Espejismos(27)



—No necesito que me lleven a casa —digo al final. Me doy la vuelta para seguir caminando y siento un escalofrío al percibir que me sigue.

Noto su aliento congelado en la nuca cuando me dice:

—Ever, por favor, ?quieres parar un momento? No pretendía molestarte.

Sin embargo, no me detengo. Sigo andando. Estoy decidida a poner tanta distancia entre nosotros como me sea posible.

—Venga… —Se echa a reír—. Solo intento ayudar. Todos tus amigos se han marchado, Damen ha desaparecido y ya no queda nadie del servicio de limpieza, lo que significa que soy tu única esperanza.

—Tengo muchas alternativas —murmuro. Lo único que quiero es que se largue de una vez para poder hacer aparecer un coche y unos zapatos y largarme a casa.

—Yo no veo ninguna.

Hago un gesto negativo con la cabeza y sigo mi camino. La conversación se ha acabado.

—?Estás insinuando que prefieres caminar hasta casa que subirte en un coche conmigo?

Llego al final de la calle y aprieto el botón del semáforo una y otra vez, deseando que se ponga en verde para poder cruzar al otro lado y librarme de él.

—No tengo ni idea de por qué hemos empezado tan mal, pero está claro que me odias y no sé por qué. —Su voz es suave, incitante, como si de verdad quisiera empezar de nuevo, dejar el pasado atrás, hacer las paces y todo eso.

Sin embargo, yo no quiero empezar de nuevo. Y tampoco quiero hacer las paces. Lo único que quiero es que se dé la vuelta y se largue a cualquier otro sitio. Que me deje sola para que pueda encontrar a Damen.

Con todo, no puedo dejar que se vaya así, no puedo permitir que sea él quien diga la última palabra. Lo miro por encima del hombro y le digo:

—No te des tantos aires, Roman. Para odiar a alguien tiene que importarte, así que es imposible que yo te odie.

Después cruzo a toda prisa la calle, a pesar de que el semáforo todavía no se ha puesto en verde. Siento el escalofrío que me provoca su penetrante mirada mientras esquivo a un par de listillos que han acelerado al ver la luz ámbar.

—?Qué pasa con tus zapatos? —grita—. Es una pena que los dejes aquí. Estoy seguro de que se pueden arreglar.

Sigo andando. ?Veo? cómo hace una reverencia a mi espalda, trazando un arco exagerado con el brazo mientras mis sandalias cuelgan de la punta de sus dedos. Sus potentes carcajadas me siguen por la avenida hasta la calle.





Capítulo trece


En el instante en que cruzo la calle, me escondo tras un edificio, echo un vistazo por la esquina y espero hasta que el Aston Martin rojo cereza de Roman sale a la carretera y se aleja. Aguardo unos minutos para estar segura de que se ha ido y que no piensa regresar.

Necesito encontrar a Damen. Necesito averiguar qué le ha ocurrido, por qué ha desaparecido sin decir palabra. Ha estado esperando (hemos estado esperando) esta noche cuatrocientos a?os, así que el hecho de que no esté aquí demuestra que ha ocurrido algo terrible.

No obstante, primero debo conseguir un coche. En Orange County no puedes ir a ningún sitio si no tienes coche. Así que cierro los ojos y visualizo el primero que se me viene a la cabeza (un Volkswagen Escarabajo azul cielo igual que el que solía llevar Shayla Sparks, la chica más popular que haya pisado jamás los pasillos del instituto Hillcrest). Recuerdo su divertido dise?o y la capota de lona negra que Parecía tan glamurosa… aunque también fuera de lugar bajo la inceste lluvia de Oregón.

Lo imagino con tanta claridad como si estuviera justo delante de ^ brillante, curvilíneo y adorable.

?Siento? cómo mis dedos se curvan sobre la manilla de la puerta y el tacto suave del cuero mientras me deslizo en el asiento. Y, cuando coloco un tulipán rojo en el soporte que tengo delante, abro los ojos y sé que mi vehículo está completo.

Aunque no sé cómo poner el motor en marcha.

Olvidé hacer aparecer la llave.

Sin embargo, como eso jamás ha detenido a Damen, vuelvo a cerrar los ojos y ?deseo? que el motor cobre vida; recuerdo el sonido exacto que hacía el coche de Shayla mientras mi antigua mejor amiga, Rachel, y yo permanecíamos en la acera después de clase, mirando con envidia cómo sus amigas superguays se hacinaban en los asientos traseros y en el del acompa?ante.

Y en el instante en que el motor se pone en marcha, me encamino hacia la autopista de la costa. Creo que empezaré a buscar en el Montage, el hotel donde se suponía que acabaríamos esta noche, y luego seguiré a partir de ahí.

Hay mucho tráfico a esta hora de la noche, pero eso no me hace disminuir la velocidad. Me limito a concentrarme en los coches que me rodean, ?veo? cuál va a ser el próximo movimiento de cada uno de ellos y ajusto mi trayecto en función de eso. Me muevo rápido y sin contratiempos por los espacios libres hasta que llego a la entrada del hotel, me bajo del Escarabajo y corro hacia el vestíbulo.

Me detengo solo cuando uno de los botones grita a mi espalda.

—?Oiga, espere! ?Dónde está la llave?

Hago una pausa mientras me esfuerzo por recuperar el aliento y hasta que no veo al joven mirándome los pies, no recuerdo que no solo no tengo llave, sino que también voy descalza. Aun así, sé quue no puedo perder más tiempo del que ya he perdido, y como no quiere llevar a cabo todo el proceso de él, cruzo la puerta a la carrera mientras grito:

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