Yerba Buena(15)
—Lo que necesites. Todo depende de tus intenciones.
—Vale, de acuerdo —dijo Sara. Solo era una mala hierba que crecía en el suelo. Sintió una punzada de dolor en la parte baja del estómago.
—Puedes elegir no creer. Depende de ti. Pero una perspectiva positiva te llevará lejos en la vida. Sé abierta de mente, es el mejor consejo que tengo para darte. ?Preparada para el día de hoy? ?A qué hora empiezas en el motel?
—A las nueve.
—Me pasaré con el primer cliente sobre las once. Limpia las habitaciones lo más rápido que puedas en dos horas. Bá?ate en alguna de ellas para oler bien. Soy buena juzgando caracteres y elegiré los mejores para ti. Pero si algo va mal, sal de inmediato. La mayoría simplemente están solos, pero hay algunos que son malvados.
Sara asintió con la cabeza, reprimiendo el miedo. Se puso de pie con la ramita de yerba buena en la mano y se dirigió al minimercado donde, tal como le había dicho Vivian, una mujer llamada Sue le hizo se?as desde la puerta sin pedirle que pagara.
Grant todavía estaba tumbado en el asiento trasero. Sara abrió la puerta del copiloto y se metió dentro, despertándolo cuando la cerró.
—Hola —la saludó él, sonriendo mientras se sentaba, contento de verla. Por un momento hizo que sintiera que su nueva vida estaba empezando ya, si no fuera por el día que la esperaba. Había intentado no pensar en ello durante toda la noche, en cómo serían los hombres y en qué querrían de ella. Cuando finalmente se durmió ya casi por la ma?ana, so?ó con Annie. Le había estado susurrando algo a Sara, directamente en el oído, pero ella no había podido entenderlo.
Se preguntó si ahora que estaba despierta recordaría las palabras. En lugar de eso, lo que recordó fue ?hay algunos que son malvados?. Necesitaba otras palabras.
—Dime por qué estabas llorando.
—?Cuándo?
—En el coche, después de lo de Eugene.
Grant se removió en el asiento y se rascó el cuello.
—La verdad es que no quiero hablar de ello.
—No, no pasa nada. Toma, te he preparado esto. La he encontrado en la colina.
El chico le tomó el vaso de papel de las manos y Sara deseó poder seguir aferrándose al calor aunque se lo hubiera quitado. Sin embargo, ahora calentaba las manos de Grant y eso también era bueno. Y le diría algo que quería saber.
—?Estás intentando matarme?
—Es yerba buena —replicó ella—. Se supone que es curativa.
Grant tomó un sorbo.
—Está bueno. Nunca había probado un té como este.
—Cuéntamelo.
—Por Dios, Sara, todavía me estoy despertando. Vale. Fui al río Ruso porque quería conocer a un chico.
—?Un chico en concreto?
—No. Solo había oído que allí iban muchos chicos gays.
—Ah —respondió ella—. Es cierto. Pero sobre todo en verano.
—Había oído que era un sitio peque?o y pensé que sería más fácil encontrar a alguien allí que en San Francisco. O menos abrumador, supongo.
Se había sonrojado. No la miraba a los ojos. Sara intentó ponérselo más fácil.
—Un momento, ?fuiste al río Ruso para ligar con una camiseta de Mickey Mouse?
él le sonrió.
—Joder, ?qué tiene de malo Mickey Mouse?
—Tienes razón —a?adió ella—. Todo el mundo sabe que si quieres echar un polvo tienes que ponerte una camiseta de Mickey Mouse.
—Puede que en eso me haya equivocado —contestó Grant. Le gui?ó un ojo, pero sin embargo su mirada era triste. Tomó otro sorbo. Sara esperó—. Sin embargo, no conocí a nadie. O sí, pero… Fui a un bar, un chico intentó hablar conmigo y me marché. No pude hacerlo. No sé por qué.
—Y yo te llevé hasta Eugene.
—Sí. Y fue raro. Es decir, no buscaba algo así. Pero el motivo por el que paré allí fue porque no quería ser virgen cuando llegara a Los ángeles. No quería que fuera un problema cuando finalmente conociera a algún chico con el que quisiera salir de verdad. Quería saber qué estaba haciendo. Pero fuiste muy lista al no dejar que te follara. Yo lo hice y todavía no sé qué estoy haciendo. Ahora simplemente me siento un asqueroso.
—No eres asqueroso.
—?De dónde lo conocías?
Sara tomó el vaso de papel de las manos de Grant y bebió. La calentó y se sintió agradecida por su fragancia, que cubría su olor corporal luego de haber estado tanto tiempo en un espacio cerrado.
—Es amigo de mi padre —respondió ella—. Me conoce de toda la vida.
—Vaya. Lo siento.
—Es… bueno, da igual —agregó intentado no pensar en cuando tomaba a Spencer de la mano mientras iban de camino al río, o en cuando se sentaba en la alfombra peluda y su madre le acariciaba el pelo—. Son todos unos hijos de puta. Eso ya lo sabía. —El sol entraba a raudales por las ventanillas, la ma?ana resplandecía y pronto tendría que marcharse al hotel—. De todos modos, no creo que nadie sepa lo que están haciendo realmente.