Yerba Buena(23)
Además, la ventana del lado este no tenía cortina. Cuando estaba desnuda, tenía que agacharse para pasar junto a ella. Por la noche, todos podían ver lo que estaba haciendo. Y cuando había intentado colgar una barra de cortina, el yeso se derrumbó.
Se dio cuenta de que el apartamento no estaba equipado para impresionar a nadie. Tendría que centrarse en ella misma.
Así que se duchó y se depiló las piernas. Se lavó los dientes y se masajeó la piel con aceite de coco. Dejó que el pelo se le secara al aire. Lo llevaba largo, a mitad de la espalda, y pensó que nunca se lo había soltado en el restaurante. Al menos, no cuando iba a trabajar por las ma?anas. Se puso un par de pantalones anchos que le había traído Alice de un viaje a Marruecos, de color esmeralda y con peque?as campanitas de bronce alrededor de los tobillos. Luego se probó una camiseta de tirantes negra y observó su reflejo. Se encontró preguntándose si de verdad quería eso.
Sí, la atención de Jacob la hacía sentir especial.
Sí, disfrutaba de las ma?anas que pasaban juntos.
De hecho, le gustaban mucho.
Ansiaba la idea de llegar a algo más con él, pero en ese momento se dio cuenta de que no ansiaba lo que eso significa en realidad. Ni siquiera sabía si quería volver a tener sexo con algún hombre. Sus últimas relaciones habían sido con mujeres.
Recordó cómo había empezado todo con Olivia mientras sacaba un par de pendientes dorados de su joyero. Emilie se sentaba en la primera fila, siempre. Había admirado a Olivia desde el principio; encontraba encantadoras sus pausas reflexivas, y su uso espontáneo de la jerga académica era algo a lo que aspirar. Se vestía con camisas y vaqueros, y llevaba el pelo natural y descolorido. Se cambiaba a menudo el piercing de la nariz. Un día era un diamante, y al siguiente, un aro. Emilie la había observado, la había admirado, le había hecho preguntas en clase, había llenado libretas con lo que Olivia le había ense?ado, había subrayado pasajes de bell hooks y Angela Davis, y analizado a Foucault.
Pero realmente la cosa había empezado cuando había ido una tarde a su despacho para hablar de un artículo sobre el que estaba escribiendo.
—Trata sobre la liminaridad de la identidad criolla —le había dicho hablando rápidamente mientras se sentaba frente al escritorio de Olivia sin querer quitarle demasiado tiempo a su profesora—. Sobre cómo existimos en un área gris. Y me preguntaba si acaso hay espacio para la intersección, si podría hablar sobre pasar por blanca y por hetero. O si tal vez sería mejor centrarme solo en la raza, no lo sé.
Emilie había rebuscado la libreta y el boli en su mochila. Había abierto directamente la libreta, había colocado el boli y se había inclinado para ver qué pensaba Olivia.
—Así que ?sales con mujeres? —había preguntado Olivia.
—Sí.
—Claro —había respondido la profesora con un nuevo matiz de interés en su voz—. Claro que puedes escribir sobre ello.
Esperaron a que terminara el semestre.
Siempre era Emilie la que iba a casa de Olivia, porque por aquel entonces Emilie compartía un peque?o apartamento de dos habitaciones con una compa?era y Olivia tenía su propia mitad de un dúplex. Le abría la puerta con pantalones de yoga y la radio pública sonando débilmente de fondo. Tenían sexo o cenaban, y luego se quedaban hasta tarde haciendo maratones de series y analizándolas. Esa era la parte más fascinante del ámbito académico, ya que incluso la telebasura podía tener un gran significado si se la miraba a través de la lente adecuada.
Emilie no creía que el modo en el que se habían conocido fuera un problema (Olivia solo era cinco a?os mayor), pero a la profesora le preocupaba perder su trabajo.
—Yo también estoy molesta. No sé qué estás haciendo —le había dicho cuando rompió con ella—. No deberías seguir aquí.
Emilie sabía que era su culpa. ?Qué estaba haciendo todavía en la universidad?
Después de la ruptura, había firmado el contrato de alquiler de su propia casa (o estudio), y en ese momento le había parecido que estaba dando un paso hacia la madurez. Pero pronto se había convertido en un sitio más en el que escribir sus redacciones, dejar que se acumulara el correo y preocuparse por su vida.
Y ahora Jacob podría llegar en cualquier momento. La tensión había crecido entre ellos, pero nunca había pensado que entraría por su puerta alguna vez, y a medida que pasaban las horas se dio cuenta de que esperaba que no lo hiciera. Intentó estudiar pero no pudo. Sentía náuseas y se encontraba peor a cada momento que pasaba. Si no iba esa noche, dejaría la floristería y no volvería nunca al Yerba Buena. Las ma?anas que pasaban juntos se desvanecerían, como un sue?o, como lo que podría haber sido pero nunca sucedió. Cuando llegaron las ocho, se dijo a sí misma que ya no iba a ir y la inundó una sensación de alivio. Puso la tetera al fuego y echó un par de hojas de verbena en una taza. Escuchó cómo se calentaba el agua, observó cómo iba saliendo el vapor y pronto la tetera empezó a silbar. Justo cuando la sacó del fuego, llamaron a la puerta.