La noche del cazador (Psy-Changeling #1)(119)



—No quiero morir.

—Pues elige vivir. —Sascha no estaba mintiendo. Había dicho la pura verdad: Brenna se había ganado su derecho a morir—. Te echamos de menos.

—?Quién eres?

—Soy Sascha, compa?era de Lucas Hunter y una sanadora de los DarkRiver.

Ya no era una mujer que no perteneciera a ninguna parte, ya no formaba parte de una raza que la habría castigado por su don. El orgullo se reflejaba en su voz.

Aceptada, más que aceptada por su nueva familia, jamás lloraría por quien anta?o había sido.

—Sascha, estoy rota.

—También yo lo estaba, Brenna. —Extendió los brazos y acogió en ellos el espíritu luchador de la joven—. Lo que está roto puede arreglarse.

—Ayúdame —le dijo con determinación. Aquella titilante llama se convirtió en una esbelta columna de pureza—. No sucumbiré a la muerte. Ayúdame a despertar a la realidad… sea cual sea.

El orgullo que sentía por el coraje que demostraba aquella mujer se mezcló con la angustia que le provocaba el dolor que había sufrido, pero Sascha dejó que ella sintiese solo lo primero.

—Estoy aquí.

Guió lentamente la mente quebrada de Brenna a través de los jirones de su espíritu.

—?Podrá arreglarse esto algún día? —preguntó Brenna, consciente de la magnitud del da?o que le había sido infligido.

—He nacido para sanarte.

Sanaría a Brenna aunque le llevara hasta el último segundo del tiempo que le quedase en este mundo.

—Llévame a casa, Sascha.

Sascha abrió los ojos puede que una hora más tarde de hablar con Hawke y se encontró sentada en la cama a la vera de Brenna, con la mano de la joven en la suya.

No recordaba cómo se había colocado allí ni tampoco haber entrelazado la otra mano con la de Lucas. Los hermanos de Brenna y Hawke rodeaban la cama mientras tocaban a la joven allá donde podían.

—Despierta, Brenna. —Sascha la besó suavemente en la frente. Cuando se enderezó, los párpados de la cambiante se agitaron y luego se abrieron. Unos ojos desconfiados se clavaron en los de Sascha. Con una sonrisa, esta le dijo—: Hola, dormilona.

Ella parpadeó. Uno de sus hermanos ahogó un sollozo y se colocó rápidamente delante de Sascha para tomar el rostro de Brenna entre sus manos con infinita ternura.

—?Bren? Maldita sea, Bren, estábamos muertos de preocupación.

Por encima de la cabeza de Riley, Sascha se encontró con unos ojos casta?os rebosantes de una dicha tal, que casi resultaba cegadora. Se levantó de la cama y dejó que Lucas la abrazara. Era el turno de los lobos para sanar a Brenna, envolverla con su amor y su afecto. Sascha regresaría para ayudarla a reparar su mente y su alma, pero era suficiente por un día.

—Vámonos a casa —le dijo a Lucas.

él le acarició la mejilla con los nudillos y le dio un beso en la nariz.

—?Sigues enfadada, querida Sascha?

—Sí.

Le abrazó con fiereza. Viviría con la culpa todos los días del resto de su vida por haberle condenado a muerte.

Una semana más tarde, Sascha cogió a Julian en brazos y le frotó la barriguita. El cachorro gru?ó y le pidió que siguiera. Riendo, ella le dio lo que quería. Tammy estaba fuera de la ciudad ese día y cuando le pidió que cuidase de los peque?os, no lo dudó ni un instante. Se habían presentado en la guarida de Lucas como dos adorables muchachitos ataviados con vaqueros y camiseta, pero al cabo de unos minutos, los encontró como dos cachorros mordisqueándole las botas.

—Parece que os lo estáis pasando bomba —dijo Lucas desde la puerta con una sonrisa tirante en los labios.

Ella sabía que la razón de esa tensión era ella. Estaba realmente furiosa con él por lo que había hecho y Lucas lo sabía. ?Cómo no iba a saberlo? Estaba conectado a ella.

Le contempló mientras este cogía a Roman y permitía que el cachorro ara?ara de forma juguetona su camiseta a la altura del pecho y supo que tenía que dejar atrás la ira.

?Cuánto tiempo les quedaba? Un mes, tal vez dos. Su hombre era extraordinario y sabía amar, sentir, luchar por su compa?era con todas las emociones que albergaba en su interior. Si no hubiera luchado con tanto empe?o, si no la hubiera obligado, no sería el hombre al que adoraba con tanta desesperación.

—Te quiero, Lucas —susurró.

Sus ojos se volvieron felinos.

—?Has guardado las garras, gatita?

Sascha asintió.

—Me alegro mucho por ti.

Lucas parecía querer acercarse y besarla hasta que suplicara clemencia. Salvo que tenía dos revoltosos cachorros en brazos. Se miraron el uno al otro y rompieron a reír.

Comenzaron a vivir.

Aquella noche Sascha le pidió que se transformase para ella. Sin pronunciar palabra alguna, Lucas se despojó de la ropa y el mundo se convirtió en un resplandor multicolor.

Era tan hermoso que sintió que el corazón dejaba de latirle. Parpadeó, y cuando abrió de nuevo los ojos, un enorme felino de presa yacía a su lado sobre la cama.

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