Yerba Buena(33)



Chloe extendió la palma de la mano, y ambas las chocaron.

—Tu primera casa —le dijo.

—Sí. —Sara rio con incredulidad. Lo había logrado. Se había marchado del río por Central Valley, a través de las monta?as, y pronto estaría también fuera del refugio.

—Vamos a celebrarlo —sugirió Chloe. Abrió la nevera amarillenta y sacó una botella. De uno de los armarios superiores extrajo dos copas decoradas en forma delicada. De una cestita, tomó un limón y un cuchillo. Sirvió el líquido y dejó la botella sobre la encimera. Con cuidado, cortó finas tiras de piel de limón, una tras otra, y las metió en las copas.

Sara sostuvo una por el tallo de cristal.

—Salud —brindó Chloe.

Chocaron suavemente las copas y bebieron por el alivio de Chloe y por el primer apartamento de Sara.

Y luego algo sucedió. Sara notó que se le agudizaba la visión y se le aclaraba la mente. Vio la belleza del vidrio grabado. La piel de limón. El oro líquido. Notó el sabor ligeramente amargo y ligeramente dulce, con un toque cítrico y tal vez algo de miel. Ahí estaba el significado. Un hogar, solo para ella.

Giró la botella para leer la etiqueta. ?Lillet?.

—?Es vino? —preguntó.

—Apéritif.

—Disculpa, ?cómo?

Chloe rio.

—Por un momento he olvidado que eres prácticamente un bebé. Apéritif. Como el Aperol, el Campari… Normalmente se bebe antes de comer. Solo un poco. De ahí que las copas sean tan peque?as.

—Me encanta —contestó Sara—. Tiene un sabor muy… especial.

—?Verdad? Lo sé. A mí también me encanta. Siempre tengo una botella en la nevera. —Chloe se apoyó en la encimera y se terminó su bebida—. ?Cuántos a?os tienes? —preguntó.

Sara se sonrojó. Pensaba que Chloe lo sabía.

—Dieciocho —respondió.

—Mientes.

—Casi dieciocho —admitió Sara—. Tal vez alguien del refugio pueda firmar por mí. —Sabía que eso no pasaría, pero esperaba conseguir algo de tiempo.

—No, está bien —la tranquilizó Chloe—. La propiedad es administrada por una gran empresa que se encarga de todos los putos complejos de la zona. No les importará, siempre que cobren. Tú solo pon el número de apartamento y la dirección en el cheque. No voy a cambiar el contrato de alquiler ni nada. —Levantó la botella—. ?Quieres más?

Sara negó con la cabeza. Todavía le quedaba media copa y solo quería una bebida. Una única cosa valiosa.



Una chica viviendo sola en reemplazo de otra apenas se notaría entre los vecinos, por lo que claramente no valía la pena llamar a la compa?ía de administración. Pero un chico y una chica mudándose juntos (sus pasos en el piso de arriba, sus conversaciones a través de las paredes, los dos tan jóvenes) podría ser suficiente para levantar sospechas. Aquella noche en el refugio, Sara no dejó de darle vueltas al tema. Se preguntó si sería sencillo seguir adelante sola. ?Podía ser algo natural y esperado? Al fin y al cabo, ella y Grant se conocían desde hacía muy poco tiempo. Ella lo había ayudado tanto como él a ella.

Metida en su litera mientras la chica de la cama de arriba roncaba suavemente, Sara hizo un cálculo mental. Lo había dejado escarbar en los contenedores. Lo había dejado ducharse en el motel. Había limpiado en el motel de la parada de descanso durante dos días y había estado dispuesta a hacer todavía más.

Aun así, él era el que tenía el coche. Y luego estaba lo de Eugene, que valía para borrar todo lo bueno que Sara hubiera hecho por él. Pero ?por qué pensaba eso? Grant era su amigo. Podía imaginárselo aquella ma?ana, con las patatas fritas frías en el salpicadero, la luz del sol entrando por la ventanilla… La alegría que había inundado su rostro cuando la vio allí, cómo se había cubierto el corazón con las manos.

Le contaría lo del apartamento y, si él le pedía ir a vivir con ella, le diría que por supuesto. Sería más arriesgado, sí, pero tendrían cuidado.

Al día siguiente, Grant se había ido a su trabajo de limpiador de coches. Ella se marchó a hacer su turno en el restaurante antes de que él volviera, y estaba dormido cuando Sara regresó. No se vieron hasta la tarde siguiente. Ella estaba leyendo una novela en la sala de estar cuando Grant entró.

—?Hola! —exclamó Sara—. Tengo que contarte una cosa.

—Hola —saludó él—. Guay. Deja que me duche primero, ?vale? Y tengo que tomarme algo. Joder, la cabeza me está matando.

—Ah, vale. Pero date prisa porque es muy bueno.

él dudó antes de pasar a su lado.

—Pues dímelo.

—No, venga. Puedo esperar.

—Pero ahora tengo curiosidad.

—Vale. Bueno, Chloe me ha pedido…

—?Quién es Chloe?

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