Espejismos(50)



Ambos conocemos el mismo tipo de pérdida. Ambos nos consideramos culpables en cierto modo. Lava sus heridas y cuida de los cadáveres, convencido de que al cabo de tres días podrá a?adir al elixir el ingrediente final, esa hierba de aspecto extra?o, y devolverles la vida. Pero al tercer día lo despiertan un grupo de vecinos alertados por el olor; unos vecinos que lo encuentran tendido al lado de los cuerpos, con la botella de líquido rojo aferrada en la mano.

Lucha contra ellos, consigue recuperar la hierba y la introduce en el líquido con desesperación. Está decidido a llegar hasta sus padres, a darles de beber a ambos, pero sus vecinos lo reducen antes de que pueda hacerlo.

Puesto que todo el mundo tiene la certeza de que practica algún tipo de brujería, se decide que quede a cargo de la iglesia, donde, destrozado por la pérdida y alejado de todo aquello que conoce y quiere, debe soportar los maltratos de varios sacerdotes empecinados en librarlo del demonio que lleva dentro.

Damen sufre en silencio. Sufre durante a?os… hasta que llega Drina. Y Damen, que ahora es un chico fuerte y guapo de catorce a?os, queda hechizado al ver su flameante cabello rojo, sus ojos verde esmeralda y su piel de alabastro… Su belleza es tan impactante que resulta imposible no mirarla embobado.

Los veo juntos. Apenas puedo respirar mientras ellos forjan un vínculo tan afectuoso y protector que me arrepiento de haber querido contemplarlo. He sido impulsiva, temeraria e imprudente… he actuado sin pensar. Porque, aunque sé que está muerta y que ya no supone ninguna amenaza para mí, ver cómo Damen cae bajo su hechizo es más de lo que puedo soportar.

Atiende las heridas que le han infligido los sacerdotes y la trata con reverencia y cuidado infinitos. Rechaza la innegable atracción que siente y se hace la promesa de protegerla, de salvarla, de ayudarla a escapar. Y ese día llega mucho antes de lo esperado, ya que una plaga se extiende por Florencia: la temida peste negra que mató a millones de personas y las convirtió en una masa agonizante, abotargada y purulenta.

Damen contempla indefenso cómo varios de sus compa?eros del orfanato caen enfermos y mueren, pero no es hasta que Drina se ve afectada cuando recupera el trabajo de su padre. Vuelve a fabricar el elixir del que había renegado tantos a?os atrás… el que había asociado con la pérdida de todo aquello que quería. Pero ahora, sin otra elección y reacio a perderla, obliga a Drina a beberlo. Reserva lo suficiente para él y el resto de los huérfanos con la esperanza de librarlos de la enfermedad, sin tener ni idea de que eso también los convertirá en inmortales.

Con un poder que no son capaces de comprender e inmunes a los gritos agonizantes de los enfermos y los sacerdotes moribundos, los huérfanos se desbandan. Regresan a las calles de Florencia y saquean a los muertos. Sin embargo, Damen, con Drina a su lado, solo tiene un objetivo en mente: vengarse de los tres hombres que asesinaron a sus padres. Sigue su rastro hasta el final solo para descubrir que, sin el último ingrediente, han sucumbido a la plaga.

Espera a que mueran, tentándolos con la promesa de una cura que no piensa proporcionarles. Sorprendido por el vacío emocional que le deja la victoria cuando por fin contempla sus cadáveres, se vuelve hacia Drina y busca consuelo entre sus amorosos brazos…

Cierro los ojos con la intención de bloquear toda esta información, pero sé que quedará grabada a fuego en mi mente, sin importar cuánto me esfuerce por borrarla. Porque saber que fueron amantes ocasionales durante casi seiscientos a?os es una cosa.

Y verlo… es otra muy distinta.

Aunque detesto admitirlo, no puedo evitar darme cuenta de que el antiguo Damen, con su crueldad, su avaricia y su vanidad infinita, tiene un horrible y enorme parecido con el nuevo Damen, el que me ha dejado por Stacia.

Después de contemplar un siglo en el que ambos forman un vínculo caracterizado por una avaricia y una lujuria inagotables, ya no me interesa llegar a la parte en la que nos conocemos. Ya no me interesa ver esa versión anterior a mí, si tengo que ver otros cien anos más de esto.

Justo cuando cierro los ojos y ruego en silencio: ??Mostradme el final, por favor! ?No puedo seguir contemplando esto!?, el cristal fluctúa y resplandece, y las imágenes empiezan a pasar hacia delante con tal rapidez que apenas puedo distinguirlas. No veo más que un breve destello de Damen, de Drina y de mí en mis muchas encarnaciones (una morena, una pelirroja, una rubia) mientras todo pasa a na velocidad vertiginosa ante mis ojos (un rostro y un cuerpo irreconocibles, aunque los ojos siempre me resultan familiares).

He cambiado de opinión y deseo que la velocidad se reduzca un poco, pero las imágenes siguen pasando como una exhalación. Imágenes que culminan con una en la que Roman (con los labios fruncidos y los ojos llenos de regocijo) contempla a un Damen muy envejecido… y muy muerto.

Y luego…

Y luego… nada.

El cristal se queda en blanco.

—?No! —grito. Mi voz resuena en los altos muros de la estancia vacía y el eco vuelve hasta mí—. ?Por favor! —suplico—. ?Vuelve atrás! ?Esta vez lo haré mejor! ?De verdad! Prometo que no me enfadaré ni me sentiré celosa. ?Estoy dispuesta a verlo todo, pero vuelve atrás, por favor!

Sin embargo, a pesar de mis ruegos, el cristal se desvanece y desaparece de mi vista.

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