Espejismos(53)



Por fin se abre la puerta y levanto la vista para observar a la horda de estudiantes que se adentra en el aula. No es la primera vez que contemplo algo así, pero aún me resulta extra?o verlos reírse y bromear juntos cuando la semana pasada apenas se miraban los unos a los otros. Y, aunque es el tipo de escena que cualquiera desearía ver en su instituto, dadas las circunstancias, no me entusiasma tanto como debería.

Y no porque yo lo observe desde fuera, sino porque es raro, escalofriante y antinatural. Los institutos no funcionan así. Por favor… todo el mundo sabe que las personas no se comportan así. La gente busca a sus semejantes, y punto. Es una de esas reglas tácitas. Además, esto no es algo que hayan decidido hacer por sí mismos. Porque no se dan cuenta de que todas esas risas, todos esos abrazos y esos ridículos choques de mano no se deben al nuevo afecto que sienten los unos por los otros… sino a Roman.

Roman es… como un experto titiritero que juega con sus marionetas por simple diversión. Y, aunque todavía no he logrado descubrir cómo o por qué lo está haciendo, aunque todavía no puedo demostrar que lo está haciendo realmente, sé en lo más profundo de mi corazón que no me equivoco. Me resulta tan evidente como el pinchazo que noto en el estómago o el escalofrío que recorre mi piel siempre que él está cerca.

Observo a Damen, que ocupa su silla al tiempo que Stacia se inclina sobre su mesa. Mi archienemiga balancea su escote wonderbraniano de relleno frente al rostro de Damen, se coloca el pelo sobre el hombro y se echa a reír después de hacer alguno de sus estúpidos comentarios graciosos. Y, aunque no he escuchado la broma porque la he dejado fuera de sintonía a propósito para poder escuchar mejor a Damen, el hecho de que él piense que es estúpido me basta por ahora.

Y también me provoca un peque?o brillo de esperanza.

Un brillo de esperanza que se extingue en el mismo segundo en que su atención se centra en el canalillo de Stacia.

Me resulta vulgar, pueril y, para ser sincera, completamente bochornoso. Si pensaba que lo de ayer había herido mis sentimientos, lo de ver cómo se enrollaba con Drina, ahora me doy cuenta de que aquello no fue nada comparado con esto.

Porque Drina es el pasado, como una imagen hermosa, vacía y superficial tallada sobre una roca.

Pero Stacia es el presente.

Y, aunque también es hermosa, vacía y superficial… resulta que está justo delante de mí en todo su esplendor tridimensional.

Percibo que el cerebro derretido de Damen se entusiasma con las virtudes y abundancias del escote de relleno de Stacia y no puedo evitar preguntarme si de verdad le gustan las mujeres así.

Si las chicas consentidas, ambiciosas y petulantes son en realidad el tipo de mujer que le gusta.

Si yo no soy más que una extra?a excepción, una rara avis que no ha dejado de inmiscuirse en su camino durante los últimos cuatrocientos a?os.

No le quito los ojos de encima durante toda la clase. Lo observo desde mi solitario sitio al fondo. Respondo de manera automática a las preguntas del se?or Robins, sin pensarlas siquiera; repito sin más las respuestas que veo en su cabeza. Mi mente nunca se aparta de Damen y no hago otra cosa que repetirme a mí misma quién es en realidad. Me repito que, pese a lo que pueda parecer, es bueno, amable, afectuoso y leal… el auténtico amor de mis numerosas vidas, y que esta versión que está sentada delante de mí no es la verdadera, por más que su comportamiento y su aspecto se parezcan a los que vi ayer en ese cristal. Damen no es así.

Cuando por fin suena el timbre, lo sigo. Consigo tenerlo vigilado durante la hora que dura mi clase de educación física, sobre todo porque decido quedarme junto a su aula en lugar de correr por la pista de atletismo como se supone que debería hacer. Me escondo en el momento en que percibo que el supervisor de los pasillos está a punto de pasar a mi lado y regreso tan pronto como se aleja. Observo a Damen a través de la ventana y escucho a escondidas todos sus pensamientos, como si fuera de verdad la acosadora que él cree que soy. Y no sé si sentirme preocupada o aliviada al descubrir que su atención no se centra solo en Stacia; también está disponible para cualquier chica más o menos guapa que se siente cerca de él… a menos, claro, que esa chica sea yo.

Y, aunque durante la tercera hora sigo espiando a Damen, cuando llega la cuarta me concentro en Roman. Lo miro a los ojos mientras me dirijo a mi mesa, y me giro para saludarlo cada vez que percibo que su atención está puesta en mí. Aunque las ideas que rondan su cabeza cuando piensa en mí son tan vulgares y bochornosas como las de Damen cuando piensa en Stacia, me niego a ruborizarme o a reaccionar. Mantengo la sonrisa y asiento, decidida a poner al mal tiempo buena cara; porque si quiero descubrir quién es este tipo en realidad, no puedo seguir evitándolo como si se tratara de la peste negra.

Cuando suena el timbre, decido librarme del papel de paria ?lerda? que me han impuesto a la fuerza y me dirijo derecha hacia la larga fila de mesas. Paso por alto el hecho de que el nudo de mi estómago se tensa más y más a cada paso que doy, ya que estoy decidida a ocupar mi lugar y a sentarme con el resto de mi clase.

Cuando Roman asiente al ver que me acerco, me decepciona comprobar que en absoluto está tan sorprendido como me imaginaba.

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