Yerba Buena(38)



Y ahí lo tenía. El río. Habría cerrado los ojos si hubiera podido. En lugar de eso, contuvo el aliento hasta que lo hubo atravesado. Pero, incluso después de eso, cuando giró a la izquierda en River Road y pasó por debajo de los arcos que daban la bienvenida a la ciudad, le resultó difícil respirar. Intentó no mirar por la ventanilla, fijarse solo en la carretera que tenía delante, en la línea amarilla que la dividía. Pronto estaría al otro lado y se alejarían.

Salió de la carretera principal para adentrarse en su calle con un nudo en la garganta y el pulso acelerado. Redujo la velocidad del coche en la esquina. Sigue hacia adelante, se dijo a sí misma. No hacía falta que entrara, ni siquiera que mirara. Pero, en la distancia, apareció en su campo de visión el buzón que había junto a la propiedad. De un color rojo brillante que contrastaba con las hojas verdes, como había sido durante toda su vida. Detuvo el coche dos casas antes. Apagó el motor.

Spencer inclinó la cabeza.

—Lo siento —se disculpó Sara—. Es que… —Habló tan bajo que él apenas pudo oírla.

Spencer abrió la puerta.

—No tardaré —le aseguró y ella asintió.

Con los ojos cerrados y los pu?os apretados, esperó en el coche bajo la sombra de las secuoyas hasta que él volvió.



Pararon a comer en Sebastopol tal como Sara había planeado, y pudo notar cómo estaba cambiando el pueblo. Se sentía en casa en el restaurante que había elegido y se alegró cuando los ubicaron en una mesa soleada junto a la ventana.

—Dime si tienes alguna pregunta —dijo mirando la carta—. Trabajo en un restaurante muy parecido a este.

Spencer asintió pero dejó la carta sobre la mesa después de haberle echado un vistazo.

—Puedes pedir por los dos. No tengo ni idea de qué es nada de esto.

—?Quieres que te lo diga?

—No hace falta —respondió él sacando un móvil del bolsillo.

—?Es tuyo? —preguntó Sara. Intentó mantener la voz calmada. ?Tenía móvil y no le había dado su número?

Pero Spencer negó con la cabeza.

—Es de papá —explicó—. Me lo dejó.

—Ah. ?Lo arrestaron en casa?

—Sí.

Cuando la camarera apareció Sara pidió humus y crudités, una tabla de charcutería y frittata. Le preguntó a Spencer si quería algo para beber.

—Coca-Cola —contestó.

—No tenemos Coca-Cola, pero puedo ofrecerte un refresco casero de grosella. O té helado.

—Agua, entonces —dijo Spencer.

—Para mí también, agua.

La camarera asintió y recogió las cartas.

—?Por qué te lo dejó? —inquirió Sara—. No te habrá pedido que hicieras algo por él, ?verdad?

—Quería que pudiera llamar a la gente.

Sara asintió.

—Vale.

Sintió a su padre allí, entre ellos. Quería recordarle a Spencer todo lo que ella había hecho por él mientras comían. Tuvo que esforzarse para no preguntarle si recordaba cómo le preparaba huevos revueltos todas las ma?anas y cómo le quitaba la parte verde de las fresas.

Veía a su hermano en destellos, en alguna expresión, pero no en ese rostro tan estrecho, a pesar de que su nueva cara le resultaba familiar a su modo. ?Cuántas horas había pasado en línea solo para poder verlo? Entraba todas las noches para verificar si había fotos nuevas, para saber cómo estaba creciendo. Ampliaba la imagen todo lo que podía y observaba cada píxel.

Ella nunca publicaba nada, se había registrado con un nombre falso y sin fotos. No quería que nadie más la encontrara. Además de asegurarse de que Spencer siempre supiera que podía dar con ella, había desaparecido tanto como podía hacerlo una persona. Por lo que sabía, después de que hubiera cruzado el puente junto con Grant, nadie había ido a buscarla.

—?Estás preparado? —preguntó cuando terminaron la comida.

él asintió, se levantaron y se marcharon del restaurante.



Era de noche cuando llegaron a Venice y el aire todavía era cálido. Sara estacionó en el aparcamiento del edificio y agarró la mochila más pesada de Spencer, aunque ahora él era tan alto como ella.

—Estaba pensando en cenar pizza —comentó Sara mientras abría la puerta principal delante de los buzones—. ?Te apetece?

—Claro.

—Y luego, si quieres, podemos dar una vuelta. El paseo marítimo está bastante cerca. Es de locos con todos esos skaters y artistas. Siempre hay algo para ver. —La puerta se cerró a sus espaldas y ella lo condujo escaleras arriba—. O también podemos quedarnos aquí si estás cansado. Lo que quieras. Solo dímelo. —Abrió la puerta de su apartamento y lo dejó pasar—. Por aquí —le indicó—. Voy a ense?arte dónde dormirás.

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