Espejismos(49)



Porque creo que esta puede ser mi única oportunidad para descubrir todo lo posible sobre ese elusivo pasado del que él se niega a hablar. Intento convencerme de que no me estoy entrometiendo en su vida, de que solo busco soluciones y de que cualquier información que obtenga servirá para ayudarme a conseguir mi objetivo. Además, si en realidad no soy digna de obtener ese conocimiento, nada me será revelado. Así que ?qué hay de malo en preguntar?

Tan pronto como el pensamiento queda completado, el cristal empieza a emitir un zumbido. Vibra con energía mientras la pantalla se inunda con un torrente de imágenes tan nítidas como las de un televisor de alta definición.

Aparece un peque?o y desordenado taller de trabajo. Las ventanas están cubiertas con densos y oscuros jirones de algodón y las paredes están iluminadas por una multitud de velas. Damen se encuentra allí. Tiene alrededor de tres a?os y lleva una sencilla túnica marrón que le llega por debajo de las rodillas. Está sentado junto a una mesa plagada de peque?os frascos burbujeantes, un montón de rocas, latas llenas de polvos de colores, majas y morteros y tarros de tintura. Observa a su padre mientras este introduce su pluma en un peque?o bote de tinta para registrar el trabajo del día con una serie de complicados símbolos. El hombre se detiene de vez en cuando para consultar un libro titulado Corpus hermeticum, de un tal Ficino. Damen lo imita y garabatea su propio pedazo de papel.

Está tan adorable con esas mejillas regordetas de querubín, ese flequillo casta?o que llega hasta sus inconfundibles ojos oscuros y esos rizos que le cubren la nuca que no puedo reprimir el impulso de extender los brazos hacia él. Todo parece tan real, tan accesible y tan cercano que tengo la certeza de que puedo experimentar ese mundo con solo tocarlo.

Sin embargo, en cuanto mis dedos se acercan, el cristal se calienta hasta un punto insoportable y me veo obligada a apartar la mano. Mi piel se quema y se llena de ampollas que se curan de inmediato. Me doy cuenta de que se han establecido ciertos límites: puedo observar, pero no interferir.

Las imágenes avanzan hasta el décimo cumplea?os de Damen, un día muy especial caracterizado por los regalos, los dulces y una visita tardía al taller de su padre. Ambos comparten algo más que el cabello oscuro, la piel morena y una hermosa mandíbula cuadrada: el apasionado deseo de perfeccionar un brebaje alquímico que promete no solo transformar el plomo en oro, sino también prolongar la vida durante un tiempo indefinido… La piedra filosofal.

Se sumergen en su trabajo y siguen su rutina habitual: Damen machaca las hierbas con la maja y el mortero antes de a?adir con cuidado la cantidad precisa de sales, aceites, líquidos de colores y minerales. Luego le entrega la mezcla a su padre para que este la agregue a los frascos burbujeantes. El hombre hace una pausa antes de cada paso para anunciar lo que piensa hacer y aleccionar a su hijo sobre la tarea que llevan a cabo:

—Buscamos la transmutación. Intentamos conseguir que la enfermedad se convierta en salud, el plomo en oro, la vejez en juventud… y, muy posiblemente, también la inmortalidad. Todo procede de un único elemento básico y, si logramos reducirlo hasta su núcleo fundamental, ?podremos crear cualquier cosa a partir de él!

Damen lo escucha hechizado; está pendiente de todas y cada una de sus palabras, a pesar de que ha escuchado ese mismo discurso muchas veces con anterioridad. Y, aunque hablan en italiano, un idioma que jamás he estudiado, entiendo todo lo que dicen.

Su padre nombra cada ingrediente antes de a?adirlo y luego, tras decidir que ya es suficiente por ese día, se guarda el último. Está convencido de que ese es el componente final, de que esa hierba de aspecto extra?o tendrá un efecto aún más mágico si se le a?ade a un elixir que haya reposado durante tres días.

Tras verter el líquido rojo opalescente en un frasco de cristal más peque?o, Damen lo tapa con mucho cuidado y lo coloca en una alacena secreta. Apenas han terminado de limpiar los últimos restos del desorden que han montado cuando su madre (una belleza de piel cremosa ataviada con un sencillo vestido de muaré y con el cabello rubio recogido bajo una cofia de la que se le escapan unos mechones rizados) les advierte de que el almuerzo está listo. El amor de la mujer es tan sincero, tan claro, que se refleja en la sonrisa que reserva para su marido y en la mirada que le dirige a Damen. Sus entra?ables ojos oscuros y los de su hijo son como dos gotas de gua.

Y, justo cuando se preparan para marcharse a casa a almorzar, tres hombres de piel oscura cruzan la puerta. Reducen al padre de Damen y exigen que les entregue el elixir. La madre empuja a su hijo hacia el interior de la alacena para que se esconda, y le advierte de que se quede ahí quieto, que no haga ningún ruido y que no salga hasta que sea seguro.

Damen se acurruca en ese espacio oscuro y húmedo, y lo observa todo a través de un peque?o agujero que hay en la madera. Ve cómo esos hombres destrozan el taller de su padre, el trabajo de toda su vida, en el afán de su búsqueda. Y, aunque su padre les entrega sus notas, eso no basta para salvarlos. El peque?o Damen se echa a temblar mientras contempla indefenso cómo asesinan a sus padres a sangre fría.

Permanezco sentada en el banco de mármol; la cabeza me da vueltas y tengo el estómago hecho un nudo. Siento todo lo que siente Damen, sus turbulentas emociones, su absoluta desesperación… Se me nubla la vista con sus lágrimas y mi respiración, cálida y jadeante, resulta indistinguible de la suya. Ahora somos uno. Estamos unidos por un dolor inimaginable.

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