Espejismos(60)
—Yo… todavía no estoy segura de lo que quiero hacer. En realidad, no he pensado mucho en ello —miento. Me pregunto si me resultará fácil retomar mi antigua vida (si es que decido regresar, claro está); si aún querré ser una estrella del pop o si los cambios que he experimentado aquí me seguirán hasta allí.
Sin embargo, al ver cómo Ava se lleva la taza a los labios y sopla un par de veces antes de dar un sorbo, recuerdo que no he venido aquí para hablar de mi futuro. He venido a hablar sobre mi pasado. He decidido confiar en ella y compartir alguno de mis mayores secretos porque estoy convencida no solo de que puedo confiar en ella, sino también de que podrá ayudarme.
Porque lo cierto es que necesito poder contar con alguien. No puedo seguir adelante sola. Y no se trata de que me ayude a decidir si debo quedarme o no, porque comienzo a darme cuenta de que en eso no tengo muchas opciones. La idea de dejar a Damen, pensar que no volvería a verlo nunca, me provoca más dolor del que puedo soportar. Sin embargo, cuando pienso en mi familia, en cómo sacrificaron sus vidas por mí (ya fuera por la estúpida sudadera azul que insistí en que mi padre fuera a buscar o porque Drina colocó al ciervo delante de nuestro coche a fin de poder librarse de mí y quedarse con Damen para ella solita), siento que debo hacer algo para enmendar la situación.
Es lo correcto.
Es lo único que puedo hacer.
Y, tal como van las cosas, con mi destierro social en el instituto y todo eso, Ava es la única amiga que me queda. Lo que significa que la necesitaré para atar cualquier cabo suelto que pueda dejarme.
Me llevo la taza de té a los labios y vuelvo a dejarla donde estaba sin beber. Deslizo los dedos por el asa y respiro hondo antes de decir:
—Creo que alguien está envenenando a Damen. —Ava se queda con la boca abierta—. Creo que alguien está manipulando su… —?Elixir?— bebida favorita. Y está haciendo que se comporte… —?Como un mortal?— de una forma normal, pero no en el buen sentido. —Aprieto los labios y me levanto de la silla. Apenas le doy tiempo de que recupere el aliento antes de agregar—: Y, dado que no tengo acceso a su casa, necesito que me ayudes a colarme.
Capítulo treinta y dos
—Vale, ya hemos llegado. Ahora limítate a actuar con calma. —Me acurruco en la parte trasera cuando Ava se acerca a la verja—. Solo saluda, sonríe y dale el nombre que te he dicho.
Encojo las piernas con la intención de hacerme menos visible, una tarea que me habría resultado mucho más fácil hace tan solo dos semanas, antes de pegar este ridículo estirón. Me agacho todo lo que puedo y coloco mejor la manta que me cubre mientras Ava baja la ventanilla, le dedica una sonrisa a Sheila y le dice que se llama Stacia Miller (la que me ha sustituido en la lista de Damen de huéspedes bienvenidos). Espero que todavía no haya venido por aquí las veces suficientes como para que Sheila la reconozca.
Y, en el momento en que la puerta de la verja se abre y emprendemos la marcha hacia el hogar de Damen, me quito la manta de encima y vuelvo a sentarme. Veo que Ava contempla el vecindario con evidente envidia y que sacude la cabeza mientras murmura:
—Qué ostentoso…
Hago un gesto despreocupado con los hombros y contemplo también los alrededores, ya que nunca les he prestado demasiada atención. Este lugar siempre me ha parecido un cúmulo de falsas granjas de la Toscana y lujosas haciendas hispanas con césped bien cuidado y garajes subterráneos que uno debe dejar atrás si quiere llegar al castillo francés de Damen.
—No entiendo cómo es posible que ese chico pueda permitirse vivir aquí, pero debe de ser agradable —dice mirándome a los ojos.
—Apuesta en las carreras de caballos —murmuro. Me concentro en la puerta del garaje mientras Ava se adentra en el camino de entrada y tomo nota de hasta el más ínfimo detalle antes de cerrar los ojos y ?desear? que se abra.
La ?veo? abrirse y elevarse en mi mente, y luego separo los párpados justo a tiempo para contemplar cómo rechina y arranca antes de volver a caer con un rotundo golpe. Una se?al inconfundible de que aún me queda mucho para ser una experta en telequinesis, el arte de mover cualquier cosa que pese más que un bolso de Prada.
—Hum… creo que debería ir por detrás, como siempre —le digo, algo avergonzada por haber fracasado de forma tan estrepitosa.
Sin embargo, Ava no quiere ni oír hablar del tema. Coge mi mochila y se encamina hacia la puerta principal. Cuando corro tras ella y le digo que es inútil, que está cerrada y que no podemos entrar por ahí, sigue avanzando y afirma que en ese caso tendremos que abrirla.
—No es tan sencillo como crees —le digo—. Confía en mí, lo he intentado varias veces y no ha funcionado. —Echo un vistazo a la puerta que hice aparecer la última vez que estuve aquí… y que sigue apoyada contra el muro del fondo, justo donde la dejé. Según parece, Damen está demasiado ocupado siendo ?guay? y persiguiendo a Stacia como para deshacerse de ella.
Sin embargo, en el instante en que pienso eso, desearía poder borrarlo de mi mente. Esa idea me deja triste, vacía y mucho más desesperada de lo que estoy dispuesta a admitir.