Espejismos(56)



Y, puesto que estoy más o menos donde empecé, decido volver al principio. Giro hacia la autopista de la costa y me dirijo a casa de Damen con la idea de aprovechar las dos próximas horas, mientras todavía están en el instituto, para colarme en su casa y echar un vistazo por allí.

Me detengo junto al puesto de guardia, saludo a Sheila con la mano y continúo hacia la entrada. Como es natural, he asumido que se abriría antes de que llegara, así que tengo que pisar el freno a fondo para evitar da?os mayores en la parte frontal del coche, porque la puerta no se mueve.

—?Oiga! ?Oiga! —grita Sheila, que se apresura a llegar hasta mi coche como si yo fuera una intrusa, como si no me hubiera visto nunca antes. Y lo cierto es que, hasta la semana pasada, yo venía aquí casi todos los días.

—-Hola, Sheila. —Sonrío de manera agradable, amistosa y nada amenazadora—. Voy a casa de Damen, así que si no te importa abrir la verja para que pueda continuar…

Me mira con los ojos entornados y los labios fruncidos en una mueca seria.

—Debo pedirle que se marche.

—?Qué? Pero ?por qué?

—No está en la lista —explica. Tiene los brazos en jarras y su rostro no muestra ni el menor signo de remordimiento, aun después de todos estos meses de sonrisas y saludos.

Me quedo inmóvil, con los labios apretados, mientras asimilo sus palabras.

Estoy fuera de la lista. Estoy fuera de la lista permanente. Excluida, desterrada o cualquiera que sea el término utilizado para expresar que te han denegado el acceso a una gloriosa comunidad privada durante un tiempo indefinido.

Eso de por sí solo ya es bastante malo, pero tener que escuchar el mensaje de destierro oficial de boca de Sheila y no de mi novio… hace que sea mucho peor.

Clavo la vista en mi regazo y agarro la palanca de cambios con tanta fuerza que estoy a punto de arrancarla. Luego trago saliva y la miro a los ojos antes de decir:

—Bueno, es evidente que ya te han advertido de que Damen y yo hemos roto. Solo quería hacer una visita rápida para recoger algunas de mis cosas, porque como podrás ver… —Abro la cremallera de la mochila y meto la mano en el interior— todavía tengo la llave.

La mantengo en alto y observo cómo el sol de mediodía se refleja en el brillante metal dorado, demasiado absorta en mi propia mortificación como para prever que ella estiraría la mano para arrebatármela.

—Y ahora le pido educadamente que se retire de ahí —dice antes de meterse la llave en el bolsillo delantero, cuyo contorno resulta visible, ya que el tejido de la camisa se tensa sobre sus descomunales pechos. Apenas me ha dado tiempo a cambiar el pie del pedal del freno al del acelerador cuando a?ade—: Ahora váyase. Dé marcha atrás. No me obligue a pedírselo dos veces.





Capítulo veintinueve


En esta ocasión, cuando llego a Summerland me salto el aterrizaje habitual en ese enorme y fragrante prado y decido caer sobre la que ahora me gusta considerar la calle principal. Luego me sacudo un poco el polvo y me quedo sorprendida al ver que todos los que me rodean continúan a lo suyo, como si ver a alguien caer en la calle desde lo alto fuera algo que ocurre todos los días. Aunque supongo que en este lugar sí que lo es…

Dejo atrás los bares de karaoke y los salones de peluquería, siguiendo el camino que Romy y Rayne me mostraron. Sé que lo más probable es que bastara con ?desear? estar allí, pero la verdad es que tengo ganas de aprender a llegar por mí sola. Y, después de un trayecto rápido por el callejón y el giro súbito hacia la avenida, subo a la carrera los escalones de mármol y me detengo frente a las gigantescas puertas de entrada, que se abren ante mí.

Me adentro en el enorme vestíbulo de mármol y me doy cuenta de que está mucho más abarrotado que la última vez que estuve aquí. Repaso las preguntas en mi mente, sin tener muy claro si debo buscar registros akásicos o si puedo conseguir respuestas aquí mismo. Me pregunto si cuestiones del tipo: ??Quién es Roman exactamente y qué es lo que le ha hecho a Damen?? o ??Cómo puedo detenerlo y salvarle la vida a Damen?? son dignas de mí.

No obstante, puesto que necesito simplificar las cosas y resumirlo todo en una frase ordenada, cierro los párpados y pienso: ?Básicamente, lo que deseo saber es esto: ?cómo puedo hacer que todo sea como era antes??.

Y, tan pronto como el pensamiento está completado, una puerta se abre ante mí. Su luz cálida y resplandeciente parece llamarme mientras me adentro en una habitación de un color blanco puro, el mismo color blanco irisado de antes, aunque en esta ocasión, en lugar de un banco de mármol blanco, hay un sillón reclinable de cuero gastado.

Me acerco a él y me dejo caer en el asiento antes de extender la pieza para reposar las piernas y acomodarme bien. No me doy cuenta de que me encuentro en una réplica exacta del sillón favorito de mi padre hasta que veo las iniciales ?R.B.? y ?E.B.? ara?adas en el brazo. Ahogo una exclamación al reconocerlas: son las marcas que hizo Riley con su navaja de campo de girl scout (aunque fui yo quien la instigué para que las hiciera). Las mismísimas marcas que no solo demostraban que nosotras éramos las culpables, sino que también nos granjearon una semana sin salir como castigo.

Alyson Noel's Books