espero que sí.
—?Has considerado transferir tus créditos de la universidad comunitaria a Long Beach? Es una universidad muy buena. A nosotras nos encanta, ?verdad, Em?
Emilie había asentido. Le encantaba el anonimato, tantos alumnos corriendo de un lugar al otro. Le encantaba lo especial que era el jardín japonés, lo tranquilo que era. A menudo se sentaba a leer en un banco a la sombra y se detenía para observar a los peces koi nadando bajo los nenúfares. Le encantaban sus clases, el conocimiento esotérico de sus profesores. Le encantaba sobre todo cuando rompían el personaje y hacían referencia a sus familias o a su campo de estudios. Cuando se apartaban de los libros de texto y revelaban sus pasiones. Vivía para esos momentos. Sabía que algún día ella también sentiría esa pasión por algo.
Había ido a la cocina a calentar más agua, y cuando volvió encontró a Colette con aspecto cansado, frotándose el entrecejo. Emilie se dio cuenta de que no había sido buena idea sacar el tema del futuro. Tendría que haberse mantenido en el presente. Tendrían que haber hablado de música o de televisión.
—Oye —había dicho Emilie sentándose al lado de Colette—, ?sabes qué? Olvida todo lo que hemos dicho. Ya estás de nuevo en casa, permítete descansar. Hay mucho tiempo más para ir a clases, conseguir un trabajo o lo que sea.
Le había puesto una mano en la rodilla, pero su hermana la había apartado.
—Me estás tratando como a una ni?a, ?quieres parar?
Emilie sintió que se quedaba sin aliento. Habían pasado varios meses antes de que se volvieran a ver e, incluso entonces, Emilie no había hablado gran cosa por miedo a decir algo equivocado.
Ahora, tantos a?os después, seguía teniendo cuidado.
Miró hacia fuera y vio que el letrero de Libre se iluminaba al otro lado de la calle.
Llevo toda mi vida adulta esperando a que mi hermana me vuelva a querer, pensó.
No le diría nada a Colette ni a sus padres de lo que acababa de ver. La adicción era cosa de ella, sus decisiones eran asunto de ella. A Emilie nunca le había correspondido involucrarse.
Unas semanas después, Emilie y Alice fueron juntas a la muestra de arte de Pablo, las dos con vestidos negros. En cuanto entraron, lo vieron a través de las puertas de cristal de la galería. Llevaba un traje negro, una fina corbata negra y unas Nike de un blanco impecable. Estaba orgulloso, de pie junto a su familia. La se?ora Santos se secaba las lágrimas con un pa?uelo rosa y el se?or Santos estaba visiblemente nervioso por el exceso de emoción de su mujer. Y vieron las obras en sí: dibujos enormes, en su mayoría de grafito sobre papel grueso de algodón blanco, con bloques ocasionales de color melocotón, azul o verde.
Apenas pudieron hablar con él, pero se alegraron de ver cómo la gente pululaba por el espacio y cómo el director agarraba a Pablo del brazo y lo presentaba a los coleccionistas, mientras la chica de la galería cruzaba el espacio adhiriendo peque?as pegatinas rojas ante las obras vendidas. Había un dibujo en particular, algo alejado de los demás, que captó la atención de Emilie. Se abrió paso entre los invitados para acercarse. Se paró ante él, tratando de asimilarlo.
Había figuras trazadas en un lado, amontonadas, y tan sobrias que carecían de todo detalle. En medio de la obra había un corte negro e irregular que separaba una parte de la otra. Al otro lado, una sola figura se extendía hacia el grupo de gente.
Del corte surgía una planta con hojas de un color verde intenso, el único color que había en el cuadro. Miró la tarjeta blanca con el título.
Yerba buena.
Se quedó sin aliento.
?Era así como la veía?
De repente se sintió brutalmente expuesta. La gente conocía su relación con el restaurante, cuántas ma?anas pasaba allí trabajando, cómo siempre que invitaba a alguien a cenar allí el personal les prestaba especial atención y les reducían la cuenta.
El Yerba Buena era una fantasía, sí, pero también un abismo. La había separado de otra gente, de la que vivía su vida sin secretos.
Cuando Alice apareció tras ella, Emilie estaba temblando.