Yerba Buena(13)



Sara miró por la ventana. Una calle principal. Dos gasolineras. Un motel. Un restaurante. Una larga cola de semirremolques.

—Vamos a por comida —declaró—. Quiero un plato lleno de algo.

Trasladaron el coche hasta el aparcamiento del restaurante para que Grant pudiera dejar sus cosas dentro mientras comían. Eligieron un reservado junto a la ventana y se sentaron. Les entregaron la carta y pidieron café. La comodidad. La normalidad de la situación. Tal vez Sara no supiera cómo iban a pagar o qué les pasaría después, si lograrían cruzar las monta?as o qué les esperaba si lo hacían. Pero podía comer huevos, patatas fritas y tortitas con mantequilla y sirope. Podía tomarse una taza de café que se rellenaba constantemente.

Annie se había ido y Sara no entendía cómo el mundo seguía siendo mundo. ?Cómo podía estar sentada en un restaurante con un plato de comida? ?Cómo podían sus pies estar descansando sobre el suelo? ?Cómo podía desenrollar una servilleta de papel para descubrir dentro un juego de cubiertos limpio?

Pero ya había vivido esa conmoción una vez, así que sabía que no significaba nada dar un bocado y que le supiera bien. Tendría el mismo sabor, tanto si Annie estuviera viva como si no.

Se quedaron en el reservado sin hablar mucho después de haber terminado la comida. La camarera les llevó la cuenta y se sintieron aliviados al ver que tenían suficiente para pagar e incluso para la propina, aunque eso significara quedarse sin nada. Se quedaron tanto rato que la chica se acercó a ellos cuando oscureció.

—Acabamos de sacar un pastel de nueces del horno —comentó.

Grant negó con la cabeza.

—?Hay alguna posibilidad de que necesitéis ayuda con los platos esta noche?

Sara vio que los ojos de la camarera se dirigían rápidamente hacia el ticket y que mostró alivio al ver que habían pagado.

—Tenemos todo el personal necesario, pero creo que Bruce, del Motel Quality, ha comentado que necesitaba ayuda. Podéis mirar allí.

Sara le dio las gracias.

El motel no tenía el encanto del Vista, pero de todos modos le resultaba familiar. Bruce dijo que solo necesitaba a una persona y eligió a Sara porque tenía experiencia. Le preguntó si buscaba un empleo estable o si solo estaba de paso, y ella le dijo la verdad.

—Pásate ma?ana por la ma?ana a las nueve —le indicó—. Aunque si encuentro a alguien que se quiera quedar, no hay trato.

Sara asintió.

—?Alguna posibilidad de que haya una habitación abierta? La limpiaré tan bien que ni siquiera sabrá que hemos estado aquí.

—Claro que hay una habitación abierta —empezó él, pero justo cuando Sara iba a darle las gracias, el hombre a?adió—: Por sesenta y cinco dólares la noche.

Ella ignoró su sonrisa de superioridad y se dijo que no estaría tan mal pasar una o dos noches en el coche de Grant.

—Entonces nos vemos a las nueve.

—Aquí estaré.



A la ma?ana siguiente, Sara llamó a una puerta y esperó. Nada. Abrió la primera habitación vacía y entró. Una cama, dos mesitas, una cómoda y un ba?o con ba?era. Era mucho más peque?a que las suites a las que estaba acostumbrada, no le llevaría mucho tiempo limpiarla. Ya había acondicionado tres cuartos cuando entró a una habitación, cerró la puerta detrás de ella, dejó el carrito de artículos de limpieza y suspiró. Todavía le quedaban nueve después de esa, pero iba rápido.

—Buenos días, mu?eca.

Oyó la voz y se sobresaltó. Se dio la vuelta para ver quién había hablado. Una mujer delgada estaba sentada en la cama; tenía puesta una camiseta negra y lucía un colgante fino con un brillante plateado. Llevaba el cabello alborotado y el maquillaje corrido por debajo de los ojos.

—Por Dios, lo siento —se disculpó Sara.

—No te preocupes. Estaba durmiendo como un tronco. No te he oído llamar.

—Vuelvo más tarde.

—No, espera. No te he visto antes por aquí. Soy Vivian. —Se apoyó contra el cabecero de la cama y miró a Sara de arriba abajo—. Qué desperdicio de belleza. ?Qué estás haciendo en este lugar?

Sara no supo responder. Quería pasar a la siguiente habitación y alejarse de allí. Pero no se le ocurrió ninguna mentira fácil.

—Un amigo y yo vamos a Los ángeles.

—?Y os habéis quedado sin dinero?

Sara asintió.

—?Cuánto te paga Bruce por esto? —En ese momento Sara se dio cuenta de que no habían acordado un precio—. Probablemente, algo cercano a nada —continuó Vivian—. Puedo conseguirte dinero mucho más rápido. ?Tu amigo es tan guapo como tú?

Sara quería decir que no les interesaba. Pero el cubo de basura, los guantes, los artículos de limpieza, recoger el pelo de desconocidos de lavabos y duchas… todo eso le era tan familiar que la asustaba. ?Y si nunca podía dejar esa vida? Podía verse a sí misma congelada en el tiempo, atrapada en el lado equivocado de la sierra de Tehachapi, limpiando habitación tras habitación de la ma?ana a la noche. Necesitaba llegar a Los ángeles, sin importar lo que la esperara allí. Si ese era el modo de salir, podrían hacerlo. Ya lo habían hecho una vez.

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