Espejismos(64)
—Sí, lo recuerdo. —Sacude la cabeza—. Siento tener que decirlo, pero fue un momento de debilidad que no volverá a suceder, y que tú te tomas demasiado en serio. Créeme, de haber sabido lo rarita que eres, jamás me habría molestado. No mereció la pena.
Trago saliva con fuerza y parpadeo para contener las lágrimas. Me siento vacía, hueca, como si me hubieran arrancado las entra?as y las hubieran arrojado a un lado… como si toda oportunidad de recuperar nuestro amor, lo único que hace que esta vida en particular merezca la pena, se me escapara de las manos. Y, aunque me recuerdo a mí misma que esas palabras son de Roman y no suyas, que el verdadero Damen no es capaz de tratar así a nadie, no hace que me duela menos.
—Damen, por favor… —consigo decir al final—. Sé que pinta mal. De verdad que sí. Pero puedo explicártelo. Verás, nosotras solo intentamos ayudarte…
Me mira con una expresión tan sarcástica que me siento abochornada. Sin embargo, me obligo a continuar, a sabiendas de que al menos debo intentarlo.
—Alguien está tratando de envenenarte. —Trago saliva mientras sostengo su mirada—. Alguien que conoces.
él hace un gesto negativo con la cabeza. No se traga ni una palabra. Está convencido de que estoy chiflada y de que deberían encerrarme de inmediato.
—Y esa persona que me está envenenando, esa persona a la que conozco, ?no serás tú, por casualidad? —Da otro paso hacia mí—. Porque tú eres la única que se ha colado en mi casa. Tú eres la única que se ha puesto delante de mi nevera y está toqueteando mi comida. Creo que las pruebas hablan por sí solas.
Sacudo la cabeza y, a pesar del calor abrasador que inunda mi garganta, digo:
-Sé lo que parece, pero ?tienes que creerme! ?Te estoy diciendo la verdad! ?No me he inventado nada!
Se acerca un paso más. Avanza de una forma tan lenta y deliberada que parece que estuviera acechando a su presa. Así que decido ir al grano y contárselo todo. De todas formas, no tengo mucho que perder.
—Se trata de Roman, ?vale? —Contengo la respiración al ver que su expresión varía de la rabia a la indignación—. Tu nuevo amigo Roman es…
Miro de reojo a Ava. Sé que no puedo revelar lo que Roman es en realidad: un inmortal renegado que quiere asesinar a Damen por razones que todavía desconozco. Pero, de cualquier forma, carece de importancia. Damen no recuerda a Drina ni sabe que es inmortal; se encuentra tan mal que jamás lo comprendería.
—Sal de aquí —dice. La expresión de su mirada es tan gélida que me provoca más frío que el aire que sale de la nevera—. Lárgate de aquí de una puta vez antes de que llame a la policía.
Echo un vistazo a Ava y veo que ha empezado a derramar el contenido de las botellas adulteradas en el mismo instante que él ha pronunciado su amenaza. Luego miro a Damen, que coge su teléfono y prepara el dedo índice para marcar el nueve, seguido del uno y luego…
Tengo que detenerlo. No puedo permitir que haga esa llamada. No puedo arriesgarme a que la policía se entrometa. Lo miro a los ojos, a pesar de que él se niega a hacer lo mismo, y concentro toda mi energía en él. Mis pensamientos se centran en tratar de persuadirlo. Lo inundo con la luz blanca más cari?osa y compasiva y le entrego un ramo telepático de tulipanes rojos mientras susurro:
—No hay por qué buscar problemas. —Retrocedo poco a poco—. No es necesario que llames a nadie, porque nos marchamos ahora mismo. —Contengo el aliento cuando lo veo mirar el teléfono fijamente, sin comprender por qué no puede apretar la última tecla.
Levanta la vista y, por un efímero instante, durante una fracción de segundo, el antiguo Damen regresa. Me mira como solía hacerlo, provocándome un hormigueo por todo el cuerpo. Y, aunque desaparece casi tan rápido como ha aparecido me doy por satisfecha con lo conseguido.
Arroja el teléfono sobre la encimera y sacude la cabeza. Y, como sé que es mejor que nos movamos con rapidez antes de que mi influencia sobre él llegue a su fin, cojo la mochila y me encamino hacia la puerta. Me doy la vuelta en el preciso instante en que él saca de las alacenas y de la nevera hasta la última botella de elixir. Las destapa y arroja su contenido al fregadero, seguro de que no son aptas para el consumo ahora que yo las he tocado.
Capítulo treinta y cinco
??Qué ocurrirá ahora que ya no tiene esa bebida? ?Se pondrá mejor o peor??
Esa fue la pregunta que Ava me hizo en cuanto nos metimos en el coche. Y lo cierto es que no supe qué responder. Y aún no lo sé. Así que no dije nada y me limité a encogerme de hombros.
—Lo siento mucho —me dijo al tiempo que entrelazaba las manos sobre su regazo y me miraba con expresión sincera—. Me siento responsable.
Hago un gesto negativo con la cabeza, porque, aunque la culpa fue en parte suya por insistir tanto en ver la casa, es a mí a quien se le ocurrió la brillante idea de entrar sin permiso. Es a mí a quien atraparon con las manos en la masa porque olvidé vigilar las entradas. Así que si hay algún culpable, esa soy yo.