Espejismos(77)



A pesar de todo, a pesar de lo asqueroso que está, lo miro como si fuera la cosa más bonita que hubiese visto en mi vida. Porque sé que si su coche está aquí, él también lo está. Y que todo va bien.

Justo cuando pienso que debería cambiarlo de sitio para que no se lo lleve la grúa, alguien carraspea a mi espalda y una voz grave dice:

—Disculpe, ?no debería estar en clase?

Me doy la vuelta y descubro al director Buckley.

—Hum… sí… —le digo—, pero primero quería… —Se?alo el coche mal aparcado de Damen como si no solo pretendiera hacerle un favor a mi amigo, sino también a todo el instituto.

Pero a Buckley le preocupan menos las infracciones de aparcamiento que las continuas faltas injustificadas de las ?delincuentes? como yo. Y, puesto que aún le escuece nuestro último y desafortunado encuentro, cuando Sabine transformó la expulsión en una suspensión, me mira de arriba abajo con los ojos entornados y dice:

—Tiene dos opciones. Puedo llamar a su tía y pedirle que abandone su trabajo para venir aquí… O… —Hace una pausa para intentar amedrentarme con el suspense, aunque no hace falta tener poderes psíquicos para saber adonde quiere ir a parar—. O puedo acompa?arla de vuelta a clase. ?Cuál prefiere?

Durante un momento me siento tentada de elegir la primera opción… solo para ver qué hace. Pero al final lo sigo de vuelta hasta el aula. Sus zapatos repiquetean sobre el cemento del patio y a lo largo del pasillo antes de dejarme frente a la puerta del se?or Mu?oz. Roman no solo ocupa ya su sitio, sino que además sacude la cabeza y se echa a reír mientras yo regreso al mío.

Y, aunque a estas alturas Mu?oz está más que acostumbrado a mi comportamiento errático, es obvio que quiere llamarme la atención. Me pide que responda todo tipo de preguntas acerca de acontecimientos históricos, tanto los que hemos estudiado como los que no. Y, como mi mente está tan ocupada con Roman, Damen y mis planes de futuro, me limito a responder de manera mecánica, ?visualizando? las respuestas de su mente y repitiéndolas casi al pie de la letra.

Así pues, cuando dice:

—Bueno, Ever, dime también qué cené anoche, anda…

Yo respondo de manera automática:

—Dos trozos de pizza que le habían sobrado y una copa y media de Chianti.

Mi cerebro está tan absorto en mis dramas personales que tardo un momento en darme cuenta de que se ha quedado boquiabierto.

De hecho, todo el mundo se ha quedado con la boca abierta.

Bueno, todo el mundo menos Roman, que se limita a sacudir la cabeza y a reír con más ganas que antes.

Y, justo cuando suena el timbre e intento salir pitando hacia la puerta, Mu?oz me detiene y dice:

—?Cómo lo haces?

Aprieto los labios y me encojo de hombros, como si no tuviera la más remota idea de lo que me habla. No obstante, es obvio que no va a dejar pasar el tema; lleva semanas dándole vueltas.

—?Cómo… cómo sabes las cosas? —pregunta, mirándome con los ojos entornados—. Hechos históricos que ni siquiera hemos estudiado todavía… cosas sobre mí…

Bajo la vista al suelo y respiro hondo, preguntándome qué tendría de malo darle algún hueso que roer. Bueno, me marcho esta noche y lo más probable es que él no recuerde nada de esto, así que ?qué mal podría hacer decirle la verdad?

—No lo sé. —Alzo los hombros en un gesto de indiferencia—. La verdad es que no hago nada. Las imágenes y la información aparecen sin más en mi cabeza.

él me mira mientras decide si creerme o no. No tengo ni tiempo ni ganas de intentar convencerlo, pero quiero despedirme con algo agradable, así que le digo:

—Por ejemplo, sé que no debería rendirse con su libro, porque se lo publicarán algún día.

Abre los ojos de par en par. Su expresión varía entre la esperanza y la más absoluta incredulidad.

Y, aunque me mata tener que decirlo, aunque el mero hecho de pensarlo hace que me entren ganas de romper cosas, sé que es necesario a?adir algo más, que lo correcto es decírselo. ?Qué da?o podría hacer? Me voy a marchar de todas formas, y Sabine se merece salir un poco y pasarlo bien. Además, dejando a un lado su afición por los calzoncillos de los Rolling Stones, su gusto por las canciones de Bruce Springsteen y su obsesión por la época renacentista… este tipo parece inofensivo. Por no mencionar que las citas no llevarán a ningún sitio, ya que he visto a mi tía saliendo con un tío que trabaja en su edificio….

—Se llama Sabine —le digo antes de pensarlo bien y cambiar de opinión. Al ver la confusión que inunda sus ojos, a?ado—: Ya sabe, la rubita de Starbucks. La mujer que derramó el batido en su camisa. Esa en la que no puede dejar de pensar.

Me mira fijamente; es obvio que se ha quedado sin habla. Y, dado que prefiero marcharme y dejar el asunto así, recojo mis cosas y me dirijo a la puerta. No obstante, echo un vistazo por encima del hombro para decirle:

—Y no debería darle miedo hablar con ella. En serio. Reúna coraje y acérquese sin más. Es una mujer muy agradable, ya lo verá.

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