Espejismos(66)
—Ten paciencia. Todo saldrá bien.
Y eso es todo lo que hace falta. Ese sencillo gesto es lo único que necesito para ?ver? que Sabine ha acudido a Starbucks casi todos los días. Ambos disfrutan de un vacilante coqueteo y, aunque por suerte la cosa aún no ha pasado de las sonrisas, el se?or Mu?oz se muere de ganas de que vaya más allí. Sé perfectamente que debo hacer lo que sea necesario para impedir que, Dios no lo quiera, empiecen a ?quedar?, pero en estos momentos no tengo tiempo para encargarme de eso.
Me libro de su energía y me dirijo a la puerta. Apenas he llegado al pasillo cuando se acerca Roman, que aminora sus pasos para acompasarlos a los míos. Me mira con desprecio cuando dice:
—?Te ha servido de ayuda el se?or Mu?oz?
Sigo andando, aunque doy un respingo cuando siento su gélido aliento sobre mi mejilla.
—Se te está acabando el tiempo —me dice con una voz tan suave y reconfortante como el abrazo de un amante—. Ahora las cosas van más deprisa, ?no crees? Antes de que te des cuenta, todo habrá acabado. Y entonces… entonces solo quedaremos tú y yo.
Me encojo de hombros, porque eso no es del todo cierto. He visto el pasado. Sé lo que ocurrió en aquella iglesia de Florencia. Si no me equivoco, hay seis huérfanos inmortales rondando por el planeta. Seis pilluelos que podrían estar en cualquier sitio… suponiendo que consiguieran seguir adelante. Pero, si Roman no lo sabe, no voy a ser yo quien se lo diga.
Así pues, lo miro a los ojos resistiendo el hechizo de esas profundidades azul oscuro, y le digo:
—Qué suerte tengo…
—Y yo. —Sonríe—. Vas a necesitar a alguien que te ayude a curar tu corazón roto. Alguien que te entienda. Alguien que sepa lo que eres en realidad. —Desliza el dedo por mi brazo. Su contacto resulta increíblemente frío a pesar del tejido de algodón de mi manga, así que me apresuro a apartarme.
—No sabes nada sobre mí —le digo mientras recorro su rostro con la mirada—. Me subestimas. Yo en tu lugar no empezaría a celebrarlo tan pronto. Estás a mil a?os luz de ganar esta batalla.
Y, aunque pretendía que sonara como una amenaza, mi voz resulta demasiado débil y temblorosa como para que nadie se la tome en serio. Acelero el paso y dejo su risa burlona atrás mientras me encamino hacia la mesa del almuerzo en la que esperan Miles y Haven.
Me siento en el banco y los miro con una sonrisa. Tengo la impresión de que ha pasado una eternidad desde la última vez que estuvimos juntos, y verlos sentados aquí me provoca una ridícula sensación de felicidad.
—Hola, chicos —los saludo con una sonrisa bobalicona que soy incapaz de reprimir.
Ellos me miran, se miran el uno al otro y asienten al unísono con la cabeza, como si hubieran ensayado este momento.
Miles da un sorbo de su refresco, una bebida a la que jamás se habría acercado antes. Sus u?as rosa brillante golpetean la lata y empiezo a sentir un nudo en el estómago. Me planteo sintonizar con sus pensamientos, ya que eso me prepararía para el motivo de su ?visita?, pero decido no hacerlo porque no quiero escucharlo dos veces.
—Tenemos que hablar —dice Miles—. Sobre Damen.
—No —interviene Haven, que fulmina a Miles con la mirada antes de coger del bolso los palitos de zanahoria, el típico almuerzo con cero calorías de las chicas de la banda guay—. Es sobre Damen y sobre ti.
—?De qué hay que hablar? Está con Stacia y yo… trato de sobrellevarlo.
Se miran el uno al otro e intercambian una mirada breve pero cargada de significado.
—?De verdad lo intentas? —pregunta Miles—. Porque, en serio, Ever, colarte en su casa y revolver su comida es algo bastante retorcido. No es precisamente el tipo de cosas que hace alguien que ?intenta? seguir adelante con su vida…
—?Qué? ?Es que creéis que todos los rumores que oís son ciertos? Todos estos meses de amistad, todas las veces que habéis estado en mi casa, y aun así me creéis capaz de eso… —Sacudo la cabeza, pero me niego a ir más allá. Lo único que he conseguido con Damen es un efímero instante de reconocimiento seguido de desdén, y eso que nuestro vínculo se remonta a siglos atrás… Así que ?qué puedo esperar de Miles y Haven, a quienes conozco desde hace menos de un a?o?
—Bueno, la verdad es que no veo por qué Damen iba a inventarse algo así —dice Haven, que me mira a los ojos con una expresión tan dura y reprobadora que me queda claro que no ha venido a ayudarme. Porque tal vez actúe como si solo quisiera lo mejor para mí, pero lo cierto es que está disfrutando de mi caída. Después de perder a Damen, después de ver cómo Roman sigue persiguiéndome incluso a pesar de que ella le ha dejado claro su interés, se alegra de verme por los suelos. Y la única razón por la que se digna sentarse conmigo ahora es que puede mirarme a los ojos mientras se regodea.
Clavo la mirada en la mesa, sorprendida de lo mucho que me duele eso. Pero intento no juzgarla ni guardarle rencor. Sé muy bien lo que es sentirse celosa, y no tiene nada de racional.
—Tienes que dejarlo en paz —dice Miles, que da un nuevo sorbo de su refresco sin apartar los ojos de los míos—. Tienes que dejarlo en paz y seguir adelante.