Espejismos(74)



Y, al ver que eso no había conseguido convencerla, en especial la parte de las alergias, a?adí:

—Por eso necesito el cuarzo rosa, porque, como bien sabe, se supone que atrae el amor… Ah, y también la turquesa… —Se?alé el colgante que llevaba—. Bueno, ya sabe que es famosa por su capacidad de sanación y… —Aunque estaba preparada para seguir parloteando y recitar todas las cosas que había aprendido apenas una hora antes, decidí acabar así y me encogí de hombros.

Desenvuelvo los cristales con mucho cuidado y sostengo cada uno de ellos en ambas palmas antes de cerrar los dedos e imaginarme una brillante luz blanca que penetra hasta su núcleo y lleva a cabo el importantísimo paso de ?limpieza y purificación?, el cual, según leí en internet, no es más que el primer paso para preparar las piedras. El segundo es pedirles (?en voz alta!) que absorban la poderosa energía de la luna a fin de proporcionar el servicio para el que la naturaleza las ha creado.

—Turquesa —susurro. Echo un vistazo a la puerta para asegurarme de que está cerrada, ya que sería de lo más embarazoso que Sabine entrara y me pillara arrullando un montón de piedras—. Te pido que sanes, purifiques y equilibres los chacras, que es para lo que te ha creado la naturaleza. —Respiro hondo y le transmito a la piedra la energía de mis intenciones antes de meterla en el saquillo y coger la siguiente. Me siento ridícula y un poco farsante, pero sé que no me queda más remedio que seguir adelante.

Continúo con el cuarzo rosa pulido; cojo las piedras una por una y las inundo con luz blanca antes de repetir cuatro veces (una por cada una):

—Deseo que traigas amor incondicional y paz infinita.

Las dejo en el saquillo de seda roja y contemplo cómo se sitúan alrededor de la turquesa.

Luego cojo la estaurolita (una hermosa piedra que, según dicen, está formada a partir de las lágrimas de las hadas) y le pido que me proporcione la sabiduría de otras épocas, buena suerte y la ayuda necesaria para contactar con otras dimensiones.

A continuación, sujeto con ambas manos el trozo grande de zoisita. Después de limpiarla con la luz blanca, cierro los ojos y susurro:

—Deseo que transformes todas las energías negativas en positivas, que ayudes en la conexión con los reinos místicos y que…

—?Ever? ?Puedo pasar?

Contemplo la puerta y sé que lo único que me separa de Sabine es una hoja de madera de cuatro centímetros. Luego observo el montón de hierbas, aceites, velas y polvos, y la piedra a la que le estoy hablando.

—Y que, por favor, ayudes en la recuperación, las enfermedades y ?todo lo que sea que estás destinada a hacer! —exclamo en un susurro.

La meto en la bolsa en cuanto acabo de pronunciar las palabras, pero no encaja.

—?Ever?

La empujo de nuevo para intentar introducirla en el interior, pero la abertura es tan peque?a y la piedra tan grande que me será imposible lograrlo sin romper las costuras.

Sabine llama una vez más: tres golpes firmes que me informan de que sabe que estoy aquí, de que sabe que estoy tramando algo y de que su paciencia está a punto de agotarse. Y, aunque no tengo tiempo para charlas, no me queda más remedio que decirle:

—?Un segundo!

Introduzco la piedra en la bolsa a la fuerza, corro hasta la terraza para dejarla sobre una mesa peque?a con las mejores vistas de la luna y después regreso a la habitación a toda velocidad. Casi me da un síncope cuando Sabine vuelve a llamar y me fijo en el estado del dormitorio: sé lo que va a pensar, pero no tengo tiempo para cambiar nada.

—?Ever? ?Te encuentras bien? —pregunta con preocupación y cierto enfado.

—Claro. Solo… —Agarro el bajo de la camiseta y me la saco por la cabeza. Le doy la espalda a la puerta mientras le digo—: Bueno, ahora ya puedes pasar… Solo… —Y en el momento en que entra, vuelvo a ponerme la camiseta. Finjo un súbito arranque de modestia, como si no pudiera soportar que me viera desnuda (aunque antes nunca me ha importado demasiado)—. Solo estaba cambiándome —mascullo.

Veo que frunce el ce?o al mirarme y que olisquea el aire en busca de alguna se?al de marihuana, alcohol, cigarrillos aromatizados o cualquier otra cosa que consideren peligrosa en el último libro sobre adolescentes que se ha leído.

—Tienes algo en… —Se?ala la parte delantera de mi camiseta—. Algo… rojo… que probablemente no salga.

Retuerce la boca a un lado mientras observo mi camiseta y descubro una enorme raya roja que relaciono con el polvo que necesito para el elixir. Comprendo de inmediato que la bolsa que lo contiene está agujereada, y cuando me fijo en el escritorio, veo que el polvo se ha derramado por toda la mesa y también el suelo.

Genial… ?Una forma estupenda de fingir que te estabas poniendo una camiseta limpia!, exclamo para mis adentros.

Mi tía se acerca a mi cama, se sienta en el borde y cruza las piernas sin soltar el teléfono móvil que lleva en la mano. Solo tengo que echar un vistazo al color gris rojizo de su aura para saber que la expresión preocupada de su cara tiene menos que ver con mi aparente falta de ropa limpia que con… mi extra?o comportamiento, mi creciente reserva y mis hábitos alimenticios. Cosas que, en su opinión, llevan a algo mucho más siniestro.

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