La noche del cazador (Psy-Changeling #1)(71)



Simplemente lo hubieran achacado a un desarrollo de poderes cardinales, un tanto erráticos, y lo habrían descartado.

Cuanto más crecía, mejor se le daba moverse como una sombra. Aquel truco requería seguir de cerca a otra mente, obteniendo así entrada en los cuartos mentales de información a los que esta tuviera acceso. No era necesario entrar por la fuerza en la mente elegida.

Desde que se percató de lo cerca que estaba del abismo, Sascha había estado siguiendo a gente que podría proporcionarle acceso a los archivos sellados del Centro.

Había sido un intento de luchar contra la pesadilla que había vislumbrado en su infancia. Había querido demostrarse a sí misma que su mente infantil había exagerado aquel aterrador lugar. Lo que descubrió le había horrorizado hasta tal punto, que había comenzado a buscar mentes que pudieran saber cómo escapar de la red y sobrevivir a ello.

Y no había encontrado nada.

Esta noche iba a intentar seguir a un miembro del Consejo. Si la descubrían, significaría una sentencia de muerte inmediata. La haza?a no iba a ser fácil, a pesar de que no todos los consejeros eran cardinales.

Los cardinales eran a menudo tan cerebrales que no les interesaba en absoluto la política. En cambio, algunos psi no cardinales poseían un don defensivo y ofensivo tan extraordinario que hacía que fueran tan peligrosos como los cardinales mejor adiestrados.

Todos y cada uno de los consejeros estaban clasificados como letales.

Después de inspirar profundamente puso su comunicador en silencio y se sentó sobre la cama con las piernas cruzadas. La soledad la envolvió en silencio. Después de pasar tanto tiempo con los cambiantes se sentía perdida al no sentir contacto ni risas a su alrededor.

Más que nada, echaba de menos a Lucas.

Algo titiló en su mente y sintió el roce de un pelaje contra la mejilla, el susurro de árboles en su mente y el aroma del viento en las fosas nasales. Un segundo más tarde, todo había pasado. ?Había sido un recuerdo sensorial o…?

Sascha sacudió la cabeza. No podía permitirse el lujo de distraerse. Su pantera confiaba en ella. Todos lo hacían. La vida de una mujer estaba en juego… y ella ya no estaba segura de la bondad innata de las personas.

Cerró los ojos y se introdujo dentro de su mente. Lo primero que hizo fue deslizarse detrás de su propio cortafuegos, dejando un vago espectro de su presencia dentro a fin de enga?ar a la MentalNet con respecto a la actual ubicación de su conciencia. Era un ardid sencillo que había tardado a?os en perfeccionar.

Se mantuvo oculta al amparo de la sombra de su propia mente. Las luces se extendían infinitamente en todas direcciones, hasta más allá de donde alcanzaba la vista.

Algunas eran apenas visibles y marcaban la presencia de los psi de menor categoría, en tanto que otras ardían de tal forma que parecían soles en miniatura. Los cardinales. Sascha miró su propia luz y se preguntó por sus diferencias.

Las alteraciones se habían desarrollado cerca de la pubertad, y por entonces era lo bastante buena creando escudos multicapas como para ocultarlas bajo un falso caparazón.

De cara a la PsiNet, su estrella fulguraba igual que la de cualquier otro cardinal. Solo ella sabía qué aspecto tenía en realidad: un arco iris que desprendía alegremente chispas en todas direcciones para más tarde fusionarse dentro de su mente. Si hubiera permitido que brillara sin barreras, ya habría infectado toda la red.

Se alejó de la belleza oculta de su mente y buscó sus objetivos.

La estrella de Nikita fue fácil de localizar, vinculada como estaba a la de Sascha por finos enlaces de energía que contaban la historia de sus lazos familiares. Sascha no tenía intención de seguir a su madre. La mente de Nikita no solo estaba demasiado compenetrada con la suya, sino que además no se creía capaz de sobrellevar el golpe que le supondría descubrir que su madre estuviera confabulada con aquellos que protegían a un asesino.

Era algo con lo que ningún hijo debería tener que cargar.

Había otros seis consejeros. Una cifra impar para garantizar que nunca se diera un empate en las votaciones. Marshall Hyde era el hombre más cruel que jamás había conocido, su estrella en la PsiNet era como un molinillo de hojas afiladas. Era un cardinal y había tenido más de sesenta a?os para perfeccionar su don.

La estrella de Tatiana Rika-Smythe era una luz más suave. Había obtenido una puntuación de 8,7 en el gradiente, pero eso era enga?oso. Nadie ocupaba un asiento en el Consejo a tan temprana edad sin ser despiadada al más puro estilo patentado por los psi.

También estaba Santano Enrique. Sascha se estremeció en lo más profundo de su alma. Sus sospechas sobre la alianza entre Nikita y él no justificaban el enfoque personal que este había mantenido en sus recientes encuentros con ella. Le creía muy capaz de tenderle una trampa, por lo que no tenía la menor intención de acercarse a la estrella de Enrique.

Ming LeBon era otro cardinal. Aunque con menor experiencia que Marshall, también él había dispuesto de casi treinta a?os más que Sascha para perfeccionar sus habilidades. Se rumoreaba que la especialidad particular de Ming era el combate mental. Shoshanna y Henry Scott rondaban ambos el 9,5 en el gradiente. La elegante y grácil Shoshanna era el rostro público del Consejo, aquella que aparecía en los reportajes de los medios y en los artículos de los periódicos. Tenía un aspecto frágil e inofensivo, pero podía ser igual de mortífera que una víbora.

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