Yerba Buena(19)
Luego del almuerzo estaba conduciendo de nuevo a unas manzanas de su estudio, cuando vio que una mujer colgaba un cartel en la ventana de una floristería: Se busca dependiente. Es el destino, pensó, y se detuvo.
La conversación sobre la escuela se aferró a ella por mucho que trató de apartarla y decirse a sí misma que no importaba, que su familia solo estaba preocupada. Se dijo que la mayoría de la gente va a la universidad para obtener un título, pero ella había ido por la educación. ?A quién le importaba si se tomaba su tiempo? Quería borrar el tema de su mente. Era una soleada tarde de verano, sentía el calor de la acera y la floristería a su lado. Sería suficiente para adormecer un rato sus preocupaciones.
El lugar era lo opuesto a la oficina de la familia de Pablo: todo era descaradamente hermoso. El verde intenso de las plantas de la acera contrastaba con la fachada azul y negra de la tienda. Los reflejos en los maceteros de metal, la calidez de los jarrones de cerámica. El interior olía a tierra limpia y a velas.
La mujer que había colgado el cartel estaba detrás del mostrador.
—Hola —saludó Emilie tendiéndole la mano.
Le hizo la entrevista en ese mismo momento. Nunca había trabajado en una floristería, pero había tomado clases de fin de semana de dise?o floral, había montado coronas de flores e incluso había preparado los arreglos para la modesta boda de una amiga de la universidad. Y, por supuesto, estaban las lecciones que le había dado la se?ora Santos a lo largo de los a?os. La veneración que le había transmitido.
Meredith, la propietaria de la tienda, le pidió que preparara unos arreglos de muestra y Emilie se puso manos a la obra.
Quería ese trabajo. Le parecía que era idóneo. Pensaba que toda esa belleza podría despertar una parte de ella que estaba adormecida.
—La dependienta a la que busco reemplazar se ocupaba de los encargos de los restaurantes —explicó Meredith—. El Olive, el Grant Club, el Yerba Buena, el Silverado…
—Me encanta el Yerba Buena —comentó Emilie—. Tomé mi primer cóctel legal allí cuando cumplí veintiuno.
—Una elección muy sofisticada para una chica de veintiún a?os.
—Es el restaurante favorito de mis padres, aprovechan cualquier excusa para ir. De hecho, me he fijado en los arreglos florales. Muchas ramas y hojas, ?verdad? Flores grandes, como las proteas o el leucadendron. Nada demasiado tradicional.
—Sí, pero quiero que aportes tu propia visión. Mientras seas buena y los arreglos complementen el espacio, los propietarios estarán contentos.
Mi propia visión, pensó Emilie. Su fase floral había tenido lugar mucho tiempo atrás y, no obstante, había vuelto a ella. El olor amaderado de los tallos cortados, los pinchazos con las espinas y los dedos doloridos.
Meredith estiró el cuello para ver qué estaba haciendo Emilie.
—Tómate tu tiempo con esos. Avísame cuando estén listos.
Emilie podría haberse pasado horas cambiando los arreglos y a?adiendo flores, pero sabía que Meredith apreciaría la eficiencia, así que, al cabo de pocos minutos, se apartó, hizo los últimos cambios y declaró que había terminado. Meredith admiró el trabajo, impresionada.
—?Sabrías decirme el nombre de las flores? —preguntó.
Emilie miró la pared llena de maceteros plateados. Nombró todas las flores que pudo y prometió que estudiaría los nombres restantes. Quería que le ofreciera el trabajo en el acto. Sabía que cobraría muy poco, pero haría que valiera la pena.
—Escríbeme tu información aquí —le pidió Meredith entregándole un lápiz y una libreta—. Me pondré en contacto contigo pronto.
Emilie fingió una sonrisa y esperó que pareciera sincera.
—Genial —contestó. Cuando llegó a la puerta, se dio la vuelta—. Me encantaría trabajar para usted. Tiene una tienda preciosa.
Se dirigió hasta el lago en el Echo Park y paseó por su perímetro, ya que todavía no estaba preparada para volver a casa. A la distancia se veían los botes en forma de cisne que flotaban contra el horizonte. Intentó prestar atención solo a aquello que podía ver y oír, a la sensación de sus pies sobre el camino y del sol sobre su piel.
Pero seguía pensando en su familia. En lo mal que le sentaba ser una decepción. Y pensó también en Olivia. Su exprofesora devenida en novia secreta había roto con ella medio a?o antes por la misma razón: porque Emilie todavía estaba estudiando. Aunque no se llevaban tantos a?os, podrían haber despedido a Olivia si la administración se hubiera enterado de lo suyo, y Emilie habría tenido que aceptarlo. Sabía que solo podía culparse a sí misma.
Llegó a la mitad del lago y se detuvo en su lugar favorito. Contempló los juncos y los peces que brillaban bajo el agua. Tal vez su familia tuviera razón al haberle hecho pasar un mal rato. Quizá se equivocara al continuar como lo había hecho. Pero ahora ya era demasiado tarde, ya se había inscrito en las clases. Anhelaba tener la vida de un pez. Entraban y salían nadando por entre los juncos. Todo era color, movimiento y vacío.