Espejismos(67)



—Todo el mundo sabe que lo estás acosando —se?ala Haven antes de cubrirse la boca con la mano. Sus u?as están pintadas del color de las zapatillas de ballet, muy distinto del color negro habitual—. Todo el mundo sabe que te colaste en su casa… y dos veces, que nosotros sepamos. En serio, estás fuera de control. Te estás comportando como una chiflada.

Vuelvo a contemplar la mesa. Me pregunto cuánto más durará este asalto.

—De cualquier forma, como amigos tuyos que somos, solo queremos convencerte de que debes dejarlo estar. Necesitas olvidar el pasado y seguir adelante. Porque la verdad es que tu comportamiento da miedo, por no mencionar que…

Haven habla sin parar, tocando todos los puntos que han acordado antes de acercarse a mí. Dejé de escuchar en cuanto la oí decir ?como amigos tuyos que somos?. Quiero quedarme con eso y rechazar todo lo demás, por más que ahora ya no sea cierto.

Sacudo la cabeza y levanto la vista. Descubro que Roman se ha sentado a la mesa y tiene los ojos fijos en mí. Le da unos golpecitos a su reloj de pulsera y después se?ala a Damen de una forma tan siniestra, tan amenazadora, que me levanto de un salto de la silla. Dejo atrás la voz de Haven, que se convierte en un zumbido distante mientras corro hacia mi coche. Me reprendo por haber desperdiciado el tiempo con semejantes tonterías cuando hay cosas mucho más importantes que hacer.





Capítulo treinta y seis


Se acabó el instituto. Se acabó lo de someterme todos los días a esa insoportable tortura. ?Qué sentido tiene ir cuando no consigo nada con Damen, Roman no deja de tirarme pullas y tengo que aguantar las charlas de profesores y ex amigos con falsas buenas intenciones? Además, si las cosas salen tal y como espero, pronto podré regresar a mi antiguo instituto de Oregón, vivir mi vida como si esto no hubiera existido. Así que no es necesario obligarme a pasar por eso nunca más.

Me dirijo a Broadway y me abro paso entre los peatones antes de avanzar hacia el ca?ón. Tengo la esperanza de encontrar un lugar tranquilo donde pueda crear el portal sin asustar a ninguna compradora desprevenida. Sin embargo, solo cuando aparco recuerdo que estoy en el mismo sitio donde tuvo lugar mi primer enfrentamiento con Drina… un enfrentamiento que finalizó con mi primera visita a Summerland, cuando Damen abrió el portal.

Me acurruco en el asiento e imagino ese velo dorado de luz flotando ante mí y aterrizo justo delante del Gran Templo del Conocimiento. Apenas me da tiempo a admirar su magnífica fachada cambiante, porque me adentro a la carrera en el enorme vestíbulo de mármol. Mis pensamientos se concentran en dos cosas: ?existe algún antídoto que pueda salvar a Damen? y ?cómo puedo localizar la hierba secreta, el ingrediente final necesario para preparar el elixir?

Repito esas preguntas una y otra vez mientras espero a que aparezca la puerta que conduce a los registros akásicos…

Pero no ocurre nada.

Nada de esferas. Nada de pantallas de cristal. Ninguna habitación circular blanca y ninguna televisión híbrida.

Nada. Nothing. Nien.

Solo una voz detrás de mí que dice:

—Es demasiado tarde.

Me doy la vuelta esperando encontrar a Romy, pero se trata de Rayne, así que pongo los ojos en blanco. Me sigue cuando me encamino hacia la puerta, impaciente por alejarme de ella. Pero la gemela malvada no deja de repetir esas mismas palabras.

No tengo tiempo que perder. No tengo tiempo para descifrar los comentarios crípticos sin sentido que salen de los labios de la ni?a más espeluznante del mundo. Porque, aunque aquí en Summerland no existe el concepto del tiempo ya que todo sucede en un estado constante ?presente?, sé con certeza que el tiempo que paso aquí sí que cuenta en casa. Lo que significa que tengo que seguir adelante, que no puedo entretenerme. Avanzo por la calle lo más rápido que puedo hasta que su voz se transforma en un susurro. Sé que debo salvar a Damen antes de volver atrás en el tiempo y regresar a casa. Y, si las respuestas no están aquí, tendré que buscar en algún otro sitio.

Empiezo a correr. En cuanto giro hacia el callejón, me invade un dolor súbito tan abrumador que me desplomo en el suelo. Me aprieto las sienes con los dedos: me duele la cabeza como si me hubieran clavado un pu?al a cada lado. En mi mente comienzan a aparecer una serie de imágenes. Escenas que se suceden una detrás de otra, como las páginas de un libro, seguidas por una descripción detallada de lo que incluyen. No he hecho más que acabar la tercera página cuando me doy cuenta de que son las instrucciones para fabricar el antídoto que salvará a Damen y que incluye hierbas que se plantan con la luna nueva, cristales raros, minerales de los que jamás he oído hablar, saquillos de seda bordados por los monjes tibetanos… Y todo debe seguir meticulosamente una serie de pasos muy precisos antes de absorber la energía de la próxima luna llena.

Y, justo después de mostrarme la hierba que necesito para completar el elixir de la inmortalidad, mi cabeza se despeja como si nada hubiera ocurrido. Acto seguido, cojo mi mochila, busco un trozo de papel y un bolígrafo, y anoto el paso final. En ese preciso instante aparece Ava.

—?He creado el portal sin ayuda! —dice con una expresión radiante mientras me mira a los ojos—. No creí que pudiera hacerlo, pero esta ma?ana, cuando me he sentado para mi momento de meditación, he pensado: ?qué puede haber de malo en intentarlo? Y al momento siguiente…

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