Yerba Buena(22)


Cuando volvieron al comedor, la mujer se detuvo junto a Emilie.

—Nunca había visto usar los helechos de ese modo, quedan extra?os con las peonías. Me refiero a que tienen una belleza peculiar. Nunca se me habría ocurrido ponerlos juntos. ?Te importa si los toco?

—Adelante —la invitó Emilie.

—Crecían en mi lugar de origen.

Observó cómo la mujer trazaba los bordes con los dedos y sintió una cercanía abrumadora, como si en realidad estuviera tocando a la propia Emilie. Era algo muy íntimo: el simple hecho de su vida. Ver la curva de su pómulo tan de cerca. Las puntas rubias de sus pesta?as. Las peque?as pecas que tenía en el puente de la nariz, como si fueran las motas de polen que se adherían a la ropa de Emilie después de trabajar.

La mujer se volvió hacia ella.

—Soy Sara.

Emilie sintió que el rubor la delataba, pero logró tenderle la mano.

—Soy Emilie.

El apretón de Sara era firme y su mano muy suave, pero había algo más. Algo en el modo en el que encajaban, palma con palma, que hacía que Emilie no quisiera soltarse.

—Ah —comprendió Sara—. La Emilie que se sienta con Jacob.

Se soltaron las manos.

Quería negarlo todo, pero no podía. Quería decir que no era así, que no significaba nada, pero ?qué significaba en realidad?

—No pasa nada, lo entiendo —a?adió Sara.

Emilie la observó despedirse de los demás. La vio riendo con Megan por algo y recibiendo un sobre de Jacob. Pasó junto a ella, pero se detuvo en la puerta.

—Encantada de conocerte, Emilie —se despidió levantando la mano.

Emilie sintió que se ruborizaba de nuevo, quería volver a tener la mano de Sara sobre la suya. Vio que Sara tenía una serie de tatuajes en el antebrazo; le había parecido que eran palabras, y deseó saber qué decían.



—?Es nueva aquí? —le preguntó a Jacob un rato después, ante los huevos, la mermelada y la tostada de siempre.

—Ojalá. Solo nos está asesorando. Llevo meses tratando de sacarla de Odessa, pero finalmente he conseguido que nos dise?ara la nueva carta de cócteles. ?Quieres probar algo? Sé que tienes clase ahora, pero solo será un sorbo. Dime qué piensas. He estado buscando una bebida exclusiva. El Yerba Buena. Esto es lo que se le ha ocurrido.

Ella lo siguió hasta la barra, donde él verificó la receta escrita en un papel, y midió y vertió con cuidado. Emilie esperaba que Jacob tuviera seguridad en todo, pero encargados del bar se movían mucho más rápido, hacían de manera despreocupada lo que él hacía de un modo concentrado y preciso. Finalmente le entregó una coupe, especial para servir tragos. Emilie bebió un sorbo; tenía un sabor amargo que en cierto modo recordaba a los alimentos, aunque seguía siendo un poco dulce.

—?Es demasiado amargo para ti? —le preguntó.

—Es amargo, sí. Pero no demasiado. —Tomó otro sorbo—. Nunca he probado nada igual, aunque en algún punto me resulta familiar.

—Ella es genial —concluyó Jacob.



Las cosas siguieron así a lo largo de mucho tiempo (ma?anas de café, tostadas y conversaciones tranquilas), que Emilie pensó que durarían para siempre. Pero entonces, un par de semanas después, él terminó con el papeleo y se recostó en la silla.

—Me gustaría ver dónde vives —le dijo.

?Qué podía responder ante eso? Por un instante, se preguntó si eso era algo que él haría a menudo como proyecto paralelo, observar a las personas en su entorno natural. A ella le encantaba estar en casa de otras personas, ver de qué color pintaban las paredes y qué objetos guardaban en las estanterías. Pero cuando lo miró a los ojos, el deseo de Jacob se hizo evidente.

—De acuerdo —aceptó ella—. Te daré la dirección.

—Ya nos vemos más tarde, entonces —comentó él mientras Emilie se iba.

Fue a clase y volvió corriendo a casa. No sabía si con ?más tarde? se había referido a ese mismo día o a algún otro. Pensó que estaría preparada por si acaso. Repasó los montones de correo que tenía y lanzó los catálogos a la basura. Lavó los platos que llevaban demasiado en el fregadero, e incluso sacó la aspiradora y la pasó por primera vez en mucho tiempo. No consideraba su estudio como un lugar que la gente pudiera visitar; sus esperanzas de mudarse se habían desvanecido rápidamente hasta que se había convertido en un sitio donde estudiar y dormir. La mayor parte de sus comidas y de su vida social tenía lugar en otra parte. Las únicas personas que iban eran sus amigos, por los que ya no tenía que preocuparse. Tenía cerveza IPA en la nevera, para Pablo, y hojas secas de verbena de limón en el armario para Alice. Eso era suficiente para ellos.

Ahora estaba en la puerta preguntándose qué le parecería su casa a Jacob, si de verdad se presentaba allí ese día o en un futuro lejano. Era peque?a. Poco impresionante. De pronto se sintió resentida con el propietario que debió haber sido demasiado taca?o o indeciso como para terminar el trabajo en las paredes, de imprimación blanca. La mitad de los platos de diferentes juegos estaban astillados y no tenía sabanas bajeras que combinaran con las de arriba. Las ventanas de la cocina estaban obstruidas con pintura, por lo que el simple hecho de hervir agua para preparar un té hacía que el cristal se empa?ara. Algunas noches se metía en la cama a las nueve porque ninguna luz tenía suficiente potencia y estar despierta después de eso la entristecía.

Nina Lacour's Books