Yerba Buena(32)



—?Lo sabías? —le preguntó.

Alice asintió.

—Pedí un catálogo a la galería la semana pasada. ?Ves aquella preciosidad? Se viene conmigo cuando acabe la exposición. —Se?aló al otro lado de la sala, pero Emilie no miró.

—No me habías advertido.

—?Advertido sobre qué?

—Es solo que sé que Pablo utiliza su vida en su trabajo, pero no creo que sea mucho pedir que se mantenga alejado de la mía. De mi vida privada.

Estaba pálida y de sus ojos brotaban unas lágrimas ardientes.

—De esto —espetó se?alando el corte con la mano—. Yo. —Se?aló la figura solitaria—. ?No ves el título? Se llama ?Yerba Buena?.

—Ah —comprendió Alice—. Vale, sí, entiendo que puedas pensar que tiene que ver contigo.

—?Que pueda pensarlo?

—No eres tú. Se refiere a su ruptura con el catolicismo. Cultivaban yerba buena en el jardín de la escuela. ?Tú no los ayudabas?

Emilie observó bien el dibujo.

—Mira, aquí hay una cruz. —Alice se?aló la esquina superior.

El jardín de la escuela, las malas hierbas y la siembra. La se?ora Santos ense?ándoles los nombres, dándole a Emilie un ramillete de hierbas. Emilie se cubrió el rostro con las manos.

—Madre mía, Alice. Soy un desastre. —Alice le pasó el brazo alrededor de la cintura—. Me siento mortificada.

—Nadie lo sabrá nunca. Si alguien nos ha visto manteniendo esta conversación, diremos que estabas reviviendo tu propia ruptura con la fe.

—Prométeme que olvidarás que he pensado eso.

—Te lo prometo.

Apenas un minuto después, Pablo apareció tras ellas (por fin tenía un momento libre) y los tres se abrazaron.

—?Qué te parece?

Mostraba una expresión ansiosa, estaba exaltado por la emoción de la noche. Todo eso lo había hecho el viejo amigo de Emilie. Se imaginó qué habría pasado si hubiera acudido sin conocerlo y hubiera visto ese cuadro y ese título. Cómo habría tenido una extra?a sensación de ser comprendida.

—Es asombroso —alabó—. Es como… lo mejor que puede hacer el arte. Va sobre ti, pero me veo a mí misma en él. Me imagino que a todos les ocurre lo mismo.

—Em, es el mejor cumplido que me han hecho en toda la noche —contestó él abrazándola de nuevo.

Se aferró a él pensando en lo cerca que había estado de dejar que un malentendido se apoderara de ella. En lo cerca que había estado de arruinar la noche. Alice le gui?ó un ojo y Emilie lo soltó, inundada de alivio antes de dejar que alguien volviera a llevarse a Pablo.





VENICE

Sara y Grant consiguieron atravesar las monta?as, pasar el parque de atracciones y los suburbios en expansión, y llegar hasta Los ángeles.

Condujeron por Sunset Boulevard, donde las palmeras eran más altas y tenían una belleza más exótica de lo que se habrían permitido imaginar; las estrellas de las aceras estaban sucias, había mucha gente y no eran nada glamurosas. Había muchos ni?os de la calle y se vieron brevemente entre ellos, pero no encajaban. No eran punks ni anticapitalistas. Ellos querían un trabajo y un apartamento, ser la gente que les deja dólares en los vasos. Habían oído hablar de un albergue juvenil con duchas y un programa de búsqueda de empleo, y pronto Sara estuvo limpiando mesas en un restaurante de moda en Venice, hasta que el encargado vio su potencial y la contrató como recepcionista.

—Vaya, enhorabuena —se alegró Grant cuando se lo contó. Estaban revisando bolsas de ropa donada en la sala común del refugio.

—Necesito algo elegante —indicó Sara—. Las recepcionistas siempre se visten de un modo refinado.

—Toma, esto servirá. —Grant le dio una camiseta de tirantes azul que se cruzaba en la espalda. Sara le dio las gracias y se la llevó.



Chloe, una de las camareras, pronto le pidió a Sara que se quedara con su apartamento de una sola habitación y se hiciera cargo del alquiler. Era oscuro y peque?o, pero estaba justo al lado de Abbot Kinney Boulevard, a solo tres manzanas del restaurante.

—No sé si puedo permitírmelo —respondió Sara, de pie en la puerta de la cocina alargada.

Chloe golpeó con sus u?as rojas la encimera laminada.

—Te acaban de ascender. Tal vez vayas justa de dinero, pero puedes cenar en el restaurante todas las noches que trabajes. Te las arreglarás. —Sara asintió, queriendo creerle—. Mira, entiendo que no tengas ahorros. Puedo pagarte el depósito, ya me lo devolverás cuando puedas. Mi novio ya tiene todo en nuestra nueva casa, así que eso no me preocupa.

Sara asintió. El depósito. Ni siquiera había pensado en ese gasto.

—Este barrio se está volviendo loco —dijo Chloe—. Es inteligente buscarse un hogar ahora que todavía se puede. ?Has visto cuántos restaurantes van a abrir?

—Lo haré —afirmó Sara.

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