La noche del cazador (Psy-Changeling #1)(114)



La confusión y la desesperación le estaban pasando factura. La cólera, la furia y los celos eran el germen del asesinato. Enrique no sentía nada, así pues ?cómo podía ser el poseedor de la violencia que tantas vidas había arrebatado?

—Al Consejo le gusta conocer al enemigo. Hemos estado utilizando voluntarios para estudiar sus patrones mentales.

Enrique presionó la grieta en su mente como quien mete el dedo en una llaga… y aquello dolía.

—Se?or, ?qué está haciendo?

—No me gusta esperar, Sascha.

Pero sí le gustaba hablar, pensó ella.

—Estoy concluyendo la reunión. Si me marcho de repente perderé todo lo que hemos logrado hasta la fecha. No tenía conocimiento de que el Consejo estaba llevando a cabo dicha investigación.

—Llámalo interés personal. Sus mujeres son los mejores sujetos de estudio… hay algo perfecto en ellas.

?Nunca imaginé que fueras así de perfecta.?

—Son débiles —dijo Sascha, provocándole para que continuase—. Tienen sentimientos. Solo los psi somos perfectos.

La energía de Enrique era un torbellino frío y amenazador a su alrededor cuando comenzó a retroceder poco a poco hacia la entrada oculta a su mente. Tenía que entrar antes de desconectarse de la PsiNet. Si Enrique lograba penetrar en sus defensas destruiría a Lucas junto con ella. No, pensó furiosa. Su compa?ero no moriría.

El susurro del bosque se abrió paso en su mente. La pantera escondida en lo más recóndito de Sascha estaba complacida con las reflexiones de su compa?era, pero su atención estaba centrada en Enrique, en la amenaza que representaba para ella. El animal sacó las garras y Sascha sintió que las yemas de los dedos le hormigueaban.

—Los psi tenemos que suprimir las emociones para sobrevivir, pero los cambiantes crecen sin quebrarse bajo la presión. Yo diría que eso los convierte en la especie más fuerte. —Hizo una pausa y Sascha detuvo su sigiloso avance—. ?Te queda mucho?

—No, se?or. —Impregnó su voz con un leve deje de miedo y dejó que él lo percibiera.

Las paredes mentales de Enrique adquirieron el color azul del más profundo hielo oceánico. Era aterradoramente hermoso.

—Sascha, Sascha —susurró—, eres realmente extraordinaria.

Ella no respondió, concentrándose por entero en retroceder hacia su mente. Los comentarios de Enrique tan pronto convencían a Sascha de que él era el asesino como la dejaban confusa de nuevo al momento siguiente. ?Cómo podía ser el asesino? ?Cómo? Aquellas mujeres habían sido destrozadas, aniquiladas desde el interior de la mente. Enrique era un hombre que no sentía ninguna emoción negativa. Ni rabia ni odio.

?Iba a por ella simplemente porque era imperfecta? ?Había espantado al auténtico asesino, a aquel que había infectado la red con sus rastros de violencia? La decepción formó un nudo en su estómago. No podía fracasar, no podía dejar que la sed de venganza arrastrara a los DarkRiver y a los SnowDancer a la guerra. Ahora eran su gente.

—Eres aún más perfecta que las mujeres cambiantes.

—?Quiénes son esas mujeres de las que habla? —preguntó casi en la entrada—. También a mí me gustaría conversar con ellas. Los leopardos no me cuentan nada.

—Me temo que los experimentos fueron un poco complejos. No les gusta dejar entrar a los psi en sus mentes. Tuve que hacerles da?o para obtener un entendimiento exhaustivo.

El horror hizo que se detuviera en seco.

—?Las mató?

Lucas arremetió contra las paredes de su mente deseando lanzarse al cuello de Enrique.

—Los animales de laboratorio a menudo mueren.

Si hubiera estado dentro de su cuerpo físico, habría vomitado. Estaba claro que Enrique disfrutaba contándoselo todo a ella —su único público— porque creía que la tenía atrapada. La estaba aferrando como si fuera una tenaza gigante.

—Noto una presión en mi mente. —Empezaba a sentirla, pero no era peligrosa; todavía no.

—Se me está agotando la paciencia. O hablas conmigo o te ejecuto. Supongo que el Consejo me apoyaría unánimemente por ocuparme de un psi defectuoso.

Fue la palabra ?defectuoso? lo que hizo que se pusiera de nuevo en movimiento. Ella no estaba defectuosa y los cambiantes no eran animales de laboratorio. Eran los seres más hermosos, más vivos y más apasionados que jamás había conocido. Pero antes de escapar tenía que cerciorarse de que era el asesino, la maldad, que buscaba.

—?Por qué setenta y nueve? —preguntó con un hilo de voz.

—Mil novecientos setenta y nueve, Sascha. 1979. Es mi modesta manera de rendir un homenaje a lo que considero como el verdadero nacimiento de nuestra raza. —Hizo una pausa—. ?Cómo sabías tú eso? —Las aplastantes paredes de su mente se detuvieron.

Sascha aprovechó el momento para atravesar la puerta oculta y cerrarla a su espalda.

Algo se estrelló contra ella un segundo después: la mente de Enrique tratando de introducirse por la fuerza en la de ella, tratando de destruirla. Aparecieron unas grietas en los escudos ya fragmentados que rodeaban la entrada.

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