Espejismos(31)



Y, cuando tengo la certeza de que he hecho todo lo que está en mi mano, cojo el bolso y me dirijo hacia la cocina. Me detengo solo para escribir una breve nota en la que repito las mismas palabras que le he dicho por teléfono, porque sé que en el momento en que salga por la puerta, mi conexión con Damen será mucho más tenue de lo que ya es.

Tomo una honda bocanada de aire y cierro los ojos. Imagino el futuro que ayer mismo me parecía tan claro: ese futuro en el que Damen y yo estábamos juntos, felices, completos. Ojalá fuera posible hacer aparecer algo así, aunque sé en lo más profundo de mi corazón que no serviría de nada.

No se puede hacer aparecer a otra persona. Al menos no durante mucho tiempo.

Así pues, concentro mi atención en algo que sí puedo manifestar. Visualizo el tulipán rojo más perfecto del mundo, con pétalos suaves y un tallo largo. El símbolo de nuestro amor eterno. Y cuando siento que toma forma en mi mano, vuelvo a la cocina, rompo la nota y dejo el tulipán sobre la encimera.





Capítulo dieciséis


Echo de menos a Riley.

La echo tanto de menos que es como un dolor físico. Porque en el momento en que comprendí que no me quedaba más remedio que informar a Sabine de que Damen no vendría a cenar (algo para lo que esperé hasta diez minutos después de las ocho, cuando quedó claro que no aparecería), comenzaron las preguntas. Y continuaron durante el resto del fin de semana, porque mi tía no dejó de acribillarme a preguntas: ??Qué pasa? Sé que pasa algo malo. Ojalá hablaras conmigo. ?Ha ocurrido algo con Damen? ?Os habéis peleado??.

Y, aunque sí que hablé con ella (durante la cena, en la cual conseguí comer lo suficiente para convencerla de que no padecía ningún desorden alimenticio) y traté de asegurarle que todo iba bien, que Damen estaba ocupado y que yo me encontraba agotada después una noche muy larga en casa de Haven…, está claro que no me creyó. O, al menos, no creyó la parte en la que le aseguré que estaba bien. Lo pasé la noche en casa de Haven se lo creyó a pies juntillas.

Insistió una y otra vez en que debía de haber una explicación mejor para mis suspiros constantes y mis cambios de estado de ánimo, para pasar tan fácilmente del mal humor a la furia y luego a la depresión, y vuelta a empezar. Pero, aunque me sentía mal por mentirle, permanecí fiel a mi relato. Temía que al volver a revivir lo sucedido, al explicar que, a pesar de que mi corazón se niega a creerlo, mi mente no puede evitar preguntarse si él me dejó tirada a propósito, eso se convirtiera en realidad.

Si Riley estuviera aquí, las cosas serían diferentes. Podría hablar con ella. Podría contarle toda la sórdida historia de principio a fin. Porque ella no solo me comprendería, también conseguiría algunas respuestas.

Estar muerta es como tener un código de acceso universal. Riley puede ir allí donde le da la gana con solo pensarlo. Ningún lugar está fuera de su alcance: el planeta al completo es un objetivo permitido. Y no me cabe ninguna duda de que ella tendría mucho más éxito que todas mis llamadas telefónicas frenéticas y mis paseos en coche.

Porque al final, toda mi incoherente, torpe e ineficiente investigación ha dado como resultado: _____ (nada).

Sé tan poco este lunes por la ma?ana como el viernes por la noche. Y no importa cuántas veces llame a Miles o a Haven, porque su respuesta siempre es la misma: ?Nada nuevo, pero te llamaremos en cuanto sepamos algo?.

Sin embargo, si Riley estuviera aquí cerraría el caso en un abrir y cerrar de ojos. Obtendría resultados rápidos y respuestas exhaustivas, así que podría decirme exactamente a qué me enfrento y cómo debo proceder.

Pero Riley no está aquí. Y a pesar de que prometió enviarme alguna se?al, segundos antes de que se marchara empecé a dudar de que lo hiciera. Y tal vez, solo tal vez, sea el momento de dejar de buscar esa se?al y seguir con mi vida.

Me pongo unos vaqueros, unas chanclas, una camiseta sin mangas y otra de manga larga… y justo cuando estoy a punto de cruzar la puerta para ir al instituto, me doy la vuelta y cojo el iPod, la sudadera con capucha y las gafas de sol. Prefiero prepararme para lo peor, porque no tengo ni la menor idea de lo que me voy a encontrar.

—?Lo has encontrado?

Hago un gesto negativo con la cabeza mientras observo a Miles, que se mete en mi coche, deja la mochila a sus pies y me mira con compasión.

—He intentado llamarlo —dice al tiempo que se aparta el pelo de la cara. Todavía tiene las u?as pintadas de rosa brillante—. He tratado incluso de pasarme por su casa, pero no me dejaron cruzar la puerta de entrada a la urbanización. Y, créeme, es mejor no meterse con la Gran Sheila. Se toma su trabajo muy, pero que muy en serio. —Se echa a reír con la esperanza de animarme un poco.

Sin embargo, me limito a encogerme de hombros. Desearía poder reírme con él, pero sé que no puedo. Estoy hundida desde el ternes, y la única cura es volver a ver a Damen.

—No deberías preocuparte demasiado —dice Miles, girándose hacia mí—. Estoy seguro de que está bien. Bueno, hay que admitir que no es la primera vez que desaparece.

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