Espejismos(71)
Ava me aprieta la mano con fuerza y me mira con los ojos llenos de compasión.
—Estás haciendo lo correcto —me dice—. Y tienes suerte. No mucha gente tiene la posibilidad de volver atrás.
La miro con una sonrisa.
—?No mucha?
—Bueno, ahora mismo no se me ocurre ninguna —replica antes de devolverme la sonrisa.
No obstante, aunque ambas reímos, cuando hablo de nuevo lo hago con seriedad:
—De verdad, Ava, no podría soportar que le ocurriera algo a Damen. Yo… me… me moriría si llego a descubrir que le ha ocurrido algo… y que ha sido por mi culpa…
Me aprieta la mano y abre la puerta de la tienda para conducirme al interior.
—No te preocupes. Confía en mí —susurra.
Dejamos atrás varias estanterías llenas de libros, una pared repleta de discos compactos, todo un rincón dedicado a figurillas de ángeles y una máquina que afirma fotografiar las auras en nuestro camino hacia el mostrador, donde una anciana con una larga trenza blanca está leyendo un libro.
—No sabía que tenías cita para hoy. —Deja a un lado la novela y nos mira.
—Y no la tengo. —Ava sonríe—. Pero mi amiga Ever… —Me se?ala con la cabeza— necesita una visita a la habitación de atrás.
La mujer me estudia en un obvio intento de atisbar mi aura y percibir mi energía, y cuando no consigue nada, observa a Ava con expresión interrogante.
Sin embargo, Ava se limita a sonreír y a asentir con la cabeza para confirmar que me merezco entrar en ?la habitación de atrás?, sea la que sea.
—?Ever? —dice la mujer, que se lleva la mano al cuello para toquetear el colgante de turquesa que lleva.
Titubea mientras nos mira a Ava y a mí, pero luego se concentra solo en mí para decir:
—Soy Lina.
Eso es todo. Ni apretones de mano ni abrazos de bienvenida. Me dice su nombre y luego se dirige a la puerta para darle la vuelta al cartel que cuelga de ella, que pasa de ABIERTO a VOLVERé EN DIEZ MINUTOS. Después nos indica con un gesto que la sigamos hasta un peque?o pasillo que termina en una lustrosa puerta púrpura.
—?Puedo preguntar de qué va todo esto? —Rebusca en su bolsillo hasta que encuentra un juego de llaves; todavía no tiene muy claro si va a dejarnos pasar o no.
Ava me se?ala con la cabeza para insinuar que es mi turno de hablar. Así que me aclaro la garganta, meto la mano en el bolsillo de los pantalones vaqueros que acabo de hacer aparecer (y cuyos bajos, por suerte, llegan hasta el suelo) y recupero el trozo de papel antes de decir:
—Necesito… unas cuantas cosas.
Doy un respingo cuando Lina me arrebata el papel de las manos y le echa un vistazo. Se detiene para enarcar una ceja, murmura algo ininteligible y vuelve a observarme con detenimiento una vez más.
Y, justo cuando parece que está a punto de echarme de allí, vuelve a colocarme la lista en la mano, abre la puerta y nos invita a pasar a una habitación que no me esperaba.
Cuando Ava me dijo que en este lugar podría encontrar lo que necesitaba, me puse bastante nerviosa. Estaba segura de que me arrojarían a algún oscuro sótano secreto lleno de todo tipo de cosas extra?as y aterradoras típicas de los rituales mágicos, como frascos con sangre de gato, alas de murciélago, cabezas reducidas, mu?ecas de vudú… cosas como las que se ven en el cine o en la televisión. Pero esta habitación no se parece en absoluto a nada de eso. De hecho, tiene más bien el aspecto de un armario ropero bien ordenado. Bueno, salvo por las paredes violetas adornadas con máscaras y tótems tallados a mano. Ah, y por los retratos de la diosa apoyados contra las abarrotadas estanterías, que se comban bajo el peso de los enormes libros antiguos y las deidades de piedra. Con todo, el archivador parece bastante normal. Y, cuando la mujer abre una de las alacenas y empieza a rebuscar en su interior, intento mirar por encima de su hombro, pero no consigo ver nada hasta que ella me entrega una piedra que me parece inadecuada en todos los sentidos.
—Piedra lunar —aclara al notar la confusión de mi rostro.
Miro la piedra fijamente; sé que no tiene el aspecto que debería tener y, aunque ni siquiera puedo explicar por qué, hay algo en ella que parece fuera de lugar. Como no quiero ofender a la mujer, ya que no me cabe duda de que no vacilaría a la hora de echarme, trago saliva con fuerza, reúno coraje y digo:
—Hum… necesito una en bruto y sin pulir, en su forma más pura… Esta parece demasiado suave y brillante para lo que necesito.
Lina asiente… de forma casi imperceptible, pero asiente. Realiza una levísima inclinación de cabeza y la comisura de sus labios se eleva mínimamente antes de sustituir la piedra por la que le he pedido.
—Esta sí —digo, a sabiendas de que he pasado la prueba. Contemplo la piedra lunar: no es ni de cerca tan brillante o bonita como la otra, pero espero que haga lo que se supone que debe hacer: ayudar en los nuevos comienzos—. Y ahora necesito un cuenco de cristal de cuarzo (uno que esté en sintonía con el séptimo chacra), un saquillo de seda roja bordado por los monjes tibetanos, cuatro cristales pulidos de cuarzo rosa, una peque?a esta… ?Estaurolita? ?Es así como se dice? —La miro y veo que asiente—. Ah, y también la zoisita en bruto más grande que tenga.