Espejismos(61)
—Bueno, esta vez me tienes a mí para ayudarte. —Sonríe—. Y creo que ya hemos demostrado lo bien que trabajamos juntas.
Me mira con tal expectación y optimismo que no me parece lógico negarme a intentarlo. Así pues, cierro los ojos mientras ambas unimos nuestras manos y visualizo la puerta abriéndose ante nosotras. Y, pocos segundos después de oír cómo se retira el pestillo, la puerta se abre de par en par para dejarnos paso libre.
—Después de ti. —Ava asiente con la cabeza, consulta su reloj y frunce el ce?o antes de decir—: Dímelo una vez más: ?cuánto tiempo tenemos exactamente?
Me miro la mu?eca y veo la pulsera con forma de herradura de cristal que Damen me regaló aquel día en las carreras, la misma que llena mi corazón de anhelo cada vez que la veo. Pero me niego a quitármela. Bueno, lo cierto es que no puedo hacerlo. Es el único recuerdo de lo que una vez compartimos.
—Oye, ?te encuentras bien? —me pregunta Ava con la frente arrugada por la preocupación.
Trago saliva con fuerza y asiento.
—Tenemos tiempo de sobra, aunque debo advertirte que Damen tiene la mala costumbre de saltarse las clases y volver a casa antes de tiempo.
—En ese caso será mejor que empecemos. —Ava sonríe, se adentra en el vestíbulo y mira a su alrededor. Pasea la mirada desde la gigantesca lámpara de ara?a de la entrada hasta el elaborado pasamanos de hierro forjado que adorna las escaleras. Se gira hacia mí con un brillo especial en los ojos y me pregunta—: ?Dices que este chico tiene diecisiete a?os?
Me dirijo a la cocina sin molestarme en contestar, puesto que ella ya conoce la respuesta. Además, hay cosas mucho más importantes en juego que los metros útiles del edificio y la improbabilidad de que un chico de diecisiete a?os que no sea una estrella de la música ni de la televisión posea un lugar como este.
—Oye… espera —dice al tiempo que me agarra del brazo para detenerme—. ?Qué hay arriba?
—Nada. —Y me doy cuenta de que la he fastidiado en cuanto pronuncio esa palabra, ya que he respondido demasiado rápido como para resultar creíble. Aun así, lo último que quiero es que Ava suba a fisgonear y encuentre su habitación ?especial?.
—Vamos… —dice ella, sonriendo como una adolescente rebelde cuyos padres se han marchado fuera el fin de semana—. ?Cuándo acaban las clases? ?A las tres menos diez?
Asiento levemente, pero eso es suficiente para animarla.
—?Cuánto se tarda en llegar? ?Diez minutos desde el instituto hasta aquí?
—Más bien dos. —Niego con la cabeza—. No, borra eso. Más bien treinta segundos. No te haces una idea de lo rápido que conduce Damen.
Vuelve a consultar su reloj y me mira. Una sonrisa juguetea en las comisuras de sus labios cuando me dice:
—Bueno, eso nos deja mucho tiempo para echar un vistazo a la casa, cambiar las bebidas y marcharnos.
Y, cuando la miro, lo único que puedo oír es la vocecilla de mi cabeza que grita: ??Di que no! ?Di que no! ?Limítate a decirle que no!?.
Sé muy bien que debería hacerle caso a esa vocecilla. Pero dejo de escucharla de inmediato cuando Ava dice:
—Venga, Ever… No todos los días se presenta la oportunidad de ver una casa como esta. Además, necesitamos encontrar algo útil, ?has considerado eso?
Aprieto los labios y asiento como si me doliera. La sigo a rega?adientes mientras ella echa a correr como una colegiala entusiasmada por ver su habitación nueva, cuando lo cierto es que me lleva más de diez a?os. Se dirige hacia la primera puerta abierta que ve y que resulta ser el dormitorio de Damen. Cuando la sigo al interior, no estoy segura de si me siento sorprendida o aliviada al ver que está tal y como la dejé.
Aunque más desordenada.
Bastante más desordenada.
Pero me niego a pensar qué puede haber ocurrido para que esté así.
No obstante, las sábanas, los muebles, incluso los cuadros de las paredes (todos, me alegra poder decir) siguen igual que antes. Son las mismas cosas que le ayudé a colocar hace unas semanas, cuando me negué a pasar un minuto más en ese mausoleo en el que solía dormir. La verdad es que enrollarme con él en medio de todos esos recuerdos polvorientos empezaba a darme escalofríos.
Aunque, técnicamente hablando, ahora yo también soy uno de esos recuerdos polvorientos.
Con todo, seguía prefiriendo que nos quedáramos en mi casa una vez que los muebles nuevos estuvieron en su lugar. Supongo que me sentía… no sé, más ?segura?. Como si la amenaza de que Sabine regresara en cualquier momento pudiera evitar que hiciera algo que no tenía claro si quería hacer.
Algo que ahora, después de todo lo que ha ocurrido, me parece una soberana estupidez.
—Vaya, mira el ba?o de esta habitación… —comenta Ava mientras contempla la enorme mampara de cristal con el dise?o de mosaicos y suficientes cabezales de ducha como para asear a veinte personas—. ?Podría acostumbrarme a vivir así! —Se sienta en el borde de la ba?era del jacuzzi y juguetea con los grifos—. ?Siempre he querido uno de estos! ?Lo has utilizado alguna vez?
Aparto la mirada, pero no antes de que ella pueda atisbar el sonrojo que ti?e mis mejillas. El hecho de que le haya contado unos cuantos secretos y haya permitido que venga aquí no significa que tenga acceso libre a mi vida privada.